La guerra según Ferlosio
Rafael Sánchez Ferlosio ha reunido en un volumen sus principales textos sobre la guerra de los últimos 25 años. Con el escueto título de Sobre la guerra, ofrece una interpretación de los conflictos bélicos y de su trasfondo. Estos ensayos, ásperos y lúcidos, contradicen los más arraigados hábitos intelectuales con los que se suele pensar la guerra. La guerra siempre suscita una unánime condena moral: no sólo la execran los manifestantes pacifistas, sino también los gobiernos más belicistas, los ejércitos, los terroristas y toda clase de “luchadores por la paz”. Todos deploran la guerra, pero sistemáticamente se recurre a ella precisamente en aras de la paz. Los ejemplos son tantos, tan elocuentes, que es preferible no mencionarlos. Que cada cual se busque los suyos.
Mucho nos tememos que esto no sea una paradoja, sino que forma parte de la esencia misma de los conflictos bélicos. Por ejemplo, la guerra por una causa justa. Ésta es la primera falacia que el de Coria trata de desmontar: la convicción de que la guerra es, o puede ser, un medio útil cuando se pone al servicio de causas nobles (la Causa, así con mayúscula), es decir, la idea de que puede justificarse desde la racionalidad instrumental, como un medio imprescindible para un fin indiscutiblemente bueno.
La coartada de la Causa nos impide ver algo que puede resultar más que inquietante: que la guerra pudiera ser buscada como un fin en sí misma y por razones tan poco pías como “el éxtasis de la victoria, el placer del predominio, la ambición de hegemonía, el furor de la autoafirmación”. Nos impide verlo o más bien se trata de que no queremos verlo: la guerra no es una opción, sino una necesidad inexorable.
Un ejemplo clarísimo de casus belli es la guerra de Afganistán. Más que de “legítima defensa”, se trataba de dar satisfacción al pueblo americano, mancillado en su honor tras los ataques terroristas del 11-S. Y esta satisfacción exigía un procedimiento espectacular: bombardeos televisados. O por utilizar las palabras de Susan Sontag, “la lujuria de la opinión pública por los bombardeos en masa”.
Para Ferlosio, vivimos en un estado de guerra permanente desde que existe una industria militar permanente. Las guerras, en especial las guerras electrónicas, son sinónimo de grandes contratos, grandes beneficios y grandes posibilidades de empleo. Además, hay que probar las armas, las innovaciones tecnológicas, como en la invasión de Panamá de 1989, cuando se quiso probar el nuevo bombardero Stealthy.
“No son los clavos los que reclaman el uso del martillo”. Ferlosio parte de un axioma: las armas son la causa de la guerra. Un ejemplo de manual es la primera guerra del Golfo. Cuando se ha acumulado tanto hierro, tanto acero y tantos hombres, es decir, cuando la flecha está en el arco, ya no hay vuelta atrás. Los patéticos intentos de solucionar el conflicto por la vía diplomática no eran más que un disimulo, o todo lo más una forma de “marear la perdiz”. Pero la guerra ya estaba inexorablemente decidida.
Eisenhower, que no era un pacifista ni un radical, lo dejó advertido en su discurso de despedida a la nación americana: “Debemos guardarnos bien de que el complejo industrial militar llegue a tener una influencia injustificable”. De esto hace más de 40 años, pero lamentablemente, como el mismo Ferlosio apunta, “nadie convence a nadie de nada”. Y así nos va.