La última morada de Leonardo da Vinci

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“Serás libre para pensar, soñar y trabajar”. Éstas fueron las palabras que el rey Francisco I de Francia dirigió a Leonardo da Vinci cuando lo invitó a instalarse en Amboise en 1516. En esa ciudad a orillas del Loira vivió los tres últimos años de su vida el artista italiano, en el Manoir du Cloux, una mansión conocida más tarde como castillo de Clos Lucé. Fue la última morada de una de las mentes más maravillosas de todos los tiempos, un enclave histórico que alberga en la actualidad el Parque Leonardo da Vinci, donde se ha reunido un nutrido número de maquetas a escala y a tamaño real de los inventos diseñados por el maestro.

Loira y castillos. Dos palabras que se nos antojan inseparables. En las márgenes del gran río que cruza Francia de este a oeste se levantan fortalezas y palacios impresionantes. El tramo del valle que transcurre entre Sully-sur-Loire y Chalonnes fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000. Entre Tours y Orléans se encuentran magníficas construcciones, como el gran castillo de Chambord, con sus 365 chimeneas y 440 habitaciones, cuya función era sim-plemente ser un pabellón de caza para el rey Francisco I, o el de Chenonceau, un hermoso edificio levantado sobre las arcadas de un puente que cruza el río Cher.

Entre el conjunto de castillos imprescindibles para todo aquel que visite la región encontramos también el de Amboise, famoso por albergar la tumba de Leonardo en una capilla dedicada al patrón de los cazadores, san Huberto, con decoración de estilo gótico tardío y cons-truida en lo alto de una gran roca entre 1491 y 1496.

Amboise presume de haber sido el lugar donde el genio toscano vivió y trabajó sus últimos años, en el caserón de ladrillos rojos de Clos Lucé, situado a apenas 500 metros del castillo de Amboise.

Unas pinceladas de historia

La construcción de Clos Lucé se inició en 1471 por orden de Luis XI, apodado el “Rey Araña” por la red de conspiraciones y maquinaciones políticas que tejió. En 1490 compró la mansión el rey Carlos VIII, quien obsequió a su joven esposa Ana de Bretaña con una capilla adosada a la residencia que esta reina convirtió en su oratorio particular.

A todo aquel que visita Amboise se le relata la muerte casi tragicómica de aquel rey que fue conocido como el Afable, pero también como el Cabezudo. Y es que Carlos VIII tenía 27 años cuando, durante un partido de pelota (jeu de paume), se dio tal cabezazo con el dintel de una de las puertas del castillo de Amboise que quedó en coma y murió a las pocas horas.

Eso ocurrió en 1498, 17 años antes de que Leonardo cruzara los Alpes para unirse a la corte del rey de Francia Francisco I, situada precisamente en Amboise, donde se había criado el monarca. Este rey con fama de humanista y amante de las artes había sido coronado en 1515 a la edad de 20 años. Ese mismo año, en octubre, Francia reconquistó Milán, y dos meses después Francisco I y el papa León X se reunieron en Bolonia. Para la ocasión Leonardo fabricó un león mecánico capaz de caminar y de cuyo pecho abierto salía un ramo de lirios.

En ese momento se inició una relación casi paterno-filial entre el artista y el rey, aunque por edad el primero bien podría ser su abuelo. Francisco I le invitó a unirse a su corte e instalarse en Amboise y Da Vinci aceptó.

Llevó consigo tres de sus pinturas más famosas. Sobre la cabecera de la cama donde murió, en su habitación de Clos Lucé, estaba colgada la Mona Lisa. También viajó con los cuadros de San Juan Bautista y de La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana. Los tres óleos se conservan en la actualidad en el Museo del Louvre.

