Océanos saludables
Uno de los mitos surgidos en los últimos años, que ejemplifica de manera dramática los daños que la humanidad ejerce sobre el medio ambiente, es la existencia de inmensas islas formadas por la acumulación de plásticos en el centro del Pacífico norte, a mitad de camino entre las islas Hawaii y las costas del oriente asiático una, y entre este archipiélago y la costa norte pacífica de EEUU. Las corrientes oceánicas se encargarían de guiar los residuos plásticos vertidos en muy diferentes y lejanas regiones hacia esas zonas, donde convergen varias de ellas y crean zonas que actúan como sumideros.
Dado que la naturaleza no
consigue destruir por degradación
química ni física la mayor parte de
los plásticos, se supone que allí se
acumulan en cantidades crecientes.
Cada uno de los que han visitado
esas zonas habla de una
superficie muy diferente, desde el
equivalente a varias veces el territorio
de Estados Unidos hasta unas
dimensiones mucho más reducidas.
La última voz alzada sobre la cuestión
dice incluso que no existen. Y
no es una voz cualquiera. Se trata del oceanógrafo español Carlos Duarte, uno de los investigadores más reconocidos internacionalmente en su ámbito y nada sospechoso de querer desdramatizar la situación de los mares. Al contrario, es un conocido adalid de la defensa ambiental.
Duarte fue el impulsor y director de la Expedición Malaspina, un proyecto español de investigación oceanográfica planteado en 2010 y llevado a cabo durante 2011, para realizar un estudio en profundidad de los mares de todo el mundo. Para ello, se formó un amplio equipo interdisciplinar que estuvo varios meses embarcado en los buques científicos Hespérides y Sarmiento de Gamboa. Se trata de una de las mayores expediciones realizadas en las últimas décadas para estudiar el cambio global en los océanos, y su nombre rinde homenaje a la expedición española dirigida por el italiano Alejandro Malaspina entre 1789 y 1794.
“HABÍA FUNDADAS RAZONES PARA PENSAR QUE LA SITUACIÓN ERA DESASTROSA, PERO LA REALIDAD ES QUE LAS COSAS ESTÁN MUCHO MEJOR DE LO ESPERADO”
Una parte importante de los resultados de la magna investigación han sido dados a conocer ahora y entre los descubrimientos anunciados se encuentra la existencia de cinco zonas donde se produce una cierta acumulación de plásticos, pero con una densidad tan baja, 200 gramos por km2, que difícilmente puede equipararse a las densidades anunciadas previamente. El propio Duarte ha mostrado su extrañeza y sugerido varias posibles causas: quizás se hayan desarrollado microorganismos capaces de degradar los plásticos, o éstos se han fragmentado en partículas tan pequeñas que las redes empleadas en los sondeos no las retienen o estén siendo ingeridos por algunos animales. De hecho, asevera que tan solo han encontrado indicios del 1 por 100 de todo el plástico que debería haber en los mares, de acuerdo con las cifras conocidas sobre el ciclo de estos materiales.
«Había fundadas razones para pensar
que la situación era desastrosa,
pero la realidad es que las cosas
están mucho mejor de lo esperado»
La sorpresa del oceanógrafo no
se detiene en esta cuestión sino que
abarca la mayor parte de los parámetros
con los que se mide la salud
de los océanos. Había fundadas razones
para pensar que la situación era
desastrosa, pero la realidad es que
las cosas están mucho mejor de lo
esperado. Por un lado, parece que la
capacidad de los mares para degradar
los contaminantes es mayor de lo que se pensaba, ya que, aunque se han detectado trazas de contaminantes en todas las muestras recogidas a lo largo y ancho del planeta, las cantidades han resultado ser mucho más bajas. En segundo lugar, la temperatura del agua asciende y su pH disminuye, pero también de forma más moderada de lo previsto, de manera que sus efectos sobre las especies marinas no es, de momento, dramático. Y en tercer lugar, las reservas de peces calculadas con anterioridad son superadas por la realidad entre 10 y 30 veces. El diagnóstico sobre la salud de los océanos terrestres es pues bastante optimista.
La buena noticia no son solo los resultados expuestos, sino el comprobar que los científicos no sucumben a la tentación catastrofista y anteponen la realidad a la propaganda. Porque, con frecuencia, el noble propósito de despertar conciencias aletargadas y movilizar a la opinión pública hace que se exageren los datos, se profieran catastróficas profecías y se pervierta la realidad para acomodarla al supremo objetivo de cada cual. La amenaza del apocalipsis ha sido un instrumento utilizado en todas las épocas y culturas para atemorizar y dominar a la población y la actual no está inmunizada contra ello. Anunciar catástrofes inminentes sin una base científica conlleva el riesgo de que, como le ocurrió a Pedro con el lobo en el célebre cuento infantil, se acabe provocando más incredulidad que movilización. Por lo mismo, los datos positivos no deben interpretarse como el fin de las amenazas ambientales y dejarse llevar por el relajamiento. Aunque menos grave de lo que creíamos, el paciente está enfermo y si no reaccionamos a tiempo perderemos la ocasión de ponerle un tratamiento adecuado.