Malos humos

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“LA CALCINACIÓN DE LAS PIRITAS DE COBRE AL AIRE LIBRE DESARROLLA LA CANTIDAD DE GASES DELETÉREOS QUE ENVENENAN LA ATMÓSFERA, HACIENDO IMPOSIBLE LA VIDA VEGETAL” (LA REGENCIA, 13 DE ENERO DE 1888)

Malos humos “La ciencia dice, y la experiencia confirma, que los carburos de hidrógeno producidos por las calcinaciones al aire libre son altamente perjudiciales para la salud, porque vician el aire y llevan el veneno a los pulmones, y altamente perjudiciales para la agricultura, pues asolan y destruyen los campos, pues roban a las plantas el oxígeno, que es su vida”.

Pertenece esta cita a una crónica periodística de La España católica (1888) y se refiere a los tristemente célebres sucesos de Rio Tinto, es decir, la protesta que en febrero de ese año protagonizaron miles de personas de esa localidad onubense y de otras próximas afectadas por el mismo problema: los malos humos producidos por el tratamiento del mineral que, en efecto, no sólo perjudicaban a la salud de las personas sino a la agricultura por un claro fenómeno de lluvia ácida del que entonces sólo se conocían sus perniciosas consecuencias.

Los mineros de Rio Tinto, antes y después de estos hechos históricos, propiciaron numerosos conflictos que merecieron una atención insólita por parte de la prensa, tanto de la conservadora como de la liberal o claramente izquierdista. Normalmente se justificaron por causas económicas, por las jornadas laborales extenuantes o también por problemas higiénicosanitarios que, por cierto, están en el origen de una pionera conciencia ambiental vinculada al mundo de los trabajadores y a los primeros estudios de impacto ambiental que, por ejemplo, se llevaron a cabo en la industria del algodón.

Pero esta protesta tuvo características muy especiales porque unió bajo el mismo grito –¡No a los humos!– a los trabajadores de la mina y del campo, y también a sus familias; hasta 15.000 manifestantes se concentraron frente al ayuntamiento de Rio Tinto, según estimaciones de El Reformista. Hubo, por supuesto, intereses políticos y partidistas de por medio. Se ha dicho incluso que algunos caciques y terratenientes azuzaron los ánimos de sus peones, aunque supieron apartarse a tiempo de la sangría represiva y ninguno de ellos consta en la amplia lista de heridos y de muertos. Al menos 13 personas perdieron la vida por los disparos de las fuerzas del orden.

La cuestión de los humos había sido planteada en numerosas ocasiones a la propia empresa y hasta llegó a tratarse en el Parlamento de la nación y en el Consejo de Estado, pero nadie se la tomó en serio, salvo la prensa, ya digo. El corresponsal de La Regencia en la zona explicaba el 13 de enero de 1888: “La calcinación de las piritas de cobre al aire libre, desarrolla la cantidad de gases deletéreos que envenenan la atmósfera, haciendo imposible la vida vegetal dentro de la zona a que su acción se extiende. La provincia de Huelva, próspera y rica antes merced a los productos de su suelo y a un importante cabañar, está reducida hoy casi a la esterilidad en sus regiones más fértiles y productivas, dominadas por la acción deletérea de aquellos gases”. Y aconseja por último: “Calcínense las piritas en hornos convenientemente dispuestos, cual sucede en el extranjero; impónganse a las compañías mineras este pequeño gasto y podrán vivir y desarrollarse juntamente con la agricultura”.

O sea, que el problema de contaminación atmosférica era innegable al margen de lo que unos y otros trataran de conseguir de esta movilización popular de los vecinos de Rio Tinto, de Zalamea, de Nerva y de otras localidades por un aire más limpio.

En 1988, al cumplirse el primer centenario, fue debidamente reivindicada la memoria de estos ecologistas que supieron rebelarse contra la miseria social y ambiental de su tiempo. El destino quiso que Huelva fuera también víctima del desarrollismo de los años sesenta del pasado siglo con una industria sucia y escasamente cuidadosa con el entorno que no ha mejorado demasiado en los últimos años. No es menos curioso que una de las primeras huelgas durante el franquismo, la de Bandas (Vizcaya) en 1962, tuviera entre sus motivaciones, además de las económicas y las políticas, el insufrible envenenamiento del aire.

Para quien quiera ampliar la información sobre estos hechos, además de los periódicos de la época y de un folleto reciente publicado por la Fundación Rio Tinto, puede consultar el libro del británico David Avery titulado Nunca en el cumpleaños de la Reina Victoria (Labor Universitaria, 1985). En ellos se inspira un relato de Paco Climent, publicado por Alfaguara Juvenil en 1998 con el título de Las otras minas del rey Salomón. Más recientemente, Juan Cobos Wilkins, recreó esta historia en su exitosa novela En el corazón de la tierra (Plaza y Janés, 2001).

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