Hasta su muerte Leonardo trabajó para el rey, pintando, inventando, creando… Se encargó de obras arquitectónicas y de ingeniería civil en Romorantin, una localidad cercana que Francisco I quería modernizar. Al mismo tiempo organizaba las grandes fiestas y ceremonias reales, entre ellas la Fiesta del Paraíso, que se celebró en 1518 en conmemoración del nacimiento del primer hijo varón del rey. Aquella fiesta tuvo lugar de noche, precisamente en los jardines de Clos Lucé, y allí Leonardo maravilló a los presentes con una recreación de la bóveda celeste en el interior de una gran carpa. El embajador de Mantua en Francia escribió: “Debía de haber cuatrocientos candelabros que daban tanta luz que parecía que la noche se hubiera retirado”.

Leonardo murió el 2 de mayo de 1519. El artista y biógrafo Giorgio Vasari relató que aquel rey que se había convertido en su amigo y que llegó a llamarlo “padre mío” sostuvo su cabeza cuando Leonardo encontró la muerte, una escena que inmortalizaron siglos más tarde pintores como Ingres y Ménageot, a pesar de que tiene mucho de leyenda y casi nada de rigor histórico. No obstante, según lo escrito por el poeta Giovanni Paolo Lomazzo, tal vez sea cierto que de la boca del rey saliera una de las más bellas oraciones fúnebres que se conocen: “Para cada uno de nosotros la muerte de este hombre es un duelo, pues es imposible que la vida produzca otro igual”.

Su entierro tuvo lugar tres meses más tarde. El cuerpo fue acompañado, según sus últimas voluntades, por sesenta men-digos portadores de antorchas. Fue enterrado en Saint Florentin, en Amboise. Tras las guerras de religión y la demolición de esta iglesia en 1808, la sepultura se trasladó a la mencionada capilla de San Huberto, junto al castillo de Amboise.

Arte y naturaleza

El castillo de Clos Lucé es el emblema del Renacimiento en Francia. Incluso antes de la llegada de Leonardo, cuando el rey Francisco I todavía era conocido como duque de Angulema, en sus jardines se celebraban juegos de guerra, mientras Margarita de Navarra, hermana del futuro rey, escribía allí los primeros cuentos eróticos del Heptamerón. El monarca y su apasionada hermana hicieron traer a pintores, arquitectos y poetas. Evidentemente, el mayor trofeo fue Leonardo, que apareció por el valle del Loira cuando contaba ya 64 años y gozaba de una inmensa fama.

La restauración de la mansión ha supuesto un arduo trabajo a lo largo muchos años. Ciertas partes del edificio, deteriorado por el paso del tiempo, comenzaron a reconstruirse a principios del siglo XX y algunos elementos clave, como la capilla de Ana de Bretaña, no se restauraron por completo hasta entrado el nuevo milenio.

Una de las últimas reconstrucciones son los jardines. El Parque Leonardo da Vinci se extiende por seis hectáreas de terreno y constituye un gran museo al aire libre en el que el visitante descubre una sorpresa tras otra. Grandes telas traslúcidas cuelgan de los sauces mostrando obras pictóricas del maestro italiano. En distintos pun-tos del recorrido encontramos dieciocho de las máquinas que diseñó el artista a tamaño gigante, fabricadas con las técnicas de la época, que mayores y pequeños pueden manipular, así como obras de ingeniería que hacen patente el genio de Leonardo, entre ellas un molino hidráulico, un puente levadizo giratorio y una esclusa.

Además, una hectárea del parque conforma el Jardín de Leonardo, una reconstrucción del paisaje que observó y admiró el maestro, concebida como un recorrido iniciático, botánico y pedagógico en plena naturaleza. El jardín es un reflejo de los estudios de Leonardo a partir de sus pin-turas, dibujos y bocetos. Allí podemos encontrar docenas de especies de plantas y flores que el artista dibujó y pintó. Los efectos de bruma nos sumergen en un paisaje evocador del sfumato, la técnica inventada por Leonardo para simular el efecto vaporoso de la lejanía a través de contornos imprecisos. La vegetación, el agua y el movimiento son partes integra-les de ese paisaje, lo mismo que el puente de roble macizo de dos niveles que cruza el estanque, recreado a partir de los planos que dibujó Da Vinci.

