Los guardianes de la naturaleza
Todo o casi todo lo que miramos es paisaje: la naturaleza más o menos virgen, el territorio humanizado, las aglomeraciones urbanas y hasta los rostros que escrutamos. El concepto de paisaje se ha flexibilizado superando la estrechez del diccionario e incorporando nuevos elementos. Los parques eólicos y las instalaciones solares (“huertos solares” dicen algunos) que, de la noche a la mañana, han invadido las mesetas castellanas, también forman parte del paisaje. De hecho, las energías renovables constituyen hoy una parte esencial del ámbito rural que no puede quedarse como mero guardián de las esencias ecológicas, si bien coinciden en señalar todos los expertos que el mantenimiento del paisaje es ahora una de sus principales funciones. De cualquier modo, el desarrollo sostenible del mundo rural no pasa tan sólo por la agricultura ecológica y el turismo verde, también son imprescindibles las nuevas tecnologías, comenzando por el acceso a Internet, que se ha revelado como fundamental e imprescindible.
Todo es paisaje, en efecto, pero los estudios de psicología ambiental demuestran que nuestras opciones están muy próximas a los gustos tradicionales. Preferimos los paisajes naturales frente a los humanizados y, dentro de los paisajes urbanos, optamos por aquellos que ofrecen algún elemento natural. La vegetación y el agua, por este orden, ocupan los primeros lugares de cualquier encuesta y se reconoce que los entornos naturales que cumplen esos requisitos recomponen de manera impagable nuestros equilibrios internos.
El aprecio social del paisaje se consolida en Europa y Norteamérica a partir sobre todo del último cuarto del siglo XIX como respuesta en parte a los procesos industriales que lo degradan y a las formas de vida que conllevan (los grandes éxodos del campo a la ciudad), pero no es hasta bien entrado el siglo XX cuando puede considerarse como un fenómeno generalizable. Europa deja de ser rural, de manera irreversible, tras la Primera Guerra Mundial.
Dice el profesor Joan Nogué que antiguamente la verdadera oposición en términos territoriales y de imaginario paisajístico “no se daba tanto entre el campo y la ciudad, sino entre el espacio cultivado, habitado y más o menos construido y el espacio auténticamente salvaje, como el bosque o el mar. El contraste campo-ciudad no tenía por aquel entonces (en la Edad Media e incluso antes) el peso que tuvo unos siglos más tarde y que en buena medida sigue manteniendo en el presente”
Sin embargo, la exaltación todavía no preocupada del paisaje estaba ya muy arraigada entre las élites intelectuales y artísticas. Como antecedentes ineludibles cabe citar a los paisajistas holandeses del siglo XVII, el bucolismo visionario de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), el idealismo filosófico alemán y, de manera decisiva, el movimiento romántico que irrumpe con fuerza arrolladora en la Europa de finales del XIX. Las diferentes etapas de la Revolución industrial y las transformaciones económicas, sociales y políticas que de ella se derivan constituyen el trasfondo de este nuevo ideario, aunque no necesariamente son causa directa.
Entre otros muchos aspectos, el romanticismo proclama un acercamiento intimista y sentimental a la naturaleza. Y esa naturaleza esplendorosa que los escritores describen en sus libros y los pintores trasladan a sus lienzos conforma el imaginario paisajístico que, como decía al principio, adquiere una relevancia social inédita en los albores del siglo XX. Los viajeros y excursionistas contemplan en directo los paisajes que previamente habían visto o leído. La pintura, la literatura y más tarde la fotografía, que irrumpe con una fuerza arrolladora en los medios de comunicación, divulgan los paisajes que luego admiraremos. Las historias del paisaje real y del paisaje representado se confunden. Es el mismo fenómeno que luego se verá agrandado por el cine y la televisión. Queremos ver de cerca aquello que previamente nos enseñaron los documentales.
En el principio fue el bosque
En ese lento proceso de apropiación estética del paisaje, el bosque ha sido un elemento central. El mismo bosque que antaño tuvo una importancia económica de primer orden como suministrador de materias primas era también el lugar de la magia, del misterio y de la belleza. De una belleza al alcance de cualquiera, que no requería de saberes sofisticados para su comprensión.
