Peñalara

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“LA REEDICIÓN FACSÍMIL DE LOS PRIMEROS NÚMEROS DE LA REVISTA PEÑALARA ES UNA MAGNÍFICA NOTICIA PARA LOS AFICIONADOS AL MONTAÑISMO, LA CIENCIA, LA GEOGRAFÍA, LA LITERATURA Y EL HIGIENISMO”

En algún otro momento he citado en esta sección, y acaso más de una vez, a la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara (1913), o simplemente Peñalara, pero es justo que en esta ocasión lo haga de manera amplia, pues acaba de presentar la sociedad madrileña, aún viva, una edición facsímil de los doce primeros números (habrá más) de su Revista Ilustrada de Alpinismo que, lógicamente, también se llama Peñalara, como el lugar emblemático de la sierra de Guadarrama que fue su referente espacial, cultural y sentimental.

Para valorar la importancia de esta iniciativa, apoyada por la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, baste decir que es una publicación muy admirada y apetecida de la que apenas quedan doce colecciones completas. Por tanto, es una magnífica noticia no sólo para los aficionados a la historia de la montaña, o simplemente al montañismo, sino para los amantes de la ciencia, de la geografía, de la literatura e incluso del higienismo.

Porque Peñalara fue más, mucho más que una revista de montañas y de montañeros. Para empezar, recordemos que sus fundadores habían estudiado en la Institución Libre de Enseñanza y que su primer presidente, Constancio Bernaldo de Quirós, exiliado y fallecido en México, había sido alumno predilecto de Francisco Giner de los Ríos, el hombre que nos enseñó a mirar, a sentir y a pensar el paisaje de manera distinta.

Pero que Peñalara era algo más que un club, de montaña en este caso, lo demuestra el segundo punto de sus estatutos fundacionales: “El objeto de la misma será, además de estrechar la amistad más cordial entre sus miembros (tan sólo doce en un principio), conocer en todos sus aspectos el sistema orográfico central de la Península, a la vez que ayudar al desenvolvimiento moral y material de los habitantes de aquella cordillera”. ¿Añadirá algo a esta cita el hecho de conocer que la primera sede de la revista fue el Instituto de Reformas Sociales donde trabajaba Bernaldo de Quirós y algunos otros nombres del pensamiento social más avanzado de la época?

Tuvo lugar el acto de presentación de este facsímil en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, y no por capricho o casualidad, sino para recordar la estrecha vinculación de la revista con el mundo científico y de manera especial con el propio museo que, por otra parte, también había hecho de la sierra madrileña y segoviana un laboratorio privilegiado. En efecto, algunos de nuestros más renombrados geógrafos, geólogos o botánicos, también institucionistas muchos de ellos, hicieron ciencia en la propia sierra y, por supuesto, también participaron de las inquietudes de Peñalara, de la sociedad alpina y de la revista donde publicaron algunas de sus observaciones. Baste citar el nombre del geólogo Eduardo Hernández-Pacheco.

Los relatos de las excursiones suelen incluir observaciones como ésta: “Descanso y almuerzo junto a una fuente, entre los escombros del último desprendimiento, ocurrido el pasado invierno. Estos escombros nuevos permiten ver cómo el sonrosado de las masas abundantes de feldespato prestan a la Pedriza su entonación rubia (…) De paso, entre los escombros, recogemos un trozo de una roca extraña entre los granitos pulverizados, que Pacheco considera una diorita”. Pacheco es el citado Eduardo Hernández-Pacheco.

Una de las secciones fijas de la revista se titula “Los poetas de la sierra” y en ella se publican, a veces en primicia, algunos de los más hermosos versos sobre el Guadarrama. Suele citarse siempre el nombre de Enrique de Mesa, el llamado con todo merecimiento poeta de la sierra, pero hubo muchos más. Igual importancia se le da a la pintura paisajística.

Recogen estos primeros números infinidad de curiosidades, por ejemplo las ofertas de los ferrocarriles que “han establecido billetes económicos de ida y vuelta a Colmenar para los domingos al precio de tres pesetas”, las sentencias judiciales que dejaron como bien público algunos terrenos que los especuladores sumaban a sus fincas, o la corrección de errores geográficos en los que había incurrido nada menos que don Casiano de Prado. Por eso es oportuna la disculpa: «Al rectificar en las páginas de Peñalara el error del maestro, no mueve al insignificante trepador que suscribe el menor impulso de vanidad, sino un profundo sentimiento de cariño hacia la obra científica del autor de la Descripción física y geológica de la provincia de Madrid (1864)”.

Para terminar, es obligado destacar la calidad fotográfica de la revista. Algunas de esas fotos, precisamente, han ilustrado la nueva edición de “Cuaderno de Guadarrama”, una de las obras andariegas de Camilo José Cela, escrita en 1952, que también acaba de editar Peñalara. Algo más que un club, ya digo.

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