La visita al interior del edificio no desmerece el exterior. Parte de la mansión está dedicada a acoger exposiciones de arte, mientras que otro itinerario recorre las habitaciones donde vivió Leonardo, desde el dormitorio donde encontró la muerte a la gran cocina, pasando por la sala de recepciones, su gabinete de trabajo y el oratorio de Ana de Bretaña.

Las ideas de un genio

El descenso a las plantas más bajas del edificio es un deleite para los amantes del genio innovador. Está claro que, como artista, Leonardo fue uno de los más extraordinarios de todos los tiempos. Pero todos sabemos también que su pasión por el conocimiento en todos los ámbitos no tenía límites. Científico en un tiempo en que la ciencia aún no tenía método, sus observaciones abarcaron todas las áreas imaginables. Fue pintor y escultor, pero también inventor, matemático, arquitecto, ingeniero, botánico, anatomista, músico, escritor… El arquetipo del hombre renacentista.

El sótano de Clos Lucé, junto a la entrada del pasadizo subterráneo que comunicaba esta residencia con el castillo de Amboise, reúne maquetas a escala de cuarenta invenciones de Leonardo, fabricadas con los mismos materiales y procedimientos de su época. Su deseo de descubrir cómo funcionaba el mundo condujo a hallazgos científicos extraordinarios que tardarían siglos en desarrollarse y comprenderse.

El aprecio de reyes y nobles por la capacidad de Leonardo para la ingeniería y los inventos venía de tiempo atrás, pese a que los eruditos contemporáneos ignorasen la vertiente científica del artista, debido a que no tuvo una educación formal en matemáticas y latín. En una carta a Ludovico Sforza, duque de Milán, el maestro le describía las cosas maravillosas y diversas que podía conseguir en el campo de la ingeniería. Acabó trabajando para él, sobre todo inventando máquinas hidráulicas. Más tarde marchó de Milán a Venecia, donde ejerció de arquitecto e ingeniero militar, ideando métodos para defender la ciudad de ataques navales. Asimismo, en 1502, entró al servicio de Cesare Borgia, hijo del papa Alejandro VI, también como arquitecto e ingeniero.

Tal como comprobamos en los sótanos de Clos Lucé, en el ámbito de la guerra Leonardo tuvo ideas geniales y excesiva-mente avanzadas para su tiempo. Inventó máquinas para matar más efectivas que las que se empleaban entonces, aunque sólo algunas de ellas se construyeron y utilizaron realmente. Lo mismo ocurrió con la gran mayoría de sus diseños, máquinas imposibles en su momento que hoy día se consideran antepasados lejanos de los helicópteros, los tanques o los aviones actuales.

Tomemos como ejemplo el puente que diseñó en 1502 para el sultán Beyazid II de Estambul. Se trataba de una obra de ingeniería civil consistente en una sola arcada de unos 420 metros, proyectada para cruzar el Cuerno de Oro en el Bós-foro. Su construcción se consideró imposible. La carta que escribió Leonardo al sultán se encontró en los archivos del Museo de Topkapi en 1952. Decía: “Ha llegado a oídos de vuestro humilde servidor que tenéis la intención de levantar un puente desde Estambul hasta Gálata, pero que no lo habéis podido realizar hasta ahora porque no habéis encontrado a un hombre capaz de hacerlo. Yo, vuestro humilde servidor, sé cómo realizarlo. Lo construiría tan alto como un edificio, para que así, debido a su altura, nadie pudiera sobrepasarlo…”.

En el año 2001, medio siglo después, el pintor y artista noruego Vebjørn Sand construyó en su país un puente algo más pequeño basado en el proyecto de Leonardo, demostrando así que no era un proyecto irrealizable. En el 2006 el gobierno turco aprobó la idea de construirlo sobre el Bósforo, si bien sigue siendo un proyecto que aún no ha tomado cuerpo.

