Naturalistas

0 512

“UNA PARTE SIMBÓLICA DE ESA NATURALEZA ACABÓ LLEGANDO A ESPAÑA PARA EXHIBIRLA EN MUSEOS Y JARDINES BOTÁNICOS QUE TODAVÍA HOY PODEMOS DISFRUTAR”

La cultura ecológica ha tenido una influencia decisiva en las corrientes estéticas de las últimas décadas que se manifiesta en todas las artes (arquitectura, pintura, música, cine, etc.), pero también en la moda, en la publicidad, en el diseño, en la industria, en el urbanismo, en la misma calle, en nuestra vida cotidiana, en fin. La cultura ecológica ha embellecido nuestros entornos próximos y lejanos, ha marcado pautas y estilos y, si no sonara demasiado cursi, diría que nos ha hecho mejores y hasta más guapos. Definitivamente, lo ecológico es hermoso.

Aun siendo cierto que el origen de esta cultura coincide con la toma de conciencia de una destrucción generalizada (de los bosques, de los ríos, del paisaje), el argumento de la belleza ha sido recurrente en todas las épocas. Por supuesto que también estaban en juego otros intereses más prosaicos, como el suministro de recursos (agua, combustible, alimentos) imprescindibles para la supervivencia, pero al final, insisto, todo desemboca en la belleza.

Los naturalistas españoles de los siglos XVIII y XIX escrutaron la naturaleza con afán de conocimiento, pero nunca dejaron de expresar su admiración por lo que constituía su objeto de estudio, con una llamativa predisposición hacia lo exótico, pues cómo explicar si no tantas expediciones a la América colonial y a África en menor medida cuando apenas nada sabíamos de lo que había por aquí. Acaso valga esta justificación de Manuel García Llorens, acostumbrado a las penumbras del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, cuando en 1920 escribe entusiasmado un artículo (Andanzas guineanas) para la revista Caza y Pesca: “Pocos lugares mejores que el trópico para estudiar y sentir la Naturaleza. Lujuria de formas y color. Derroche y suntuosidad en las galas de la Flora. Arreos vistosos y brillantes en la microfauna entomológica de élitros seudometálicos (…) y en los arabescos de ricos abalorios que tejen las escamas de iguanas y lagartos”.

El periodista Rafael Castro Ordóñez, que viajó como tal (fue la primera cobertura mediática de una expedición de este tipo) con la célebre Comisión Científica del Pacífico (1862-1866), la de Jiménez de la Espada, escribe en una de sus primeras crónicas para El Museo Universal con no menos euforia: “El Corcovado es un sitio admirable para los naturalistas: plantas y flores riquísimas, mariposas tan abundantes y bellas como no las vieron nunca tanto poeta que abusó de sus bellos colores en sus poesías; bosque virgen con árboles inmensos llenos de parásitos; reptiles infinitos y entre ellos vi la temida culebra lunercú y la de coral; coleópteros abundantísimos y hasta moluscos terrestres y marítimos”.

De nuevo la belleza se tiñe de interés, aunque sea patriótico, en las crónicas de José Vicent para ABC cuando visita Fernando Poo en 1917: “La flora de aquellas posesiones es magnífica, y ciñéndome tan sólo a los árboles, consignaré que abunda el ébano, el cedro de dimensiones colosales, la palmera de aceite (…) Árboles que representan un venero inmenso de riqueza, que España podría y debiera explotar, en vez de consentir que se aprovechen de ella los extranjeros y, sobre todo, los ingleses, que van agotando ya el ébano por la gran explotación que de él vienen haciendo (…)”.

En la revista Blanco y Negro publica Blanco-Belmonte otro entusiasta reportaje en 1927 sobre la naturaleza de Filipinas: “Los países filipinos ofrecen soberana hermosura; en el monte, en su ambiente embalsamado con fragancias deliciosas (la sampaguita y el ilang-ilang son aromas del Archipiélago), la Naturaleza alcanza una superación de magnificencias, y la puesta del sol, en los tres mares que ciñen las islas, constituyen un espectáculo henchido de soberanía”. Dos veces utiliza el cronista en este párrafo la palabra soberanía. Añoranzas inevitables de la época colonial.

Cientos de artículos de prensa podríamos citar en los que se refleja este entusiasmo permanente con testimonios de primera mano. Muchos años después, durante la II República, cuando se plantea la expedición del intrépido capitán Iglesias al Amazonas, finalmente fracasada, es la pluma elegante de Víctor de la Serna nada menos quien escribe en el periódico El Sol: “El Amazonas: un río para un español. Un río con mito, como el Nilo, como el Ganjes (…) Un río que arrastra esmeraldas en fauces de caimanes”. ¿Se han fijado? Esmeraldas en fauces de caimanes. ¿Cabe mayor fascinación?

Una parte simbólica de esa naturaleza acabó llegando a España para exhibirla en museos y jardines botánicos que todavía hoy podemos disfrutar. Por ejemplo, en el Jardín Botánico de Madrid donde también ha quedado el legado de aquellos magníficos artistas que dibujaron láminas tan bellas como la naturaleza que les inspiró.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.