PAULINO IRADIEL MURUGARREN

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“LA SOCIEDAD DEL CONSUMO NACE YA EN LA BAJA EDAD MEDIA”

Bertolt Brecht escribió que la más ardua situación se da cuando lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir. Paulino Iradiel Murugarren (Miranda de Arga, Navarra, 1945) lo sabe bien, pues conoce como pocos la historia de la baja Edad Media, una encrucijada en la historia de la Humanidad que vivió los años convulsos que acompañan a cualquier transición entre dos mundos radicalmente diferentes: el medievo y la época moderna. Iradiel responde a los que tachan a la Edad Media de tiempo sombrío cuando comenta que el capitalismo, la industria, las ciudades y el Estado moderno tienen su origen en la edad de los castillos. La famosa Revolución industrial fue más bien una evolución lenta que arranca en el siglo XIV.

Su época de formación universitaria y los inicios de su carrera académica le pillaron todavía en el contexto de la dictadura franquista. ¿Qué cambió entre el franquismo y la democracia a la hora de ejercer el oficio de historiador?

Yo empecé en el tardofranquismo, pero ya en un momento muy de transición y en un lugar un poco privilegiado. Era el final de la década de los 60 y principios de los 70, la cosa ya comenzaba a cambiar. Y en un lugar privilegiado porque estudié en Salamanca y realmente Salamanca en aquella época era un poco excepcional. Había inquietud, había aires ya bastante europeos, había una excelente Facultad de Historia y, respecto a otras universidades, tenía ciertas ventajas. Sí, se notaba la cerrazón, el nacionalismo un poco insano y fuerte, y el retraso respecto a historiografías europeas, pero no era tanto como en otras universidades españolas. Por ejemplo, yo vine a Valencia en 1981 y todavía encontré un poso de historiografía y de visión que no acababa de lanzarse plenamente hacia una renovación total. Estaba como estábamos en Salamanca 10 años antes. Pero bueno, en los inicios de los años 70 el franquismo se notaba y mucho.

¿Había temas o enfoques que no se podían estudiar o partituras de las que uno no se podía salir?

Ya te digo que allí en Salamanca no se notaba tanto el bloqueo a la investigación. Se comenzaba ya a hablar de marxismo, de renovación, de la escuela francesa de los Annales… Todo esto lo dejaban hacer; no era problema, y menos cuando se aplicaba a la Edad Media. La historia contemporánea o la historia del siglo XX ya era otra cosa.

¿Se podían hacer análisis históricos materialistas?

Se podía comenzar a hacer. Como sabes, una determinada concepción de la historia, pongamos materialista o marxista, no se introduce en un día. Es muy lenta la introducción. La lectura, la reflexión, los debates, los seminarios… todo esto es un proceso que dura varios años y que se introduce poco a poco. No nos convertimos en marxistas de la noche a la mañana.

Ahora, con el advenimiento de la democracia y la reivindicación regionalista o nacionalista, ¿se asiste a una balcanización historiográfica?

La palabra balcanización es quizá un poco fuerte pero bastante ilustrativa. La historia local y la localización como proceso historiográfico tiene dos vertientes, una que es positiva y otra que no lo es tanto. Positiva porque defender, apoyar la historia local es bueno. Al fin y al cabo, se trata de descubrir raíces que son más cercanas, más propias, más nuestras. Pero junto a este lado bueno de la historia local se está introduciendo historiografía de calado bajo y de interés muy limitado. Pero con la ambigüedad tenemos que convivir. No podemos ir contra la historia local, contra la compartimentación de la historia; pero debemos luchar contra los efectos negativos de esta parcelación o balcanización.

Algunos temen que libros editados con ayudas de los gobiernos locales aporten más a la geografía regionalista o nacionalista que a la teoría histórica.

Es cierto que ha perdido fuerza la historiografía de síntesis, la historiografía fuerte, de ideas o ideologías que dominaron en los años 60, 70 y 80. Ahora es difícil encontrar libros, síntesis realmente renovadoras en historiografía medieval, moderna y contemporánea incluso.

“TODA LA HISTORIA ES REPENSAR EL PASADO. NO HACEMOS MÁS QUE REELABORAR PENSAMIENTOS, IDEAS O INTERPRETACIONES DEL PASADO.”

¿Pueden tener los historiadores españoles una visión objetiva de nuestro pasado?

La historia verdadera no existe. Todo lo que hacemos es mejorar el conocimiento, acercarnos a una mayor objetividad en el conocimiento. Toda la historia es repensar el pasado. No hacemos más que reelaborar pensamientos, ideas o interpretaciones del pasado. En cuanto a los nacionalismos, la cosa es compleja, pero hay mucho de presentismo, de utilización intencionada del pasado y de aplicación a realidades actuales de problemas o de hechos del pasado que no sirven para justificar lo actual. El conmemoracionismo, y entiendo por ello celebraciones que se hacen en torno a figuras, fechas de nacimiento de un país, una nación, una conquista, no es del todo bueno. Y, de hecho, está dando muchos problemas, muchas tergiversaciones de la historia. No todo el conmemoracionismo es rechazable; digo que hay mucho de manipulación.

