Trampas
“VIVIMOS TIEMPOS CONFUSOS, TRAMPOSOS Y DESCONFIADOS EN LOS QUE TAMPOCO VA A SALIR BIEN PARADA LA CULTURA ECOLÓGICA, AUN CONTANDO CON LAS PROMESAS DE OBAMA EN RELACIÓN CON LAS ENERGÍAS RENOVABLES”
En mis escarceos por la prensa de otras épocas buscando los antecedentes del periodismo ambiental, me he encontrado con no pocas sorpresas. Por ejemplo las informaciones referidas a la falsificación de alimentos de las que se ocupaban los periódicos en general y de manera particular algunas revistas especializadas como Higiene Moderna (1900), la primera que se publicó en España en pleno auge del movimiento higienista, uno de los antecedentes de la cultura ecológica y también del periodismo ambiental. Ya en su primer número daba por hecho esta revista que las falsificaciones y las supercherías habían aumentado en los últimos años “por la complejidad de la vida contemporánea, por los mismos progresos de las ciencias físico-químicas y por un industrialismo sin conciencia”.
Vuelvo a este asunto motivado por la reciente exposición del pintor y caricaturista francés Honoré Daumier (1808-1879), que durante los últimos meses se ha podido ver en las lujosas salas de exposiciones de la ciudad del Banco de Santander en Boadilla del Monte (Madrid). Aunque los dibujos (chistes, diríamos ahora) que Daumier publicó en la prensa parisina incidían sobre todo en el mundo de la política y de la justicia, también abordó otros temas como este de las falsificaciones alimentarias que, al parecer, eran moneda común en todo el mundo, si bien él denunció con especial escarnio las que se producían en la lejana China. “Los chinos –denuncia en una de sus viñetas– son los únicos capaces de fabricar vino sin uvas”. Tiene su gracia que, siglo y medio después, la China de los grandes milagros económicos todavía no haya superado esta imagen. Ahí está sin ir más lejos el reciente escándalo de las leches infantiles.
Precisamente Higiene Moderna sigue muy de cerca lo que ocurre en Francia e informa en 1901 de una serie de medidas legislativas al respecto así como de la constitución de una Liga contra los envenenadores. Los ciudadanos deben rebelarse contra este tipo de fraudes porque “es un error muy extendido pensar que las únicas víctimas de la adulteración y el fraude son aquellas que de vez en cuando registran las columnas de los periódicos, al hacer relato de accidentes aparatosos y dramáticos. No. Lo que conmueve y espanta es medir la extensión del daño que ese trabajo continuo y silencioso de la alimentación artificial va produciendo lentamente en organismos ya estigmatizados por la herencia y la pobreza”.
“Que se sepa –prosigue Higiene Moderna en su denuncia– que hay gente que cree estar comiendo manteca de leche o por lo menos margarina, cuando en realidad ingiere una droga compuesta de talco, vaselina y materias colorantes procedentes de la hulla, y gastrónomo que saborea, por ejemplo, una sardina conservada, sin darse cuenta de que está masticando una pasta sucia que ha pasado del molde al aceite de algodón”. ¿Exageraciones? No debe descartarse cierto sensacionalismo implícito en este tipo de informaciones; pero, en fin, los datos entresacados de la prensa decimonónica y de la de décadas posteriores son abrumadores. El movimiento higienista, que proclamaba la limpieza del cuerpo y de la mente, fue también un intento para acabar con todo tipo de corrupciones.
Además de las viejas viñetas de Honoré Daumier, la actual crisis económica y financiera que se ha desatado de manera tan inesperada, aunque los listos de siempre la veían venir, también hace oportuna esta llamada de atención sobre la seguridad alimentaria, o bastaría decir simplemente sobre la seguridad, porque todas nuestras certezas están en entredicho. Las trampas del mundo financiero, de las que nadie se ha librado, incluyendo a quienes se suponían expertos, ricos e informados, han generalizado la desconfianza como probablemente nunca haya ocurrido en otros tiempos, ni siquiera cuando el crac de 1929. Los que juegan con nuestro dinero y con nuestro trabajo son los mismos que ponen en riesgo nuestra salud, la física y la mental, sin escrúpulo alguno.
Vivimos tiempos confusos, tramposos y desconfiados en los que tampoco va a salir bien parada la cultura ecológica, aun contando con las promesas de Obama en relación con las energías renovables. Nunca he compartido esa visión idílica del mundo ecológico, tan vasto y complejo por otra parte, donde supuestamente confluyen los más puros de la tierra. Como cabe suponer, hay de todo, pero sí es cierto que muchos de sus postulados, eso que sin ningún tipo de complejos llamamos pensamiento ecológico, pudieran hacer una contribución decisiva en estos momentos propicios a la desesperanza y al pesimismo. La dimensión ética de la ecología debería impregnar todos los ámbitos de la sociedad. Mejor nos iría. No sólo se trata de crear nuevas instituciones que vigilen el proceloso mundo financiero. Hace falta también una nueva moral.