Palabra de San Isidoro
“EN SUS ETIMOLOGÍAS, SAN ISIDORO DE SEVILLA UTILIZA LA LINGÜÍSTICA PARA EXPLICAR EL MUNDO, CONOCERLO Y COMPRENDERLO”
San Isidoro de Sevilla (560-636) es para muchos el último de los filósofos cristianos. Su obra más conocida, las Etimologías, pasa por ser una de las primeras enciclopedias de la cultura occidental. Etymologiae (615-621 aprox.) u Origenes, como también se conoce (en la práctica origo es un equivalente en latín del vocablo griego e´t?µ???? ?´a, aunque este vocablo griego había sido vertido por una palabra que Cicerón descartó: veriloquium), fue escrita poco antes de la muerte de su autor. La España de San Isidoro vivía la transición de la cultura romana a la visigoda y su labor logró salvar la herencia de los griegos y romanos. En esta enciclopedia de vocablos usuales o infrecuentes se reúnen todos los campos del saber clásico justificados a través de los términos que los representan.
La historia de la elaboración de Etimologías es compleja. Hay una enrevesada evolución textual con versiones que difieren sobre la persona que fue el incitador de la obra, ya sea Braulio, hermano de San Isidoro y obispo de Zaragoza, o el rey Sisebuto. Parece más bien que los ruegos y la instigación de Braulio son el origen de esta vasta obra que incluso lleva el apelativo de “edición brauliana”. Algunas misivas entre Braulio y San Isidoro apuntan a que Braulio corrigió una obra que, según una carta que éste envió a San Isidoro, “los libros de Etimologías que te vengo pidiendo, señor mío, aunque carentes de algunas partes y con faltas en el texto, andan en manos de muchos” (Epistolario de San Braulio a cargo de L. Riesco, en Anales de la Universidad Hispalense, Sevilla, 1975, p. 54). La de las incorrecciones es una sospecha que siempre arrastrarán las etimologías de San Isidoro.
Las Etimologías no sólo destacan por el fondo, sino por la forma: están divididas en 20 libros (gracias a la labor de corrección de Braulio). Ahorraremos el detalle de cada una de las temáticas de los libros, aunque cabe destacar los tres primeros libros que introducen el trivium, “tres vías”, las tres artes liberales relativas a la elocuencia (gramática, retórica y dialéctica o lógica), y el quadrivium, “cuatro caminos”, que se refiere a las cuatro de las siete artes liberales de raíz matemática (aritmética, astronomía, geometría y música). Para ser consecuente con esta sección, trataremos el libro décimo: “Acerca de las palabras”. Como bien detalla en la introducción Manuel C. Díaz –más bien un fantástico y detallado estudio– de la edición de Etimologías de la Biblioteca de Autores Cristianos (Madrid; BAC, 2004): “Es un compendio de conocimientos clasificados según temas generales, con interpretación de las designaciones que reciben los seres y las instituciones, mediante mecanismos etimológicos, esto es, buscando en la forma y en la historia de las palabras una doble llave: la de la denominación en sí misma y, a través de ella, la del objeto o ser que la recibe” (p. 163). Y ahí reside la novedad en su tiempo: San Isidoro utiliza la lingüística para explicar el mundo, conocerlo y comprenderlo. Recordemos que por etimología se entiende, según el Diccionario de la Lengua Española de la RAE, el “origen de las palabras, razón de su existencia, de su significación y de su forma”.
Pero pasemos de la teoría al ejemplo. “Acerca de las palabras” no es un diccionario etimológico al uso. San Isidoro lo subtitula “Sobre algunas palabras que utilizan los hombres”, y sigue: “No está absolutamente claro para todos el origen de determinadas palabras, es decir, de dónde derivan. Por esto, y para un mejor conocimiento, indicamos aquí algunas consideraciones.” Vayamos pues al texto y al descubrimiento de la metodología de este antecesor de los filólogos (sus procesos son la elaboración, la autocombinación y la acumulación): “Bien es verdad que los filósofos explican el origen de las palabras, cuál es su procedencia, por ejemplo, mediante un criterio de derivación dicen que homo (hombre) deriva de humanitas (humanidad), y que sabio proviene de sabiduría, porque primero existió la sabiduría, y luego el sabio; sin embargo, en el origen de determinadas palabras se pone de manifiesto otro motivo especial: en este sentido, homo (hombre) deriva de humus (tierra), que es donde propiamente recibe su nombre. A partir de estos criterios, y a manera de ejemplos, hemos incorporado en esta obra algunos vocablos.” (op. cit., p. 793).
A todas luces nos hallamos en los inicios de la ciencia de la etimología, pero la singularidad de estas etimologías radica en el uso de los conocimientos de latín y griego de San Isidoro para bastir una suerte de diccionario. Aunque la evolución y el estudio de la gramática histórica puedan tener reservas con unas etimologías tan poco severas con el cotejo de las fuentes, pues están plagadas de errores y por ello su valor científico es discutible, la obra de San Isidoro es un baluarte para los curiosos lingüísticos. Su época de transición poco se asemeja a la actual. Nuestra transición del siglo XX al XXI podemos afrontar-´ la con más armas lingüísticas pero con nuevos retos: el uso de las nuevas tecnologías. Una forma diferente de entender el mundo, por tanto, una nueva forma de expresarnos. Aun así, como dice Jorge Wagesnsberg en La rebelión de las formas (Tusquets; Barcelona, 2004), la realidad se compone de objetos y fenómenos. Los objetos aparecen, se transforman y desaparecen para pasar a engrosar “lo que bien podríamos llamar el gran catálogo de objetos del mundo”. Y en esta labor se hallan las academias de las lenguas, aunque quizá necesitemos más San Isidoros, Corominas, Pascual… para entender este gran catálogo que es el mundo.