Igual que ese puente, otras muchas máquinas salidas de la creativa mente de aquel genio renacentista han sido objeto de creciente interés a lo largo del último siglo. Lo cierto es que no ha llegado hasta nuestros días ninguna de las máquinas que pudieran fabricarse ni ningún modelo a escala que él mismo realizara. Existe confirmación de que algunos de sus inventos se hicieron realidad, como un aparato diseñado para medir la fuerza de tensión de cables, un dispositivo para enrollar bobinas y una muela para pulir lentes convexas, aunque son ejemplos prácticos que apenas representan una parte insignificante del conocimiento que nos legó. Actualmente, sólo quedan sus bocetos, dibujos y explicaciones escritas en espejo, de derecha a izquierda, ideas conceptua-les que, si bien en ocasiones no pasan de ser sueños imposibles, tienen un valor intelectual extraordinario.

En cualquier caso, sus proyectos de hace 500 años siguen sorprendiendo a los estudiosos. En muchas ocasiones, sus ideas inconclusas no hacen más que revelar nuevos secretos, lo cual hace de ellas un tesoro aún más valioso.

Leonardo se interesó mucho por las máquinas de guerra, curiosidad que compartían de forma interesada los nobles y reyes que lo protegieron. Diseñó nuevos artilugios bélicos de defensa y ataque, y perfeccionó los existentes. La ametralladora fue una de sus ideas originales. Se le ocurrió cuando las tropas papales asediaron Florencia en 1470. Carros de asalto, catapultas, espingardas y cañones forman parte de la colección de modelos de Clos Lucé, inventos que en su mayoría jamás pasaron de ser ideas dibujadas y descritas en papel.

Los estudios del maestro toscano abarcaron la hidráulica, la mecánica, la aeronáutica… A aquel italiano, que no comía carne y que compraba pájaros enjaulados para liberarlos, le fascinaba la idea de poder volar. La observación de aves y otras criaturas del aire le inspiró el diseño de planeadores con alas articuladas. Al mismo tiempo, investigó el principio de lo que sería el paracaídas moderno y también de un mecanismo giratorio que anticipaba la idea del helicóptero.

La exposición de modelos también nos invita a ver lo que hoy podríamos con-siderar gérmenes del automóvil, la bici-cleta, el patín acuático o el casco doble en las embarcaciones. Nos permite hacer-nos una idea de cómo sería el perpetuum mobile, la hipotética máquina –imposible según la primera ley de la termodiná-mica– capaz de funcionar eternamente después del impulso inicial. Visionario de las enormes posibilidades que se abrían tras palancas, poleas, cigüeñales, ruedas dentadas y manivelas, resulta muy difícil saber cuántas de las ideas salidas de su mente han pasado a formar parte de nues-tra vida cotidiana, retazos que nos per-miten hacernos tan sólo una pequeña idea de lo que corrió por la avanzada mente de un hombre irrepetible.

IDEAS Y MÁQUINAS


Máquina voladora

En la halle de Clos Lucé, edificio externo ubicado en los jardines de la mansión, es asombrosa la reconstrucción de una de las máquinas voladoras diseñadas por Leonardo, un ingenio de doce metros de envergadura que simboliza por sí mismo la pasión del maestro italiano por el vuelo. Fue Da Vinci el primero que se tomó en serio y desarrolló de forma científica la posibilidad de que el ser humano pudiera volar. Pero al principio, cuando todavía era un joven residente en Florencia, su inspiración no procedía de los pájaros, sino de la anatomía del hombre y de la mecánica. Sus diseños de máquina voladora se basaban en sus estudios sobre los potenciales dinámicos del cuerpo hu-mano. Leonardo creía en la posibilidad de que el hombre pudiera volar con sus máquinas gracias a la fuerza de sus propios músculos, tanto de los brazos como de las piernas y la cabeza.