Cita Joan Nogué al medievalista francés Jacques le Goff cuando señala que en las zonas templadas del planeta, sin grandes extensiones áridas (no es el caso de España), lo más parecido al de sierto en todos los sentidos, menos en el biogeográfico, era el bosque. Y añade: “En el horizonte medieval el bosque se hacía omnipresente: inmensas y tupidas masas forestales cercaban pequeños claros cubiertos con dificultad por el ser humano”. O sea, el mito de la ardilla que cruzaba la Península Ibérica saltando de árbol en árbol. El mito ya ha sido desmentido por los expertos, pero sigue sirviéndonos como metáfora.
Poco a poco la deforestación aleja el bosque del ser humano y es entonces cuando éste lo redescubre para admirarlo y, llegado el caso, protegerlo. El bosque y luego la montaña, que en cierto modo se confunden, porque las masas forestales, cada vez más escuálidas, van quedando relegadas a los sitios más altos e inaccesibles.
Cuando el Gobierno de los Estados Unidos de América aprueba en 1872 la declaración del parque nacional de Yellowstone, el primero del mundo, se atiene literalmente a estos criterios, que eran también los que regían en Europa y buena parte del mundo. En otro momento ya se ha dicho aquí que, hasta hace apenas cuatro décadas, el concepto de paisaje respondía excluidamente al canon suizo de altas montañas y bosques nevados, plenamente asumido por los románticos y sus predecesores, como bien se demuestra en un libro colectivo (Perspectivas del Mont Blanc, editado por Alba) publicado hace pocos meses en España y en el que se incluyen 24 textos de otros tantos autores sobre esta célebre montaña, entre otros de J. J. Rousseau, J. W. Goethe, F. R. de Chateaubriand, M. Shelly, V. Hugo, A. Dumas, etc. A. Dumas, por cierto, firma una entrevista con Jacques Balmat, el primer hombre que coronó la cima del Mont Blanc el 8 de agosto de 1786.
Habría de pasar más de un siglo hasta que Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, y Gregorio Pérez “el Cainejo” coronaran la cumbre del Naranjo de Bulnes, en los Picos de Europa, el 5 de agosto de 1904. De esta hazaña fundacional del alpinismo español derivan importantes consecuencias. Por esas fechas ya funcionaban varias sociedades montañeras, pero tal acontecimiento, profusamente difundido por la prensa, suscita el interés de amplísimas minorías no ya por la escalada sino por esos paisajes grandiosos que no parecían al alcance de los humanos.
La Red Natura
Los lectores de Técnica Industrial ya conocen estos detalles que he ido desgranando en la sección Ecologismos y las consecuencias que de ellos se derivan, pues es el propio Pedro Pidal quien promueve la Ley de Parques Nacionales y la declaración de los dos primeros, el de la Montaña de Covadonga (1917) y el de Ordesa (1920). Ambos cumplen el canon suizo, al igual que el de Aigüestortes (1955) y el resto de parques nacionales, incluidos los canarios y los dos últimos, el de Sierra Nevada (1998) y el de Monfragüe (2007), que se han añadido a este selecto club de la naturaleza. Otro tanto cabe decir de ese eterno candidato que es la sierra de Guadarrama. En resumen, del total de 14 parques nacionales, sólo cuatro se escapan del modelo suizo: Daimiel, Doñana y Cabrera e Islas Atlánticas.
Pero, al margen de los datos históricos, resulta pertinente preguntarse en estos momentos por la situación de los espacios protegidos y, en particular, de los parques nacionales, una vez que ha comenzado el largo y farragoso trámite para transferir su gestión a las comunidades autónomas. ¿Será contraproducente este compás de espera que puede durar mucho tiempo y que ha coincidido con el momento más bajo del conservacionismo español desde los años sesenta del pasado siglo? Recordemos que las principales organizaciones ecologistas se opusieron en su día a que la Administración Central quedara relegada a meras labores de coordinación, aunque ya todo el mundo parece resignado.
El caso es que ni siquiera los medios de comunicación, tan dados al alarmismo en otras ocasiones, se ocupan de estos asuntos. La amenaza de la UNESCO de retirar la categoría de Reserva de la Biosfera a las Tablas de Daimiel, en estado agónico permanente desde su declaración como parque nacional en 1973, apenas ha merecido la atención mediática. ¿Qué ha pasado para que Doñana corriera no sé cuántos peligros hace unos años, antes incluso del desastre de Aznalcóllar, y ahora parezca que todo va sobre ruedas? Y lo mismo cabe preguntarse en relación con los Picos de Europa, Sierra Nevada, Teide, etc.