Desde la perspectiva de la historia medieval, ¿qué es España?

Nosotros solemos hablar de historia de las Españas medievales. ¿Qué se quiere decir? Que realmente es un conglomerado de realidades bastante diferentes que se unieron políticamente casi por casualidad. Hubo muchos intentos de unión anteriores, normalmente vía enlaces dinásticos, y uno de ellos tuvo final feliz. Lo cual no quiere decir más que fue un poco por casualidad, que no había una predestinación ni un destino prefigurado por la historia, y que las realidades diferentes continúan. Todo lo que ha venido posteriormente de si esas realidades deben o no permanecer en una unidad y qué tipo de unidad es un tema político.

La Edad Media está marcada a fuego con el estigma de una época oscura. ¿Fue tan sombría como se nos ha dado a entender?

La Edad Media es muy larga. Se extiende desde el siglo V hasta el siglo XV, es decir, mil años. Mil años es mucho tiempo. Siempre se ha tendido a hablar del medievo como una edad sombría, negra, y como un periodo de oscuridad entre dos épocas de resplandor, de claridad, como son el mundo clásico antiguo y el mundo del Renacimiento, la explosión de nuevo del hombre. Y eso ha calado en el imaginario popular hasta el punto de que para hablar de condiciones laborales nefastas alguien pueda utilizar expresiones del estilo “¡Qué se cree el capataz, que estamos en la Edad Media!” o “Ése es un explotador feudal”.

¿No fue tan negra la Edad Media como la pintan?

Yo soy de los que defienden, como la mayoría de medievalistas, que a partir del año 1000 (porque del año 400 o 500 al año 1000 realmente sí es, y mucho, una época oscura) es una época novedosa, de mucho esplendor y de génesis en todos los terrenos: de las ideas, del individualismo, del crecimiento económico, de la implantación de un sistema económico nuevo que dura hasta el siglo XVIII o XIX, de una revolución comercial, urbana y de métodos mercantiles, financieros, bancarios que tiene enorme modernidad y que son antecedentes bastantes directos de la Revolución industrial del siglo XVIII y XIX. Hay mucha modernidad en la Edad Media, sobre todo a partir del año 1000.

¿Se refiere al renacimiento vivido con Carlomagno?

Carlomagno es un poco anterior. En cuanto al sistema político, a la economía también, Carlomagno supone una renovación cultural importante. Pero es que parten de casi cero. En cualquier caso, pertenece más al mundo antiguo que a la renovación posterior.

El imperio de Carlomagno fue para muchos el primer intento verdadero de construcción europea.

La identificación entre Carlomagno y la génesis de Europa ha sido muy destacada y mediática. Bien, se puede entender, pero una génesis casi como la concepción, el embrión no nato. Entonces aún quedaba muchísimo para que una idea de Europa y una realidad europea potente se desarrollara. Carlomagno reina en torno al año 800, y por aquel entonces quedaban todavía 400 años para que esta idea de Europa tomara forma. Siempre se han cogido figuras destacadas y hechos deslumbrantes para poner la fecha de un nacimiento. Es el conmemoracionismo histórico del que hablábamos antes.

Usted ha estudiado con especial insistencia la fase final de la Edad Media, los siglos XIV y XV; una época de crisis, de transición, que en gran parte todavía es un misterio. ¿Qué sabemos de esa crisis?

El siglo XIV, y parte del XV, ha sido calificado de crisis bajomedieval. Hoy día esto está cambiando y la concepción de crisis de la baja Edad Media está siendo muy matizada o incluso ya marginada. ¿En qué consistía o cómo se ha entendido la crisis hasta fecha bien reciente? Consistía en un descenso demográfico brutal. La peste negra de 1348, y las sucesivas que se dan en la segunda mitad del siglo XIV y durante el XV casi con una periodicidad cíclica de 10 años, suponía un cataclismo demográfico enorme. Se habla de descensos de la población del 50%. La crisis se caracterizaba también por un deterioro del sistema económico, una regresión de la población que llevaba consigo un descenso de la producción y de la mano de obra en las actividades agrícolas e industriales artesanas. Además, se introducía en el concepto de crisis la crisis de valores, de la cultura, una especie de cambio de mentalidad menos cristiana, más mundana. Por último, también hay un aumento de la conflictividad bélica. Ahora se tiende a matizar mucho todo esto.

¿Qué queda de la crisis bajomedieval?