Tras un período en que aparcó la idea, renovó su interés por el asunto a comienzos del siglo XVI. En ese tiempo sí que fue la zoología la fuente de inspiración. Pasaba horas estudiando el vuelo natural de las aves, y de esa época data el Códice sobre el vuelo de los pájaros, dedicado por completo a este tema y a su posible imitación mediante máquinas. El códice muestra en dos grandes secciones sus investigaciones sobre el batir de alas y sobre las maniobras de equilibrio en caso de viento. Para cada caso, Da Vinci estudió el vuelo de las aves, su anatomía y su aerodinamismo, al tiempo que dibujaba máquinas voladoras capaces de imitar lo que había observado en la naturaleza. Hacia el final de su vida se centró más en las posibilidades del vuelo aerostático y en los estudios teóricos que en proyectos de máquinas voladoras.

Tornillo aéreo

A escasos doscientos metros de la entrada al castillo de Clos Lucé, los niños giran y giran sin cesar la rueda del primer antepasado del helicóptero. Leonardo lo dibujó junto a otras máquinas voladoras pensando que un aparato en forma de tornillo podría elevarse verticalmente y volar si se hacía girar con rapidez. La fuerza necesaria para dar vueltas al dispositivo y mantenerlo en el aire era el principal obstáculo de este ingenio, que quedó sin desarrollar, lo mismo que otras muchas ideas del maestro. Los expertos explican que ésa era la forma que tenía Leo-nardo de afrontar problemas de tipo teórico, visualizando las soluciones posibles a través del diseño de máquinas que a menudo quedaban como ideas inacabadas. Por otro lado, es de destacar que fue la primera vez que la forma en espiral, omnipresente en el ámbito de los sistemas hidráulicos desde Arquímedes, se aplicaba al vuelo.

Ametralladora

En tres dibujos plasmados en una misma hoja que datan aproximadamente de 1482, Leonardo presentó tres proyectos alternativos de ametralladora. Algunas forman parte de la colección de maquetas de Clos Lucé, y la que puede verse en el centro del dibujo puede accionarse –sin intención belicosa– en los jardines del parque.

Aunque se nos antoja una máquina de guerra temible para su época, con una gran potencia de disparo, su viabilidad está más que cuestionada, sobre todo por lo complicado que hubiera sido cargar los proyectiles y la pólvora.

En esta arma transportable las doce bocas de fuego podían disparar por separado o simultáneamente con un amplio radio de acción. Según los estudiosos, el hecho de poder mover toda la estructura sobre sus dos ruedas constituye uno de los aspectos más interesantes del invento. Además, podía regularse la altura a la que se quería apuntar mediante un mecanismo de tornillo sin fin y con una manivela situada en la parte posterior de los cañones para que adoptaran inclinaciones distintas, un precedente de los cañones modernos.

“HARÉ CARROS CUBIERTOS, SEGUROS E INVULNERABLES; Y QUE ADENTRÁNDOSE ENTRE LOS ENEMIGOS CON SUS ARTILLERÍAS, NO HABRÍA MULTITUD, POR GRANDE QUE FUERA, QUE NO ROMPIÉRAMOS. Y DETRÁS DE ELLOS PODRÁ IR LA INFANTERÍA TOTALMENTE ILESA Y SIN IMPEDIMENTO ALGUNO” Leonardo da Vinci

Carro de combate

“Haré carros cubiertos, seguros e invulnerables; y que adentrándose entre los enemigos con sus artillerías, no habría multitud, por grande que fuera, que no rompiéramos. Y detrás de ellos podrá ir la infantería totalmente ilesa y sin impedimento alguno”. Esa promesa de Leonardo queda plasmada en sus dibujos de un tanque de madera con múltiples cañones en toda su circunferencia, que parte de ideas procedentes de época clásica y medieval. El ingenio se nos antoja una tortuga mortífera movida y manipulada por hombres situados en su interior. En sus dibujos, mostró su aspecto externo y su mecanismo interno, con sus ruedas y engranajes. Sin embargo, se trata de una máquina cuya eficiencia en el campo de batalla hubiera sido bastante mediocre. Ocho hombres deberían encargarse de cargar los cañones y, al mismo tiempo, mover el pesado armatoste mediante manivelas que hicieran girar ruedas dentadas, que únicamente en un terreno completamente llano y con escasos obstáculos hubiera tenido cierta utilidad.

