Las oscuras damas de la ciencia

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“FRANKLIN ERA UNA CANDIDATA MÁS A SUFRIR LA INJUSTICIA DE SER ELIMINADA DE LA TANDA DE PREMIADOS CON EL NOBEL POR ESTE DESCUBRIMIENTO”

El pasado mes de abril se cumplieron 50 años de la publicación del artículo más importante de la biología del siglo XX, el de James Watson y Francis Crick en el que proponían un modelo de estructura del ADN que permitía explicar el mecanismo de funcionamiento y replicación de los genes. La famosa doble hélice, formada por dos cadenas de bases, con grupos fosfato formando el esqueleto externo y unidas en su interior por puentes de hidrógeno. Todo el desarrollo de la genética y la biotecnología posteriores ha sido posible gracias a este hallazgo.

Watson y Crick se llevaron la fama y los honores, y este año han recibido homenajes por doquier con motivo del aniversario, pero su trabajo no habría sido posible sin las imágenes obtenidas mediante difracción de rayos X por Maurice Wilkins y, sobre todo, Rosalind Franklin. Watson, en su obra “La doble hélice”, en la que contaba su versión del hallazgo, reconoce haber observado subrepticiamente las imágenes conseguidas por Franklin, y que fueron precisamente esas imágenes las que le permitieron llegar a desvelar lo que denominaron “el secreto de la vida”. Sin embargo, en las seis citas de su artículo no la mencionaron.

Franklin era una candidata más a sufrir la injusticia de ser eliminada de la tanda de premiados con el Nobel por este descubrimiento, pero en 1962, cuando Watson, Crick y Wilkins recibieron el galardón, hacía ya cuatro años que había fallecido por un cáncer. ¿Qué habría ocurrido de seguir viviendo? Brenda Maddox, periodista y esposa del editor durante decenios de la revista Nature, donde se publicó el artículo, escribió el pasado año una documentada biografía de Franklin, denominada “La oscura dama del ADN”, en la que destaca su precisión a la hora de señalar la contribución que realmente hizo al hallazgo, ni tan insignificante como Watson ha pretendido en ocasiones, ni tan importante como otros han voceado, pero sí lo bastante crucial como para haber merecido compartir el premio. Pero la opinión de Maddox, que comparto, es que habría sido relegada, como lo han sido muchas otras mujeres cuyas contribuciones científicas han tenido tanto o mayor peso que las de muchos otros receptores del preciado galardón.

De hecho, tan solo diez mujeres han conseguido el Nobel, en sus tres apartados científicos, a lo largo de sus 102 años de existencia. Y de las diez, tres lo fueron conjuntamente con sus esposos y compañeros de investigación. Si tenemos en cuenta que el número total de premiados ha sido de 491, el porcentaje de mujeres resulta ridículo, un 2%. Ejemplos de discriminaciones hay muchos, pero quizás uno de los más clamorosos es el de Lisa Meitner, que a lo largo de 30 años trabajó codo con codo con Otto Hahn en el estudio de la fisión del átomo. Hahn recibió el Nobel de Química de 1944 en solitario, una muestra de la arrogancia machista del Comité Nobel, que ni siquiera utilizó la argucia del límite de tres premiados por disciplina y año. Aunque la plena incorporación de la mujer a los laboratorios cumple ya varios decenios, la situación dista de haber cambiado. La Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), creada en España el año pasado, ha empezado a ofrecer datos clarificadores. Así, el porcentaje de mujeres va descendiendo conforme sube el escalafón. En la etapa de los estudios universitarios suponen más del 50% del alumnado, situación que se invierte en el peldaño de profesorado ayudante. En el capítulo del profesorado titular suponen ya solo un tercio, y en el de catedráticos o profesores de investigación (el equivalente a catedrático en los Organismos Públicos de Investigación, como el CSIC), el porcentaje se reduce hasta el 13%. Lo curioso es que el acceso a la cumbre docente se produce en los varones a los 47 años, de promedio, y a los 61 en el caso de las mujeres. Esto desbarata cualquier argumento de incompetencia que intentara justificar la situación. Si una mujer realiza una tarea de investigación lo bastante notable como para acceder a la cátedra es evidente que lo habrá hecho a lo largo de su carrera, no cuando se encuentra a punto de jubilarse. Pero también los datos objetivos avalan la existencia de una discriminación subyacente en esta situación. Los criterios tradicionales de evaluación de la actividad científica, publicaciones y citas, muestran que el rendimiento de las mujeres es al menos equiparable al de los varones.

La situación no parece una muestra de nuestro tradicional retraso respecto a otros países de nuestro entorno. Un estudio realizado por la Unión Europea, dentro del programa European Technology Assessment Network (ETAN), muestra que las cosas son similares en todo el territorio de la Unión. Los porcentajes de catedráticas y asimiladas varía, según países, entre el 5 y el 15%.

La ciencia y la tecnología, términos femeninos, son la expresión más distintiva de nuestra especie, y a su desarrollo contribuyen, de una forma cada vez más equilibrada, varones y mujeres. Reconozcamos pues este hecho equiparando de una vez los reconocimientos que unos y otras merecen.

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