Novelas históricas
Los escritores rusos del siglo XIX, como Gogol, Pushkin o Tolstoi, fueron unos maestros consumados de este género, y nos legaron obras inmortales como Tarás Bulba, La hija del capitán o Guerra y paz. Aunque más éxito tuvieron en su día las novelas de Alejandro Dumas, más populares y de menor calidad literaria, de las que Los tres mosqueteros es su modelo más acabado.
En España, Benito Pérez Galdós nos legó en su monumental obra Episodios nacionales una auténtica epopeya de la España liberal del siglo XIX. El sedentario Pío Baroja también probó fortuna en el género con las aventuras del conspirador Aviraneta en su obra Memorias de un hombre de acción. Contemporáneo suyo, fue el genial Valle-Inclán. No obstante, sería la Guerra Civil un terreno fértil para la novela histórica, como es el caso de las obras de Barea, Sender, Gironella y un largo etcétera.
En tiempos más recientes, el recurso al género histórico fue muy utilizado por los escritores del «boom latinomericano». Múgica Láinez nos dejó una magnífica descripción de la Italia renacentista en Bomarzo, mientras Augusto Roa Bastos recreó con precisión la figura del doctor Francia, histórico dirigente paraguayo, en Yo, el Supremo. Incluso los muy laureados García Márquez y Vargas Llosa hicieron su aportación al género con El general en su laberinto y La fiesta del Chivo, respectivamente. Sin embargo, éstos son ejemplos acabados de gran calidad literaria, lo que no suele ser muy habitual entre la pléyade de novelas publicadas actualmente.
¿Por qué se publican tantas novelas ambientadas en el pasado? ¿Por qué funciona tan bien la historia? ¿De dónde viene tanta pasión por el pasado? Posiblemente no haya una única respuesta, pero quizá tenga algo que ver el hecho de que resulta más fácil proyectar hacia el pasado las grandes pasiones y los dramas humanos. Parece que en un mundo obsesionado por la seguridad, en el que predominan los viajes turísticos organizados, la única manera de vivir aventuras atractivas es leer novelas o acudir a esos parques lúdicos, como Terra Mítica, donde su nombre ya lo dice casi todo.
En realidad es muy difícil recrear con fidelidad el pasado, algo en lo que se afanan los historiadores, con su erudición y su ciencia. En muchas ocasiones, las novelas históricas reflejan más bien las costumbres y el pathos de los tiempos contemporáneos en que se escriben. Sus personajes parecen deambular por un decorado, como actores de una obra de teatro. Pero eso no parece ser un problema para un público fiel que lee con avidez estas novelas, aunque la calidad literaria y la fidelidad histórica no sean muy altas. ¿O quizá es por eso?