Barco de palas

El artista se interesó a menudo por la náutica y pensó en embarcaciones basadas en formas de propulsión nuevas, en submarinos, en escafandras subacuáticas y en armas con las que atacar a los barcos enemigos desde el fondo del mar. Con su barco de palas giratorias, Da Vinci perfeccionó los mecanismos ideados por ingenieros anteriores. Los dibujos realizados entre 1487 y 1488 en Milán muestran el desarrollo de la idea. Se trata de que un par de hombres pedaleen y transmitan el movimiento mediante ruedas dentadas y engranajes a las palas exteriores de la embarcación, un me-canismo que recuerda al de los patines acuáticos que se alquilan hoy día en las playas de todo el mundo.

Automóvil

Según recientes investigaciones, sobre todo el hallazgo casi casual de un detalle en un dibujo realizado hacia 1480, más que de un automóvil se trata de una de las diversas máquinas teatrales que diseñó el artista italiano. Como novedad entre los distintos sistemas de locomoción de la época, Leonardo propuso una máquina cuya propulsión se basaba en el empleo de dos muelles encerrados en un tambor de madera que accionan dos ruedas dentadas horizontales. Mediante mecanismos de ruedas y resortes de ballesta, la liberación de la energía de los muelles se trans-mite a las ruedas de la máquina de una forma uniforme. El diseño cuenta con un dispositivo de freno que algún operador del teatro oculto entre bastidores debía desbloquear a distancia con una cuerda para que el aparato se dirigiera hacia el público por sí solo.

Bicicleta

En los sótanos de Clos Lucé encontramos también un modelo a escala de la controvertida bicicleta de Leonardo. Controvertida porque el pequeño boceto que descubrieron al despegar dos páginas los monjes que restauraban el llamado Códice Atlántico en los años sesenta es considerado un fraude por gran parte de los eruditos. Aquella bicicleta de madera es muy similar a las actuales, con sus ruedas, pedales, cadena, plato y piñón, pero su manillar no tenía juego de dirección y el guardabarros trasero servía también como sillín. Sea un invento falso o auténtico, lo que sí es cierto es que Leonardo plasmó en otros dibujos sistemas de transmisión similares a los de una cadena de bicicleta.


Exposición sobre Leonardo da Vinci y Francia

El castillo de Clos Lucé alberga hasta el 30 de enero de 2010 la exposición Leonardo da Vinci y Francia, dedicada a su más ilustre residente y las relaciones que tuvo con los reyes del país vecino. De hecho, Leonardo tuvo encargos de la monarquía francesa antes incluso de trasladarse a la corte de Amboise de Francisco I, pues hacia 1507 ya trabajó proyectando la construcción de un palacio a las puertas de Milán, ciudad perteneciente a Francia en aquella época. El proyecto incluía los jardines de aquella villa, que hubieran contado con juegos acuáticos, fuentes con sofisticados mecanismos y molinos hidráulicos que accionaban instrumentos musicales.

La exposición presenta al público, por primera vez, los últimos dibujos de Leonardo,
como el Estudio de flores, el Estudio de un caballo y dos figuras, y las Jóvenes danzando. Acoge otros numerosos dibujos y bocetos del maestro, proyectos arquitectónicos y de ingeniería, así como obras de otros artistas, piezas que han sido prestadas por numerosos museos, instituciones y colecciones privadas. Tapices del siglo XVIII que representan el castillo de Chambord, la soberbia escultura del Caballo Bucéfalo, atribuida a Leonardo o a uno de sus discípulos, o una réplica del San Juan Bautista procedente del Museo Ingres son algunas de las obras que protagonizan esta muestra.

Más información: www.vinci-closluce.com

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