Queda la realidad de la catástrofe demográfica. Eso es indudable. En cambio, se relativiza que la crisis del sistema económico fuera real o tan grande como se pensaba. Incluso se cree que, más que una crisis de sistema económico, es la génesis de una especie de prehistoria del consumismo, de una mejora del nivel de vida de las clases urbanas y rurales supervivientes que consumen más, viven mejor, comen mejor, y que reemprenden el camino hacia el capitalismo que se había iniciado en el siglo XIII y que, con una leve flexión en el XIV y parte del hxv, continúa en la época moderna y desemboca en la Revolución Industrial y en el nacimiento del capitalismo contemporáneo.

¿Cómo es esa transición del sistema económico feudal al capitalista?

No están las cosas muy claras todavía. Es campo de debate muy interesante. Uno de los últimos debates en torno a esto es moderar el carácter revolucionario que se le había dado a la Revolución industrial del XVIII y XIX y verlo como una transición más pausada que comienza desde mucho antes, desde prácticamente la baja Edad Media, y que con procesos evolutivos más que con revoluciones desemboca en lo que conocemos como capitalismo. Es como una mutación de la naturaleza de la sociedad y de los hombres lenta, casi genética, que se produce entre el siglo XIV y el siglo XVIII en tor-no a la forma de comportarse y organizar la familia, de equilibrio entre familia, trabajo y producción, y esa prehistoria del consumismo de la que hablaba antes. La sociedad del consumo nace ya en la baja Edad Media.

¿También es el período de formación de los Estados modernos?

También. Aquí hay un debate con, básicamente, dos escuelas. Una de ellas ve ya la génesis del Estado moderno en el siglo XIII y XIV, fundamentalmente sobre la base de una centralización monárquica, de una centralización de poderes, de una acaparación por parte de los órganos del Estado de competencias cada vez mayores. Hay otra escuela que reserva, a mi modo de ver más justamente, el concepto de Estado moderno para mucho más tarde, mientras que lo de antes, la época medieval, es un Estado estamental, de equilibrio de estamentos (monarquía, nobleza, ciudades e incluso Iglesia). Este Estado compuesto refleja mejor la realidad de pluricompetencialidad que no la del Estado moderno, que prefigura la idea de una centralización y un acaparamiento muy fuerte de las instituciones y los recursos por parte de la monarquía.

Se ha dicho también que la baja Edad Media es el momento del despegue de las grandes ciudades.

En eso también hay una fórmula, que yo creo muy válida, que aplica a los siglos XIV y XV el concepto de la Europa de las ciudades. Yo creo que es verdad. La mayor parte de la población vive en el campo todavía, pero ya las tasas de urbanización son muy fuertes. Y, sobre todo, aunque la ciudad demográficamente represente menos que el campo, tiene la fuerza, los elementos de renovación, de futuro, de economía evolucionada que la hace mucho más agente motor de la historia de lo que es el campo. Hasta el siglo XIII ciudad y campo progresan equilibradamente, uno apoyándose en otro. A partir del siglo XIV y XV la ciudad progresa a costa del campo, explotándolo, sometiéndolo. ¿Cómo? Demográficamente, porque extrae todo el superávit demográfico del campo; fiscalmente, porque lo explota cuanto puede; económicamente, haciendo que produzca para las necesidades de la ciudad; y política y jurisdiccionalmente también. Ya no es un crecimiento armónico, es un crecimiento de la ciudad a costa de la explotación y el sometimiento del campo.

¿Esa explotación se basa en el surgimiento de algún tipo de conciencia cívica o de ideología de ciudad?

Naturalmente, aparece ya una memoria de la ciudad que la historiografía a veces llama laudes civitatis, la alabanza de la ciudad. Aparece una propaganda política muy clara de la supremacía de la ciudad que el campo no puede desarrollar. Es cuando aparecen en la literatura los juegos literarios de escarnecimiento y mofa del mundo rural, y la figura del campesino paleto y subdesarrollado.

¿Y es en el contexto de la ciudad donde nace esta protoindustria, que es el germen de la Revolución industrial?

Sí, en torno a la ciudad y aprovechándose del campo como decía antes. Es una más de las formas de explotación que realiza la ciudad sobre el campo. La protoindustrialización es un concepto reciente que reenvía a un concepto más clásico: la industria rural. Este concepto de protoindustria equivale a la difusión en el mundo rural de actividades artesanales pero controladas por el mercader-empresario de la ciudad, el cual difunde materia prima, adelanta al campesino medios técnicos y préstamos para que éste trabaje y luego el mercader-empresario controla la producción y la distribución de lo producido.

O sea, que aún es el campo el agente productivo.

Agente productivo que proporciona mano de obra barata a tiempo parcial (utiliza los tiempos muertos de la actividad agrícola) para realizar encargos de la industria urbana. El famoso sistema doméstico de producción.

