Programados para fallar

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La sociedad de consumo se mueve a impulsos de la obsolescencia programada, una estrategia eco-nómica que consiste en fabricar productos con fecha de caducidad. Pero ya hay quienes reclaman un cambio de mentalidad que ponga fin a esta práctica de casi usar y tirar

Antes las cosas duraban más, suelen decir nuestros mayores con cierta nostalgia. Y no les falta razón. Muebles que pasaban inmaculados de padres a hijos; sofás y colchones a prueba de revolcones; ropa por estrenar que unos hermanos heredaban de otros; ollas y demás menaje de cocina resistentes a miles de usos y lavados… Pero, sobre todo, frigoríficos, lavadoras, televisores, aparatos de radio y otros instrumentos electrónicos que envejecían con salud de hierro junto a sus propietarios dibujan un mundo que ya solo pertenece a la memoria de los más viejos del lugar.

Y es que nos guste o no, somos víctimas de la obsolescencia programada, motor secreto de nuestra actual sociedad de consumo y que, básicamente, consiste en fabricar productos que dejan de funcionar con rapidez para obligar al cliente a adquirir otros nuevos. Una vida programada para fallar que tiene sus orígenes en los años veinte del siglo pasado, cuando los principales fabricantes de lámparas, en una suerte de asociación secreta, acordaron limitar la vida útil de sus productos para, irremediablemente, forzar a los ciudadanos a comprar más bombillas.

Desde entonces, esta estrategia de crear bienes casi de usar y tirar ha ido extendiéndose a multitud de productos hasta configurar una interminable lista que, por supuesto, incluye móviles, ordenadores, impresoras, cámaras digitales, programas informáticos y videojuegos, amén de los clásicos electrodomésticos y otros aparatos eléctricos, pero en la que tampoco falta la ropa de moda, los automóviles y hasta los libros de texto para felicidad de quienes quieren ser los primeros en tener el último modelo de todo.

Sin embargo, aunque fabricar aparatos electrónicos que nacen con fecha de caducidad ya no es ningún secreto -incluso se enseña en las aulas universitarias y hay quienes hablan de que la obsolescencia programada está garantizada por ley, en alusión a la que las autoridades europeas únicamente obligan a una garantía de dos años para la mayoría de los productos- este modelo de comprar, tirar, comprar, como así titulaba un premiado documental coproducido por la radiotelevisión pública española y catalana, entre otras televisiones, plantea no pocos inconvenientes sociales y ambientales sobre los que personas de todo el mundo han empezado a actuar.

Cambio de mentalidad

Así, aseguran que esta cultura del despilfarro que cree que los recursos naturales son ilimitados no tardará en pasar factura al planeta y a las generaciones futuras, incapaces de gestionar estos excesos, por lo que demandan un cambio de mentalidad y de un sistema que, sostienen, está diseñado para fabricar barato en China, comercializar en Europa y llenar de basura electrónica a las regiones más pobres de la Tierra.

Pero cambiar la manera de fabricar supone un cambio socioeconómico que necesariamente deben de venir de la mano de los ciudadanos, tal como reclama Benito Muros, un empresario español que lidera el movimiento Sin Obsolescencia Programada (SOP) y creador, junto a un grupo de ingenieros, de una bombilla que dura toda la vida como símbolo de una resistencia eléctrica cuyo mayor icono es una vetusta luminaria que lleva encendida de forma ininterrumpida 111 años en un parque de bomberos en Livermore (California). Este cordobés que defiende que con la tecnología actual los electrodomésticos deberían vivir hasta 70 u 80 años, no es sino una más de las muchas personas que insisten en la necesidad de concienciar a la sociedad de los peligros de esta práctica que califican de socialmente irresponsable.

Gentes de todo el mundo que se niegan a obedecer la ley de obsolescencia y abogan por detener esta locura usan durante más tiempo los aparatos electrónicos que aún funcionan o, en su caso, los llevan a reparar. Y han generado una diversidad de sitios en Internet que dan opciones a la obsolescencia programada: rellenar los cartuchos de tinta y usar genéricos; intercambiar, comprar y vender videojuegos usados; utilizar programas informáticos de código abierto; comprar libros de segunda mano; aprender a remendar o llevar las ropas a arreglar, usar pilas genéricas y bombillas de tecnología led y demás.

Estos usos, en su opinión, no supondrían en ningún caso acabar con el crecimiento económico ni con la creación de empleo, como critican muchos economistas. Antes al contrario, pues afirman que si se fabrican productos que duran mucho, florecerá el mercado de segundo mano y los negocios de reparación.

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