Los parques nacionales son nuestros espacios más emblemáticos, pero en España hay en estos momentos más de mil espacios naturales censados y catalogados con distintas figuras de protección, aunque todos ellos se incluyen en la Red Natura 2000 que ha puesto en marcha la Unión Europea. El 25% de nuestro territorio está protegido de una u otra manera.
La Red Natura plantea unos criterios de protección más laxos que los que, hasta hace poco, regían en parques nacionales y naturales. Ello ha provocado algunos desajustes preocupantes, porque se tiende a una protección de mínimos, y por otra parte, Bruselas exige el cumplimiento de la ley, pero no ha aprobado hasta ahora ninguna compensación económica, de manera que los habitantes del mundo rural entienden que la Red Natura 2000 es una carga más que puede chocar con sus intereses. Difícilmente podrá aplicarse sin su colaboración.
Pueblos emprendedores
La Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural aprobada en 2007 afecta al 90% del territorio y al 20% de la población (el 35% si se incluyen las zonas periurbanas), pero su interés trasciende el ámbito de aplicación, pues la propia ley reconoce en el preámbulo que es en el mundo rural donde se encuentran la totalidad de nuestros recursos naturales y una parte significativa de nuestro patrimonio cultural. En consecuencia, las áreas integradas en la Red Natura 2000 tienen una atención prioritaria y se contemplan medidas especiales para las explotaciones incluidas en ella.
Que los habitantes del mundo rural se han convertido en los guardianes de la naturaleza (lo han sido siempre hasta cierto punto) es, por tanto, algo más que una frase, pero el resto de los ciudadanos, la mayoría de la población, no podemos desentendernos de ese objetivo vital para todos. Para que el esquema funcione es imprescindible que los pueblos se mantengan vivos con gente joven y emprendedora. Reconoce la ley que el intenso desarrollo económico de las últimas décadas se ha concentrado sobre todo en el medio urbano y en menor medida en las zonas rurales, aunque también en ellas se han producido cambios profundos para bien.
Además de la agricultura, la ganadería, la conservación de la naturaleza y el turismo, el mundo rural tiene que abrirse a otras actividades. El proceso modernizador que ha iniciado la industria alimentaria debe ampliarse a otros campos y no es casualidad que el ar tículo 24 de esta ley se refiera en sus cinco apartados a las energías renovables: producción de energía a partir de la biomasa y de los biocombustibles, incentivando los cultivos agrícolas energéticos que cumplan criterios de sostenibilidad; aprovechamiento energético de los residuos agrícolas, ganaderos y forestales; y también “producción de energía eólica y solar, en particular, y los sistemas o proyectos tecnológicos de implantación de energías renovables para uso colectivo o particular, térmico o eléctrico, y de reducción del uso de energías no renovables”.
El mundo rural no está reñido con las nuevas tecnologías (véase la entrevista con Jesús Casas) y de su implantación depende en buena medida que el sistema no se venga abajo. No en vano se compromete esta Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural a mejorar la extensión y calidad de la cobertura de las telecomunicaciones, particularmente por lo que se refiere al acceso a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en telefonía móvil automática, en tecnologías de banda ancha y en televisión digital terrestre.
Buscando la armonía
Tampoco se trata ahora de confundir el paisaje rural y el urbano. Hay que actuar gradualmente y atendiendo a las características de cada territorio. Que tengamos mayor esmero con las zonas rurales que albergan nuestros tesoros naturales no quiere decir que en el res-to podamos hacer cualquier cosa y de cualquier manera, que es lo que está ocurriendo.
A la vuelta de su primer viaje por Ale-mania, me comentaba un amigo preocupado por estos asuntos la sensación de armonía que desprende ese país en contraste con el nuestro. No hablaba del paisanaje sino del paisaje. Del paisaje natural y del paisaje urbano.
¿Qué ocurre para que un país como España, con una calidad ecológica muy superior a la de Alemania ofrezca la sensación contraria? Coincidimos en que una de las causas podría estar relacionada con el feísmo urbanístico de nuestros pueblos y ciudades y el estilo ramplón de buena parte de sus construcciones (casas, fábricas, granjas, naves industriales), las que se hicieron antes cuando éramos pobres y las que se han hecho en esta etapa de nuevos ricos, aunque ya es sabido que el buen gusto no siempre es cuestión de dinero. En general, hemos sido escasamente delicados con el paisaje, no ya con esos paisajes escénicos que ahora contemplamos embobados, sino con el entorno más inmediato. Es una cuestión de armonía, de buen gusto. Y también de civismo.
