Mirar al campo

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El que hasta hace unos meses se llamaba Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino se llama ahora Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, dijo durante la campaña electoral que si llegaba al Palacio de la Moncloa volvería a haber un Ministerio de Agricultura, aunque en realidad, lo que ha hecho ha sido modificar el orden de factores que no sé si acabarán alterando el producto. Desde luego, la denominación anterior pecaba de ampulosa, pero era ciertamente globalizadora y bienintencionada. Todo estaba ahí, aunque el equivalente a Agricultura y Ganadería quedara subsumido en esa expresión más moderna de Medio Rural que los clásicos del gremio no acaban de asimilar.

¿Ha habido o habrá a partir de ahora algún cambio fundamental en cualquiera de esos departamentos determinado por su denominación? Hasta donde yo sé creo que no. Evidentemente, la elección de unas palabras u otras y el orden de su enunciado nunca son gratuitos, pero tampoco lo calificaría yo de definitivo. Al menos en este caso y en las presentes circunstancias.

¿Qué ha supuesto entonces el cambio introducido por Rajoy? Pues, básicamente, la reparación del orgullo herido de quienes se sienten los verdaderos protagonistas del territorio no urbanizado y que, desde hace tiempo, se consideran relegados por los ambientalistas (casi todos urbanitas) a los que tantas veces han criticado e incluso ridiculizado. A estas alturas de la película y con la que está cayendo, las esencias se mantienen y en el medio rural (allí donde desenvuelven su actividad agricultores y ganaderos), con las excepciones de rigor que vengan al caso, siguen empeñados en considerar las cuestiones ambientales como un recurso económico más, a veces jugoso, que no requiere demasiadas exigencias y, en el mejor de los casos, siempre serán secundarias.

¿POR QUÉ SIGUE TENIENDO TAN POCO ATRACTIVO EL MUNDO RURAL PARA LOS JÓVENES O PARA LOS MAYORES A PESAR DE TANTAS MEJORAS GENERALIZADAS?

Aunque muy pocos se atreven a verbalizarlo, cada vez son más los que piensan que esa conflictiva relación de agricultores y ganaderos con los asuntos ambientales y los ambientalistas es de mero oportunismo. Cuando les conviene, sacan a relucir la importancia de ciertas actividades para mantener el equilibrio territorial o de ciertos cultivos y así evitar la desertización, pongamos por caso, pero a la hora de la verdad las prioridades vienen marcadas por la productividad y los beneficios económicos. En pocas palabras, hay más aprovechamiento que convicción.

Quienes siguen de cerca los avatares de lo rural expresan con no poca sorpresa un hecho sociológico llamativo. A pesar de los más de cinco millones de parados, no parece que se haya producido en nuestro país (supongo que tampoco en otros) una emigración significativa de la ciudad al campo, justo el proceso contrario al que se inició a partir sobre todo de la década de 1950, si bien entonces se habló de éxodo. Nadie piensa que ahora pudiera repetirse ese fenómeno a la inversa, pero ¿tampoco a pequeña escala? ¿Por qué no hay jóvenes que, en vez de la sucesión de contratos humillantes por un puñado de euros, se atrevan a romper esa cadena e inicien una nueva vida en el campo? Algunos podrían aducir el desconocimiento de actividades relativamente complejas, pero tengo la impresión de que ni siquiera entre quienes han estudiado carreras próximas a ese ámbito (ingenieros forestales, agrónomos, biólogos, etcétera) han pensado que el mundo rural pudiera ser una alternativa para ganarse la vida y para vivir. Para vivir en toda la extensión de la palabra.

Sí se ha producido en las últimas décadas un acercamiento de profesionales vinculados a la conservación de espacios y especies, ciertas formas de agricultura, el turismo, la recuperación del patrimonio arquitectónico y demás, pero todo eso se ha paralizado si es que no está en regresión. ¿Por qué sigue teniendo tan poco atractivo el mundo rural para los jóvenes o para los mayores a pesar de tantas mejoras generalizadas que, entre otras cosas, favorecen una movilidad más rápida y segura?

Mientras escribo estas líneas hablan en la radio de un pueblo donde celebran por todo lo alto el nacimiento de un niño después de 20 años de sequía natalicia. Ha habido ofertas dispersas acá y allá, garantizando incluso casa y escuela, para que familias enteras se trasladen a pueblos a punto de quedarse vacíos. Más allá de unos cuantos inmigrantes muy pocos se han echado la manta a la cabeza decididos a empezar una nueva aventura vital. Si ahora no, ¿cuándo? Porque nadie negará que la situación es desesperada para millones de personas, para millones de jóvenes que se han quedado sin expectativas, para esa generación perdida que atisba un futuro demoledor. ¿Podrían servir de estímulo quienes ya están en el medio rural? Seguramente sí, a condición de que cambien su actitud, de que se modernicen, de que se abran sinceramente a la cultura ecológica y a otras culturas, de que se olviden por un tiempo de la demagógica cultura de la queja. También las Administraciones deberían tener un papel más activo en este sentido. Las cosas están mal y, al parecer, ya nunca van a volver al punto de partida, así que ¿no podríamos plantar unas berzas mientras escampa?

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