Ramón Verea: el gallego que revolucionó las calculadoras con su máquina Verea Direct Multiplier

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Ramón Verea, ingeniero y periodista gallego, está considerado como el precursor de las calculadoras modernas. En 1878 creó la Verea Direct Multiplier, la primera calculadora que realizaba multiplicaciones directas, simplificando un proceso que antes dependía de sumar repetidamente. La Oficina de Patentes estadounidense patentó su invento, que actualmente se expone en el Museo de IBM en Nueva York.

Retrato de Ramón Verea.

Mónica Ramírez

Ramón Verea, nacido en 1833 en el municipio gallego de La Estrada (Pontevedra), es recordado principalmente como el inventor de las primeras calculadoras mecánicas. A lo largo de su vida, destacó por su versatilidad, ya que fue ingeniero, periodista y escritor. Ya desde su juventud llamaba la atención por su gran inteligencia y por su interés por la mecánica, además de su vocación intelectual.

Descendía de una familia hidalga, hijo de Juan de Verea de Aguiar y Florentina García, y le ayudó a estudiar un cura que era tío suyo, Francisco de Porto, en su propia aldea. Cuando contaba la edad de trece años se fue a estudiar al seminario diocesano de Santiago de Compostela, donde permaneció seis años.

Primeros trabajos
En 1855 emigró a Cuba, donde trabajó como maestro y escribió dos novelas, tituladas “La cruz de Cobblestone” y “Una mujer con dos maridos”. Allí aprendió inglés y comenzó sus primeras incursiones en el mundo del periodismo. Sin embargo, su interés por la mecánica hizo que llegara, en 1863, su primer invento destacado: una máquina para plegar periódicos.

Tras una breve estancia en Puerto Rico, en 1865 se trasladó a Nueva York. En una ciudad que en aquel momento bullía de modernidad y progreso, intentó patentar su máquina plegadora, pero la falta de recursos lo obligó a vender el invento. A pesar de este revés, en 1874, su trabajo como cambista entre Nueva York y La Habana lo motivó a desarrollar un aparato para calcular equivalencias monetarias.

Este fue el inicio de una nueva vida, en la que, además de trabajar como traductor, empezó a labrarse un futuro como empresario. De este modo, en 1875 fundó la imprenta El Polígloto. Más tarde fundó y dirigió el periódico “El Cronista”, y desde 1884 la revista quincenal (luego mensual) “El Progreso”, que se sostenía sin publicidad para salvaguardar su independencia, y se difundía en español, en una veintena de países.

La máquina utilizaba un mecanismo de cilindros perforados que operaba de manera similar a un telar de Jacquard

Busto de Ramón Verea en La Estrada, provincia de Pontevedra. Fuente: Wikimedia Commons. Creative Commons Attribution-Share Alike 2.0 Generic license.

Entre tanto, creó también una “Agencia industrial para la compra de maquinaria y efectos de moderna invención”. En esa época fue cuando ingenió su máquina calculadora: la Verea Direct Multiplier; la primera que realizaba multiplicaciones de forma directa en vez emplear múltiples vueltas de manivela, y por ello se considera un antecedente de las calculadoras modernas. La oficina de patentes estadounidense le concedió, el 10 de septiembre de 1878, la número 207.918, el mismo año en el que ganó una medalla de la Exposición Mundial de Inventos de Cuba. Además, su calculadora fue mencionada en la prestigiosa revista “Scientific American”.

Funcionamiento de la máquina
La máquina utilizaba un mecanismo de cilindros perforados que operaba de manera similar a un telar de Jacquard, permitiendo realizar cálculos de nueve cifras por multiplicadores de hasta seis dígitos en tan solo 20 segundos.

En aquella época ya existían calculadoras, pero eran máquinas con rudimentarios sistemas mecánicos que habían aparecido en la década de 1820. Sin embargo, estas calculadoras solo permitían un único tipo de operación. Para hacer una multiplicación había que desgranarla en sumas, de tal manera que, por ejemplo, la multiplicación de 35×42 se obtendría colocando la máquina en el número 350 y se accionaría la manivela cuatro veces (lo que equivale a 35x10x4 o 35×40). Después se colocaría 35 en la máquina y se accionaría dos veces la manivela (35×2), sumándose el resultado de las dos operaciones (35×40+35×2, que es lo mismo que 35×42).

Imagen de la primera página de la patente de la máquina de Ramón Verea, fechada el 10 de septiembre de 1878, en la Oficina de Patentes de los Estados Unidos.

El invento de Ramón Verea supuso un salto cualitativo con respecto a las máquinas anteriores, ya que no solo sumaba y restaba como las de su tiempo, sino que también podía dividir y multiplicar con precisión, y su velocidad resultaba increíble para la época. Todo ello era posible porque en lugar de realizar múltiples vueltas de manivela para sumar cifras, permitía multiplicar directamente, gracias a una tabla de multiplicar codificada en los cilindros de la máquina.

La multiplicación la resolvía mediante un método directo basado en un mecanismo patentado por Edmund D. Barbour, en 1872, que empleaba un sistema que obtenía valores de una tabla de multiplicar codificada de manera similar al sistema Braille.

No obstante, aunque su calculadora fue galardonada en la Exposición Mundial de Inventos en Cuba, no tuvo éxito comercial, y solo se fabricaron tres unidades. A pesar de ello, parece ser que Verea no buscaba un beneficio económico con su invención, pues según él mismo explicó, sus motivaciones fueron “el amor propio, el deseo de demostrar que un español podía destacar en el ámbito inventivo a nivel internacional, y el afán de contribuir al avance de la ciencia”.

En cualquier caso, este invento refleja, sin duda, el genio de Ramón Verea, que dejó un legado importante en el desarrollo de la tecnología de cálculo, y su creación sirvió de inspiración para futuros desarrollos de calculadoras.

La Verea Direct Multiplier tenía unos 26 kilos de peso, 20 centímetros de largo, 13 de ancho y 17,5 de alto.

En los años posteriores, Ramón Verea centró su vida en el periodismo, fundando y dirigiendo diversos periódicos y revistas en diversos lugares, como Galicia, Guatemala y Argentina. Falleció en Buenos Aires en 1899. Su legado como inventor fue reconocido póstumamente, consolidando su lugar en la historia de la computación. En la actualidad, su calculadora se expone en la sede central de IBM, en White Plains (Nueva York), formando parte de la colección iniciada en 1930 por el fundador de IBM.

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