“QUEREMOS QUE LA INDUSTRIA, LOS PROFESIONALES LIBERALES Y CUALQUIER TIPO DE SERVICIOS PUEDAN INSTALARSE EN EL MUNDO RURAL”
Jesús Casas Grande es un ingeniero de montes que ha dedicado su vida profesional al conservacionismo. Si bien los ingenieros de montes fueron los primeros gestores de los parques nacionales, es bien sabido que este cuerpo no ha gozado de excesivas simpatías entre los ecologistas de los años setenta debido sobre todo a su papel en las repoblaciones forestales promovidas durante el franquismo. A pesar de tener el viento en contra, Jesús Casas es hoy uno de los nombres imprescindibles en la gestión de espacios naturales, primero como director de los parques nacionales de las Tablas de Daimiel y Doñana y luego como responsable del organismo autónomo que engloba a estos 14 espacios que, sobre el papel, constituyen lo mejor de la naturaleza española. Desde hace unos meses es responsable de la Dirección General de Desarrollo Sostenible del Medio Rural, dependiente del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino. Esta dirección general es una estructura de nuevo cuño con antecedentes administrativos tan polémicos como el IRYDA (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario), cuyo objetivo fundamental era la construcción de nuevos regadíos.
Del IRYDA a esta Dirección General de Desarrollo Sostenible del Medio Rural hay un cambio conceptual y de imagen muy importante sobre lo que es o deba ser el mundo rural en el futuro.
Lo que pretende esta Dirección General es poner en marcha la Ley de Desarrollo Sostenible del Mundo Rural aprobada en noviembre de 2007. Una ley que no es agraria sino territorial y que atiende a los más diversos aspectos, desde la sanidad a las infraestructuras y la cultura o la innovación tecnológica. La S de Sostenible y la M de Medio no son casuales. Sin que parezca pretencioso, yo diría que es el ámbito donde confluyen los dos mundos de este ministerio, el agrícola y el ambiental. Nuestro campo de actuación es el 85% del territorio y el 18% de la población.
Digamos que tanto la ley como esta Dirección General tratan de reflejar la nueva realidad del mundo rural. ¿Tanto ha cambiado en estos años?
Hasta no hace mucho tiempo el mundo rural era concebido como un espacio para la producción primaria (agricultura y ganadería) y los paisajes rurales que ahora conocemos son en gran medida el resultado de ese modelo. A partir de los años ochenta ese mundo rural comienza a tener un valor en sí mismo, más allá de la actividad agraria y ganadera, no como alternativa al medio urbano, aunque sí como complemento. Descubrimos entonces que hay una serie de activos inmateriales que el campo aporta a la sociedad en general. La frontera entre lo urbano y lo rural se vuelve más difusa en la medida en que hay mucha gente que tiene la segunda residencia en un pueblo, que hay zonas periurbanas que son bastante rurales y que los ingresos del mundo rural ya no proceden principalmente de la actividad agraria. Hoy sólo un tercio de las rentas totales son agrarias, el resto corresponde a la industria, a los servicios, etc. En definitiva, el mundo rural es hoy una realidad social, económica y cultural que tiene una gran vinculación de origen con lo agrario, pero que ya no puede concebirse desde una perspectiva estrictamente agraria. La preservación del patrimonio natural y cultural, el equilibrio territorial y otras muchas cosas corren peligro si los pueblos se siguen vaciando. Tengo aquí sobre la mesa un convenio con el Gobierno de Baleares por el que nos comprometemos a ayudar económicamente a los agricultores de Menorca para que mantengan el paisaje, concretamente los muros de piedra que rodean sus fincas.
¿Podría decirse en cierto modo que esta nueva visión de lo rural corrige la visión parcial y economicista de la Política Agrícola Común (PAC) impulsada por la Unión Europea?
