La pretendida involución de Bolonia para las ingenierías

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La reforma del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) trajo a España una evolución de las titulaciones académicas acordes con el siglo XXI y el entorno mundial, pero desgraciadamente sigue habiendo intereses particulares que se anteponen a los generales, que pretenden no solo desvirtuar ese nuevo modelo, sino lo que es más peligroso todavía, involucionar al siglo XIX.

En España hay dos niveles profesionales en las ingenierías, las ingenierías técnicas y las ingenierías, que algunos se empeñan en seguir llamando “superiores”, algo que no tiene reflejo en el resto del ámbito europeo y mundial. Sin embargo, todavía hay quien piensa que es necesario seguir manteniendo esa singularidad, aun a costa de los problemas de movilidad de los ingenieros españoles. Antes de Bolonia, existían en España cuatro niveles académicos, las titulaciones de tres años (ingenierías técnicas, arquitectura técnica y diplomaturas), las de cinco años (ingenierías, arquitectura y licenciaturas) y, posteriormente, los niveles de máster y de doctorado. Con la reforma de Bolonia se quedaron solamente tres niveles, que son el grado (4 años), el máster y el doctorado, lo que suponía en efecto el unificar los dos primeros niveles pre-Bolonia.

Sin embargo, con las ingenierías se ha actuado de otro modo, ya que para seguir manteniendo esa dualidad en las profesiones de ingeniería por un lado, y para mantener las estructuras universitarias por otro, se llevó a cabo lo que se suele denominar una operación de ingeniería financiera consistente en reinventar Bolonia para que las antiguas ingenierías se convirtiesen en máster. La cosa no quedó ahí. En contra de todos los criterios de unificación previstos en el EEES, se crearon ex profeso unos títulos de grado en ingeniería denominados blancos (sin atribuciones ni salidas profesionales), que tienen como única finalidad el acceso al máster (generalista y no especialista contra lo que dice Bolonia), que otorga la profesión de ingeniero.

Pero la sociedad no es tonta, y los millennials menos, y rápidamente han percibido que las titulaciones de grado en ingeniería son las que demandan las empresas, las que se reconocen en el resto de Europa y en el mundo, las que dan acceso a la profesión regulada y, por tanto, otorgan atribuciones profesionales. Este hecho, unido a la mayor eficiencia y rendimiento que los alumnos obtienen de los másteres de especialización, ha conducido al fracaso estrepitoso de la Operación Resistencia que algunos pusieron en marcha, y que ahora pretenden resucitar con nuevas estratagemas.

Lejos de reconocer el error y rectificar, lo que se cierne desde algunos responsables de las universidades politécnicas y con el aval de los representantes de las profesiones de ingeniería, aunque con intereses distintos, es la creación de programas integrados de máster en ingeniería, es decir, que un alumno se pueda matricular directamente en un programa que incluye grado y máster, lo que vulnera por completo la legislación vigente y el espíritu de Bolonia, pues se podría acceder al nivel de posgrado sin haber culminado el grado. Es como acceder al doctorado sin haber terminado el máster, o comenzar el título de grado sin haber terminado el bachillerato, dejando patente los intereses que priman, frente a la meritocracia que debería definir nuestro sistema educativo.

La Universidad tiene como misión principal generar y transmitir conocimiento, desde el que podamos tomar nuestras propias decisiones, pero en ningún caso se trata de hacer rehenes o influir de manera indirecta en la formación que cada uno quiera recibir. Los titulados de los grados blancos (sin atribuciones ni salidas profesionales) se ven obligados, sí o sí, a realizar los másteres habilitantes, y no tienen posibilidad de elegir. Es como en el cuento de las lentejas: las tomas o las dejas, pues no hay otra opción que quedar atrapados en la telaraña universitaria.

Si ya cuesta que los jóvenes de 18 años elijan estudiar las titulaciones de ingeniería, no solo por la dificultad que entrañan, sino muchas veces por el desconocimiento real de las funciones de los ingenieros, pues imagínense cuando se les habla de profesiones reguladas, atribuciones y todo lo demás: al final, eligen una titulación que tiene un nombre recurrente y suena bien, y que, además, incluye la palabra ingeniería. Pero esta situación cambia conforme van pasando los años en la Universidad y se va descubriendo el mundo de las ingenierías, cuando unos pueden ir de Erasmus a otros países y cuando otros no ¡porque no tienen homólogos! Cuando miran las ofertas de empleo y ven que su titulación no aparece en ninguna, o que no tienen un colegio profesional que los acoja. Es entonces cuando empiezan a hacerse preguntas y no les gusta conocer las respuestas, cuando ven que otros compañeros que estudian con ellos en las mismas escuelas acceden al mundo laboral como ingenieros (mecánicos, eléctricos, químicos…) o cuando pueden elegir cualquier máster de especialización para poder seguir formándose, y sin embargo a ellos solo les queda el camino que alguien ha decidido previamente en su lugar.

Y para algunos la consigna es clara: “Hay que cubrir como sea las plazas de los másteres en ingeniería con atribuciones”. Y para ello, cualquier cosa vale, aunque sea a costa de coartar la libertad de decisión, que como hemos dicho es uno de los valores clave que ha de otorgar la Universidad a sus alumnos. Esta forma de actuar, que prima intereses propios o internos de la organización, frente a las necesidades reales de la sociedad, ejemplifica una de las debilidades más recurrentes que se le atribuyen a las universidades. Y yo no me atreveré a hablar de endogamia, porque me parece injusto, y más aún su generalización, pero sí que insisto en la necesidad de tener una Universidad con principios muy sólidos como base fundamental para garantizar la evolución y el desarrollo de nuestra sociedad, como ha sido hasta la fecha en nuestro país.

En nuestro ámbito, y esto es algo en lo que coincidimos, como no podía ser de otra forma, los representantes de los dos niveles de la ingeniería, la ingeniería industrial como tal no existe como profesión en otros países y, por lo tanto, tampoco existe ni el grado blanco (ingeniería en tecnologías industriales) ni el máster de ingeniero industrial que existe en España, lo que de partida dificulta, y mucho, la necesaria movilidad de profesionales y de estudiantes. Sin embargo, y este es un hecho plausible y en favor de las universidades y escuelas técnicas, las titulaciones de grado actuales de ingeniería mecánica, ingeniería eléctrica, ingeniería electrónica, ingeniería química industrial, etc., son el referente para la movilidad efectiva y para el mercado de trabajo, y este hecho lo han captado perfectamente los estudiantes.

Es la ley de la oferta y la demanda, ellos tienen la información de la demanda, y tratan de ofrecer lo que se les pide, así que por eso optan por estos grados de ingeniería y en su caso por máster de especialización en áreas concretas u otra formación que les otorgue las competencias específicas de las ofertas de empleo a las que pretenden optar. La ingeniería y la industria evolucionan en sintonía, y no se puede pretender cambiar las necesidades de la sociedad desde otros ámbitos, entre otras cosas, porque la titulación académica no es un fin en sí mismo, sino que es un medio para conseguir ejercer una actividad profesional y crecer con ella.

Los millennials tienen otro tipo de valores que no pasan por ser ingenieros superiores o inferiores, sino que van más encaminados a ser los mejores ingenieros, a disfrutar de su trabajo, a ser útiles a la sociedad, a sentirse realizados y, sobre todo, a tomar sus propias decisiones, así que por favor, reflexionemos todos y que las decisiones que se adopten o las posturas que se defiendan correspondan al interés general y no al particular.

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