Toda una vida en Suiza: mis retos desde el 64

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En plena década de los años 60, eran muchos los españoles que decidieron hacer su maleta y emprender viaje a países como Suiza, Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica y Holanda, para iniciar allí una nueva vida. Entre ellos, también había ingenieros, que gozaban de buena reputación en Europa. José María Boada, perito industrial por la Escuela Técnica de Peritos Industriales de Valencia, fue uno de ellos, y desarrolló su carrera profesional en Suiza. En el siguiente artículo rememora sus vivencias y experiencias sobre esta exitosa etapa de su vida

En verano de 1965 estuve cumpliendo las prácticas de las milicias universitarias en Bétera (Valencia). Fue en agosto de ese año cuando un encuentro fortuito con un primo mío cambió mis planes profesionales que, reconozco, no eran muchos.

Mi primo vivía en Friburgo (Suiza) y realizaba estudios en la universidad de esa ciudad. Me dijo que tenía la posibilidad de encontrarme un trabajo, puesto que Suiza “buscaba mucho ingeniero”. El resultado fue que al cabo de 3 o 4 semanas tenía un contrato de trabajo de la Brasserie du Cardinal SA (fábrica de cervezas), que tuve que presentar en la oficina de emigración para su control, validación y firma.

El tres de febrero de 1966 viajé a Suiza donde me encontré, como esperaba, con un país más avanzado que España. Hacía frío, mucho frío. Comencé el trabajo el 5 de febrero con temperaturas de 5 a 10 grados bajo cero. Además, mis conocimientos escolares de francés resultaban bastante vanos. En realidad, sólo la gramática me parecía amena.

Debido a la falta de dominio del idioma francés, convenimos que trabajaría por las mañanas con el equipo de electricistas, y por las tardes en la oficina. Ahí hice el primer descubrimiento del pragmatismo suizo y mi poder de amoldarme a una vida que me permitió bajar del pedestal de los estudios. Eso duró dos meses, durante los cuales trabajé muy duro, y además aprendiendo la preciosa y culta lengua francesa. En Friburgo se hablaba dos tercios en francés; el resto en dialecto suizo alemán.

Durante dos años hice prueba de mucha capacidad de trabajo, ayudado por la buena reputación que teníamos los ingenieros españoles. Al cabo de ese periodo, el destino quiso que mi jefe fuera contratado por Sulzer Internacional y, en consecuencia, su autorización federal de proyectar instalaciones eléctricas de manera ilimitada estaba caducada, y yo me presenté para reemplazarlo. Tuve que presentar a la autoridad federal mi diploma de ingeniero y el programa seguido durante los cuatro años de estudios. Obtuve la autorización, papel muy valioso en Suiza. Cada año tenía la visita durante tres días de un inspector oficial de instalaciones eléctricas que revisaba las instalaciones.

En ese primer empleo me formé profesionalmente puesto que tocaba instalaciones muy diversas como frío industrial (amoniaco y glicol), calderas de vapor, fabricación de la cerveza automatizadas y cinco líneas de embotellado con rendimientos cada una de hasta 64.000 botellas por hora, con unos 1.300 motores trifásicos en total, en toda la fábrica (desde 1.5 kW hasta 350 kW).

En esa fábrica tuve la oportunidad de participar en el desarrollo de una producción de cerveza sin alcohol, que tuvo un gran éxito puesto que era la única que partía de una cerveza especial a la cual le eliminamos el alcohol por medio de una torre de inversión de fluido. Durante años produjimos varios centenares de miles de hectolitros al año, con destino a Arabia Saudita, Canadá y Suiza.

En la fábrica de Friburgo poseíamos dos centros de transformación 17kV/380V, con una potencia de 1.500 kVA cada uno, alimentados por dos líneas diferentes. Los dos centros dependían del suministrador de energía. Conseguí que me permitieran realizar las conmutaciones de 17kV en el caso de que una de las líneas faltara, lo que permitió que algunos cortes de electricidad fueran de corta duración.

Desde 1970 hasta 1977 fui nombrado secretario general de la Sociedad Suiza de Ingenieros del Canton de Friburgo. Lo que hizo que me relacionara con muchos ingenieros. El comité se reunía una vez al mes como mínimo.

Trabajé en Friburgo de 1966 a 1979. En el año 74-75 participé en la construcción de una fábrica de cervezas en Dakar (Senegal). Cada mes residía una semana en Dakar y eso durante unos quince meses. Aparte de ocuparme de todo lo que era eléctrico, me encargaron contra-tar todo el equipo técnico africano. Con antelación a mi llegada a Dakar, yo ya había formado durante seis meses a quien sería el futuro responsable técnico, que por supuesto era senegalés. Fue un trabajo muy interesante y tuve que tratar con empresas francesas que tenían sucursales muy dinámicas en Dakar.

En 1978, recibimos 6 personas dirigentes de Guinea Conakry, con el objetivo de formarlos para la nueva fábrica de cervezas que estaba en construcción en su país. Durante seis meses, estuve con ellos todos los días para llevar a cabo esa formación.

En ese momento yo ya estaba pensando salir de la empresa para cambiar de aires y ver otra manera de trabajar. En 1979, firmé un contrato, en Ginebra, con la Société Coopérative MIGROS Genève para trabajar como responsable de la electricidad de los depósitos de logística y de los 40 supermercados que poseía la empresa. Antes de comenzar en Ginebra, la empresa de Friburgo recibió una carta del Gobierno de Guinea Conakry en la que pedía una persona para responsabilizarse de la puesta en marcha de la cervecería en construcción, durante un año. En la carta señalaron que me habían elegido debido a que las seis personas formadas por mí deseaban que fuera yo quien realizara ese trabajo. No obstante, rechacé la invitación, puesto que ya había firmado el trabajo de Ginebra.

Mi trabajo en Ginebra era menos técnico que el de Friburgo, pero me permitió completar mi formación en el ámbito de control de presupuestos y adjudicaciones a muchas empresas. Entre los trabajos más importantes que llevé a cabo, destacan dos de ellos, en los que tuve que gestionar presupuestos de toda la electricidad por unos cinco millones de francos suizos cada uno.

En 2004 me jubilé, a los sesenta años. En el terreno privado, contraje matrimonio con una mujer suiza en 1969, con la que tuve un hijo que estuvo en Roma durante cuatro años como guardia pontificio del Papa. Mi hijo vive y trabaja en Ginebra.

En segundas nupcias, contraje matrimonio en 1986 con mi esposa actual. Hemos tenido tres hijas. Los cinco (matrimonio e hijas) obtuvimos la nacionalidad suiza en 1995.

Si hago un balance de mi decisión de venir a Suiza para trabajar, debo reconocer que fue un acierto. A pesar de que al principio no lo pasé muy bien por cuestiones de idioma, costumbres, clima, etc., todo ello me permitió forjarme un “hombre de voluntad” y trabajador. Hay que pensar que actualmente Suiza cuenta con un 25% de población residente extranjera (indico que yo, por ejemplo, no entro en esa estadística). No conozco otro país, al menos en Europa, que tenga tantos extranjeros. En Ginebra, además de esos extranjeros que residen, tenemos 90.000 trabajadores franceses de todo tipo, que atraviesan la frontera todos los días para trabajar en este Canton que posee, en total, una población de 500.000 personas. Por supuesto, también hay problemas de convivencia, pero esos problemas se resuelven en Suiza con voluntad y tolerancia. Suiza tiene en política un gran poder de consenso, y las alianzas nunca dan miedo ni rechazo. Quisiera que nuestro querido país de origen pueda llegar un día a ese nivel de respeto mutuo.

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