A lo largo de los últimos años el instrumento fundamental que ha modelado la acción pública en el mundo rural ha sido la PAC, que no es una política territorial sino que pretende asegurar el nivel de renta a los agricultores y la soberanía alimentaria. Pero además de la PAC, hoy manejamos nuevas ideas como el de sarrollo sostenible y nuevas realidades como el cambio climático. Por otro lado, se ha constatado que la PAC tiene una serie de déficits: los pueblos siguen perdiendo población, no existe la misma calidad de vida en el mundo rural que en el urbano y, en definitiva, un señor que vive en el campo no tiene las mismas posibilidades que uno que vive en la ciudad. Todos estos problemas no se resuelven con una estrategia estrictamente agraria.
No parece nada fácil cambiar el modelo.
Nuestra tarea es complicada porque los objetivos son más difusos. Ahora puede ser más importante que en un pueblo haya wi-fi para que trabaje un emprendedor que mejorar determinadas rentas, que también. O conseguir profesores de caste-llano para los inmigrantes que, en algunas zonas de Aragón, por ejemplo, constituyen el 85% de la población. O que un arquitecto famoso tenga su estudio en un pueblo de Segovia en vez de en el Paseo de la Castellana de Madrid. No podemos seguir con esa imagen bucólica del mundo rural propia del siglo XVIII. Queremos que la industria, los profesionales liberales y cualquier tipo de servicios puedan instalarse en el mundo rural.
Bueno, aunque no se ha producido una huida tan masiva como algunos vaticinaban, algunos urbanitas ya han dado el paso.
No hace mucho estuve en un pueblo de Palencia de 150 habitantes donde vive el mayor criador de perros de raza del mundo que atiende a sus clientes, entre ellos muchos jeques árabes, gracias a Internet. Su preocupación, como la de tantos otros, es que la red responda. Un antiguo conocido mío que se dedica a la reconversión de empresas quiere instalarse en un pueblo de la Maragatería, de donde era su padre, pero tiene miedo de que la red de redes no tenga la calidad necesaria. Por eso decía antes que los objetivos ahora son distintos.
Gran parte de las instalaciones de energía alternativa están en zonas rurales, pero a lo mejor ya es más difícil que se vaya a un pueblo una fábrica de paneles o de molinos eólicos.
Estoy convencido de que el mundo rural funcionará cuando la empresa más avanzada del mundo pueda instalarse en Cabrales (Asturias), por poner un ejemplo, aunque tampoco se trata de crear fábricas con miles de trabajadores. No pretendemos que la gente de la ciudad vuelva al campo sino frenar la sangría en dirección contraria, que el modelo territorial se estabilice. Es absurdo plantearse que vuelvan los 2.000 habitantes que se fueron de un pueblo, de lo que se trata es de mantener a los 1.000 que quedan allí. Yo creo que los esfuerzos deben concentrarse no en pequeños núcleos de 20 habitantes sino en poblaciones de 500 a 3.000 donde se pueda montar un estudio de arquitectura o de lo que sea, una fábrica de diseño o una empresa de tecnologías sofisticadas. Consolidar territorio vivo.
“AHORA PUEDE SER MÁS IMPORTANTE QUE EN UN PUEBLO HAYA WI-FI QUE MEJORAR DETERMINADAS RENTAS”
Mientras Microsoft se piensa lo de Cabrales, habrá que conformarse con proyectos más humildes.
Mira, también en Palencia estuve el otro día en una cooperativa que da trabajo a más de 50 mujeres. Comenzaron hace años a construir maquetas de iglesias románicas en una Escuela Taller que surgió en torno a la restauración del monasterio de Santa María la Real, en Aguilar de Campoo, y hoy realizan magníficas maquetas de edificios de todo tipo que exportan a medio mundo. De nuevo Internet hace el milagro.
¿Qué balance le gustaría presentar cuando termine la legislatura?
Cuando uno de mis hijos me preguntó en qué consistía mi trabajo le dije: “en conseguir que el 18% de la gente de este país sea más feliz”. Partimos con un presupuesto de 100 millones que, en tres años, se ampliará a 500. Queremos conseguir que la ley funcione, que todos los ministerios asuman estos planteamientos cuando realicen inversiones en el mundo rural, que las comunidades autónomas se encuentren cómodas trabajando con nosotros, porque ellas son la clave. Esta Dirección General aporta el 50% de la financiación de un proyecto y el resto lo ponen las comunidades o particulares. En fin, si al cabo de cuatro años somos capaces de poner en marcha 200 o 300 experiencias piloto nos daríamos por satisfechos. También tengo mucho interés en que funcione la Red Rural para que sea un verdadero lugar de encuentro del mundo rural.