Libros

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Cuentan de un obrero en la antigua Unión Soviética que tenía la costumbre de salir del trabajo empujando una carretilla. Cada tarde, los vigilantes de la fábrica registraban la carretilla, sin encontrar nada, y dejaban salir al trabajador. Después de unos meses se descubrió que estaban robando carretillas. El error de los guardias fue fijarse en el contenido, ignorando el continente.

De un tiempo a esta parte, están sonando las trompetas del Apocalipsis que anuncian el final del libro tal y como lo conocemos, y su sustitución por el llamado libro electrónico. Es más, al libro le han añadido un vergonzoso y redundante complemento: «de papel», robándole una exclusividad que le pertenece desde tiempos remotos. De ser un objeto material, concreto, el libro ha pasado a ser un concepto: de continente ha mutado en contenido. ¿Acaso se nos olvida que la palabra libro (del latín, liber, membrana o corteza) tiene más de 2.000 años? ¿Que de las tablillas de arcilla sumerias al códice medieval, pasando por el rollo de papiro o de pergamino han transcurrido miles de años?

En efecto, fue entre en la Antigüedad Tardía, en los albores de la Edad Media, cuando se produjo un cambio tecnológico radical: el paso del rollo de pergamino al códice, al volumen, que permitía un manejo más cómodo, o acceder a cualquier punto del libro, o colocarlo encima de una mesa y tomar notas al mismo tiempo. Con el tiempo los códices fueron mejorando su formato, espaciando las palabras y las líneas, las mayúsculas y la puntuación, y con ello llegó otra revolución: la lectura silenciosa.

Es cierto que en un ordenador se puede disponer del entero catálogo de la Biblioteca de Alejandría, lo que supone una cierta comodidad y una gran ventaja. Con el libro electrónico podemos consultar cualquier asunto sin tener que acudir a la biblioteca. O podemos aumentar el tamaño de las letras, si nuestra vista comienza a dar muestras de cansancio.

Sin embargo, el tacto, la forma, el olor y el color del libro material son insustituibles. Es un objeto, como una pluma o una joya o un cuadro. Y como tal, el libro es cálido, sensual, tiene un cierto erotismo que difícilmente se puede encontrar en una pantalla, siempre fría. El libro lo sostenemos con las manos, notamos la textura de sus hojas, acariciamos la suavidad de su cubierta. Es un acto de amor, sin duda.

Es verdad que el libro, su forma y su diseño, siempre está cambiando. Añadiríamos que mejorando notablemente en los últimos años: el diseño de la cubierta más atractivo, su manejo más flexible y cómodo, el tipo de letra es más claro y los márgenes más limpios. La competencia ha empujado a las editoriales a presentar unas cubiertas más atractivas: hoy el escaparate de una librería parece un cuadro de Matisse, lleno de color y forma.

La presencia del libro electrónico puede resultar un acicate para que las editoriales se esmeren en la presentación del libro, en su aspecto material, táctil, para que el libro vuelva a ser una joya como en los tiempos de los monjes medievales. Claro que otra cosa es el contenido: lo que buscaban los vigilantes de la fábrica soviética.

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