La figura de este protoempresario debió de ser una novedad en el sistema social de la época.

Aparece ya en los siglos XII y XIII en la Europa del norte, Flandes, norte de Fran-cia, que es donde la industria rural es pionera y más fuerte. Lo interesante, importante y llamativo del siglo XIV y XV es la difusión casi universal en prácticamente toda Europa de la figura del mercader-empresario. Para esa época la figura es muy novedosa y muy transformadora de la realidad.

“EL CARÁCTER REVOLUCIONARIO QUE SE LE HABÍA DADO A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX SE VE AHORA COMO UNA TRANSICIÓN MÁS PAUSADA QUE COMIENZA PRÁCTICAMENTE EN LA BAJA EDAD MEDIA”

¿Y qué hay de la industria urbana?

La industria urbana de la baja Edad Media también se ha transformado mucho pero sigue siendo una industria de lujo que fabrica productos caros para un público elitista. Si decimos que el germen de la industria capitalista está en la industria rural es porque sus efectos más inmediatos son la producción de masa y estandarizada, de calidad media (no de lujo) para un consumo también de masas con precios bajos obtenidos de este sistema que utiliza básicamente mano de obra barata. Ésa es la novedad.

Demos un salto del pasado hacia el futuro. Algunos auto-res como Edgar Morín, Roberto Vacca, Umberto Eco y Furio Colombo han teorizado sobre una posible nueva Edad Media como un retroceso de la civilización científica y tecnológica. Según esta teoría, la crisis de la sociedad actual conduciría a la disolución de los vínculos sociales, la privatización del poder y un retorno a los conflictos neofeudales entre grupos competidores. Usted que ha estudiado con tanto detalle una época de transición entre dos modelos distintos de sociedad, ¿cree que estamos siendo protagonistas de un cambio similar pero en sentido contrario?

Eso fue una idea atractiva y mediática en los años 90. Hoy en día ya no se habla apenas de eso. Yo creo que ha pasado ya la fiebre de esa especie de temor a una medievalización de la cultura y de las sociedades futuras. Cierto que hay problemas enormes: la guerra, el deterioro del medio ambiente, la inseguridad, el temor a una catástrofe demográfica. Pero yo creo que, afortunadamente, las sociedades actuales están empezando a superar esos temores. No creo que hoy exista la posibilidad de que podamos retroceder a situaciones del pasado. Veo a las sociedades más preparadas para hacer frente a estos problemas y solucionarlos. Además, los cambios en la historia se producen muy lentamente.

MUY PERSONAL

¿Por qué el medievo y no cualquier otra época?

No hay una vocación por una época determinada. Quizá haya una vocación de historiador. A mí me gustaban las sociedades anteriores a lo contemporáneo. Fue casi por casualidad. Podría haber sido modernista o historiador de la economía, que en parte también lo soy.

Cuando ve películas de la Edad Media, ¿se echa las manos a la cabeza?

En general no me gustan, aunque entretienen. Pero faltan a un rigor… La última, Los Borgia, es un desastre, una pena.

Hay una novela de Michael Crichton en la que un medievalista es transportado en el tiempo al siglo XIV, en el que es experto, y con esos conocimientos debe intentar sobrevivir hasta que le rescaten. ¿Cómo se las arreglaría usted en ese caso?

Seguramente sería campesino como era el 80% de la población. Subsistiría, como ellos, a base de mucho trabajo, viviendo mejor de lo que se cree.

¿Qué personaje es el más interesante que ha estudiado?

Yo estudio historia económica y social, de la cual el protagonista es la sociedad. La historia social es la historia de los pueblos, y la historia de la economía es la historia de los sistemas económicos que crean estos pueblos. Quiero decir que soy alérgico a los personajes.

¿Cómo espera su futura jubilación?

Con tranquilidad. Económicamente no es un desastre. Profesionalmente algo cambia, pero el círculo de relaciones y compañeros está asegurado. En la universidad, mientras uno esté bien de salud, se puede seguir trabajando e investigando. No es como en la empresa privada.

¿A qué suele dedicar los domingos?

A dormir un poco, a irme a una casa que tengo fuera de Valencia y a relajarme. Es el día que más leo el periódico, un par de horas, que es mucho tiempo.

¿Cuáles son sus tres preocupaciones principales?

Me preocupan los trabajos que no consigo hacer, los artículos que no puedo escribir por falta de tiempo. La familia me preo cupa también: el desarrollo y futuro de los hijos. Y me ha dejado de preocupar como algo estresante la política. En los años 70 y 80 éramos activistas casi por necesidad. En cambio, ahora la práctica de la política no me interesa tanto.

¿Ha cambiado la política o ha cambiado usted?

Ha cambiado todo. La política ya no es tan atractiva. He bajado algunos grados de una cierta militancia, pero tampoco desconfío de la política.

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