Nostalgia del Gijón

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A finales del siglo XIX se extendían por Madrid los cafés como ahora los bancos. Y también menudeaban los poetas y los dramaturgos, donde ahora hay economistas o creativos. No se podía ser nadie ni mucho menos triunfar en las letras o en el teatro sin formar parte de una de las muchas tertulias que se celebraban en los cafés. El Nuevo Café de Levante, El Pombo, El Lyon, La Granja del Henar, El Español, El Comercial o el Café Gijón son algunos de los nombres señeros de aquel Madrid en el que todavía había tiempo para la conversación sin prisas.

La costumbre de tomar café en un lugar público comenzó en Viena hacia el siglo XVI I , pero enseguida se aclimató a las ciudades del sur de Europa, quizá debido al buen clima. Los suizos fueron los primeros en difundir la costumbre de sentarse a una mesa ante una taza de café a conversar de política, de literatura o de amores. De hecho, en muchas ciudades de Europa todavía existen locales así llamados, «Café Suizo».

En Madrid los cafés sustituyeron a los antiguos mentideros de la época barroca y dieron lugar a un fenómeno único, a medio camino entre lo cultural y el vulgar chismorreo, al que se dio el nombre de “tertulia” . Algunos quieren vincular el origen de la palabra con Tertuliano de Cartago, orador fogoso y apologeta incansable, a quien se le atribuía su nombre quizá exageradamente y desde luego equivocadamente a ter Tullius “el que vale tres veces como Tulio”, es decir, de Marco Tulio Cicerón.

De entre todos los cafés madrileños, quizá fuera el Gijón el que alcanzó más fama, sobre todo después de la guerra civil. Marcos Ordóñez, crítico teatral, guionista y narrador , nos present a en su libro Ronda del Gijón. Una época de la historia de España, a una galería de personajes en conversación con el pasado, que relatan sus historias vinculadas al célebre local madrileño. Son los tertulianos del Café Gijón, los gijoneros, Ana María Matute, Eugenio Suárez, Manuel Alcántara, Rafael Azcona, Raúl del Pozo, Maruja Torres, Juby Bustamante, Paco Beltrán, Manuel Vicent, Álvaro de Luna, Rosana Torres o Pepe Bárcena, que han prestado su voz al juego de la memoria propuesto por Ordóñez. Escritores, pintores, cineastas, periodistas, actores, jueces, bohemios, sablistas, vividores, todos unidos por el recuerdo de un tiempo ya lejano en que en España todavía se practicaba el arte de la conversación. “Ha sido un ateneo canalla, un espacio de libertad; oficina y despacho para muchos, casa para algunos, refugio para otros, escaparate y escenario para quienes querían ver y dejarse ver , catedral de sablazo en los años más duros y grises” , resume Ordóñez.

La historia del Gijón está llena de anécdotas hilarantes, tertulias memorables, frases ingeniosas y lúcidas. Pero no todo fue brillante ni creativo. “La distancia hace que ahora todo aquello parezca El Parnaso, pero muchas noches no se decían más que lugares comunes”, recuerda el guionist a Rafael Azcona, gijonero insigne de los cincuenta. La época de las tertulias ha terminado, y los viejos cafés son espacios, valga la expresión, “descafeinados”. Su lugar lo ocupan los turistas, que acuden al reclamo de un pasado cada vez más idealizado. Ahora que el café Gijón es, en palabras de Manuel Vicent, “un barco a la deriva, quizá el último barco”, sólo nos queda la nostalgia.

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