Transgénicos y ceguera

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“EL ARROZ DORADO ES UN TRANSGÉNICO PUESTO A PUNTO DE FORMA ALTRUISTA POR CIENTÍFICOS DEL INSTITUTO FEDERAL SUIZO DE TECNOLOGÍA Y DE LA UNIVERSIDAD DE FRIBURGO”

La polémica suscitada por los llamados alimentos transgénicos adquiere en ocasiones tintes negros no siempre bien meditados.

A estas alturas de la cuestión es inútil enzarzarse en discusiones de tono científico; los argumentos han sido dados mil veces, por uno y otro lado, y a ninguna de las partes les faltan razones objetivas para defender sus posturas. Quizás el problema esté en debatir en torno a un término, «transgénico», bajo el que se ocultan muy diferentes manipulaciones y productos cuya utilidad es francamente variada, lo que difumina el meollo del debate. Pasar un gen de una variedad de trigo a otra se puede hacer mediante cruces o mediante técnicas de laboratorio, lo que convierte a la nueva variedad en «transgénica», aunque el resultado sea el mismo. No es lo mismo extraer un gen de la patata y traspasarlo a una fresa, que obtenerlo de una extraña bacteria, un pez abisal o una planta siberiana mal conocida. No es lo mismo desarrollar variedades cuya utilidad apenas consiste en alargar el periodo de almacenamiento sin deterioro o ser resistentes a un determinado herbicida que hacer una variedad con sustancias nutritivas de las que carecen millones de personas.

Lo que se me antoja preocupante es que la radicalización de la oposición a los transgénicos esté llevando a denunciar algunas de las mejores potencialidades de esta técnica. Una cosa es oponerse al dominio preocupante de las multinacionales, que lanzan productos nuevos al mercado cuyo principal interés es su propio beneficio, y otra muy distinta hacerlo, por coherencia ante la postura ya establecida, a la aparición de productos como el arroz dorado.

El arroz dorado es una variedad transgénica puesta a punto de forma altruista por científicos del Instituto Federal Suizo de Tecnología y de la Universidad de Friburgo (Alemania). En su composición genética se incluyeron genes de narciso, guisante, bacterias y virus, y su objetivo es conferirle la propiedad de producir provitamina A para prevenir deficiencias nutritivas causantes de numerosos casos de ceguera en países del Tercer Mundo. Su nombre se debe a su peculiar color, producido por la presencia de beta-caroteno, la sustancia que confiere a la zanahoria su color y que se transforma en vitamina A al ser procesado por el organismo.

Su creación, que ha llevado seis años de trabajo, responde a una demanda del Instituto Internacional de Investigaciones del Arroz (IRRI), un centro ubicado en Manila (Filipinas), perteneciente al CGIAR, organismo de Naciones Unidas que aglutina a 17 centros de investigación agrícola repartidos por todo el mundo y dedicados esencialmente a mejorar las técnicas agrarias del Tercer Mundo. El IRRI dedicará ahora buena parte de sus esfuerzos a trasladar las secuencias genéticas productoras de beta-caroteno a las variedades de arroz más empleadas en Asia, donde este cereal supone el principal alimento de miles de millones de personas. También intentará aumentar el contenido en beta-caroteno del arroz, que en la variedad actual es del 10%, para alcanzar el 20% en un plazo breve y hasta un 40% a largo plazo. Además, el IRRI se propone generar variedades con mayor contenido en hierro, para resolver otras deficiencias nutritivas típicas de la zona.

Un complicado arreglo entre los diferentes organismos y empresas implicados en el desarrollo del arroz dorado permitirá que mientras en los países desarrollados se comercialice bajo patente de una multinacional, su empleo en el Tercer Mundo sea gestionado por una fundación benéfica que garantice el acceso gratuito a todas las explotaciones que no obtengan un beneficio anual superior a 10.000 dólares.

Otro instituto del CGIAR, el Centro de Investigaciones para el Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT), instalado en México, ha desarrollado una variedad de maíz que también contiene betacaroteno y que supondría un enorme beneficio para la población del país, que también tiene graves deficiencias de vitamina A. En este caso, su utilización se ve obstaculizada por una parte por el estado de opinión generado contra los transgénicos, y por otra por cuestiones de «alta política». Según Evangelina Villegas, investigadora del CIMMYT, la presión del gigante del norte, EE.UU., hace que el gobierno mejicano no autorice el cultivo de plantas transgénicas, incluida ésta, mientras importa grandes cantidades de maíz transgénico estadounidense. Un maíz que carece de betacaroteno y que solo alimenta los bolsillos de las multinacionales. ¿Cabe mayor despropósito?

No entiendo el veto que, desde la comodidad del Primer Mundo, se intenta poner a unas posibilidades tan importantes como las que abren estos productos. Ojalá el debate se vaya racionalizando y que cada cual medite las responsabilidades que se deriven de su postura.

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