Sesquicentenarios

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“CAJAL ES HOY UNA REFERENCIA VIVA, TANTO COMO PARA SER EL CIENTÍFICO CLÁSICO MÁS CITADO EN LA ACTUALIDAD, POR DELANTE DE EINSTEIN, DARWIN O NEWTON”

Cada año, el calendario nos invita a recordar a los grandes hombres de nuestro pasado. Vivimos a golpe de centenarios, y en torno a ellos se organizan exposiciones, se convocan conferencias y se publican libros y artículos. Este año, a falta de efemérides más redondas, conmemoramos dos sesquicentenarios (ya saben, centenario y medio), los de los nacimientos de Antoni Gaudí, arquitecto, y Santiago Ramón y Cajal, histólogo. El primero está teniendo una amplia difusión mientras que el segundo apenas ha trascendido, pese a que, sin restar mérito a Gaudí, Ramón y Cajal se yergue como una figura sin parangón en la historia española, tanto por su importancia absoluta como por su soledad en el Olimpo científico nacional. Una vez más, el arte oscurece la ciencia, una queja tan frecuente que se ha convertido ya en monserga.

Cajal no es sólo nuestro principal científico, sino también el único con auténtica relevancia internacional. Podría unirse a él Severo Ochoa, pero aunque éste nació español, murió estadounidense, y como tal recibió el Premio Nobel. Cajal, por el contrario, lo hizo todo en España y, a pesar de las dificultades que ello suponía, consiguió destacar internacionalmente. En pocas disciplinas existe una figura tan unánimemente reconocida como en la neurociencia con él. Y no sólo como figura histórica; Cajal es hoy una referencia viva, tanto como para ser el científico clásico más citado en la actualidad, por delante de Einstein, Darwin o Newton.

Nieto de labradores e hijo de Justo Ramón Casasús, un médico rural que a base de tenacidad acabó de catedrático en Zaragoza, Cajal (siempre recordado por el apellido de su madre, Antonia), nació en Petilla de Aragón, enclave navarro en la provincia de Zaragoza, el 1 de mayo de 1852. Heredó de su padre el tesón y la claridad de objetivos y mostró desde pequeño gran capacidad de observación, una chispa de genialidad y una gran habilidad manual, importante requisito para la preparación de muestras, el arte de la tinción y la elaboración de sus famosos dibujos, donde plasmó lo que veía a través del microscopio.

Estudió la carrera de Medicina en Zaragoza y ejerció la profesión como médico militar en Cuba, donde contrajo el paludismo, cuyas secuelas le acompañaron toda su vida. De regreso a España, se doctoró en Madrid e inició su carrera académica e investigadora, en contra de la opinión de su padre, que quería que se dedicase a la medicina clínica. También contrariando la voluntad paterna, se casó con Silveria Fañanás, con la que tendría siete hijos. Profesor de Anatomía Patológica en Zaragoza, en 1883 consiguió una cátedra en Valencia, donde estudió la epidemia de cólera y, al tiempo que Jaime Ferrán, la obtención de una vacuna. En este campo, fue el primero es demostrar que los patógenos atenuados sirven para producir resistencia a la enfermedad.

En 1887 consiguió una cátedra en Barcelona. En esta época, de la mano de Luis Simarro, aprendió la técnica de tinción de Camilo Golgi, mejorándola sustancialmente, lo que le permitió llegar a su mayor descubrimiento: que los tejidos nerviosos están formados por células individuales, aunque conectadas entre sí mediante las sinapsis. Para dar a conocer su trabajo, en 1889 acudió a la reunión anual de la Sociedad Histológica Alemana, en Berlín. Allí “obligó” al más importante histólogo alemán de la época, Rudolf Albert von Kölliker, a mirar por su microscopio, pasando de ser un absoluto desconocido al centro de atención de la reunión.

En 1892 consiguió la cátedra en Madrid y, poco a poco, de la mano de sus colegas alemanes, entró en los círculos internacionales, siendo elegido miembro de las academias de Roma, Viena, París, Lisboa y Berlín, entre otras. Y con la fama internacional le llegó la gloria nacional, convirtiéndose en referencia obligada, tanto de la élite intelectual como del pueblo llano. Dotado de una gran capacidad de trabajo, al que dedicaba 14 horas diarias, continuó ofreciendo espectaculares resultados con sus trabajos sobre el cerebelo, el ojo y otras estructuras. Entre sus aportaciones destacan la ley de polarización dinámica de las neuronas o el descubrimiento y descripción de diversos tipos de células nerviosas.

Autor de numerosas obras científicas, la más importante de las cuales es la “Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados”, también escribió obras destinadas a fomentar vocaciones, como “Reglas y consejos para la investigación científica”, que el CSIC acaba de reeditar. Su papel en este campo fue mucho más amplio, ya que creó una escuela científica como nunca antes la hubo en nuestro país, presidió la Junta de Ampliación de Estudios, germen del CSIC actual, y creó el Instituto Cajal de investigación neurológica. Entre sus muchos reconocimientos destaca el Premio Nobel de Medicina de 1906.

Murió en Madrid, el 17 de octubre de 1934, y su entierro se convirtió en un auténtico duelo nacional.

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