La cultura de lo sagrado

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«Un fantasma parece recorrer este mundo desolado: el fantasma de lo sagrado.»1

La cultura de lo sagrado -del latín sacratus, con el significado «de lo que es digno de veneración por su carácter divino o por estar relacionado con la divinidad» (DRAE)- sigue impregnando todas las culturas, incluso aquellas que la rechazan en un mundo desacralizado, en un tiempo histórico en el que se impone el predominio de lo profano -«de lo que no es sagrado ni sirve a usos sagrados, sino puramente secular» [DRAE]- con la consiguiente y sistemática profanación de lo divino.

La palabra latina sacer, de la que deriva sagrado, implica, en sí misma, una restricción impuesta al comportamiento humano con los dioses, y con todo lo que les rodea, un tabú, [palabra derivada del polinesio tabú, «lo prohibido»]. Para simbolizar esta restricción a la humana intromisión en el ámbito de un dios, ese espacio es consagrado, mientras que cuando dicha restricción no se cumple, sino que se rompe deliberadamente, porque sus límites son trasgredidos, el dominio divino se considera profanado. Y es que la principal característica de una religión, como conjunto de creencias relativas a una divinidad, o a muchas divinidades, es precisamente lo que convierte al mundo en dos dominios separados, radicalmente opuestos en sus fundamentos: el mundo de lo sagrado y el mundo de lo profano2. Para Durkheim, «lo que convierte algo en sagrado no es su conexión con lo divino, sino el hecho de ser sujeto de una prohibición que lo aparta radicalmente de algo que se considera, por este hecho, en profano».

La cultura de lo sagrado se inicia a partir del encuentro de los primeros seres humanos con lo misterioso, con lo oculto, con los fenómenos que no se pueden comprender ni explicar («La realidad oculta, escondida, corresponde, en suma, a lo que hoy llamamos sagrado», escribió María Zambrano3). Es la presencia de lo misterioso en la experiencia de la vida humana, la que, al ser pensada, repensada e imaginada, se convierte en lo sagrado, en aquello que provoca de por sí, y al mismo tiempo, fascinación y temor, ya que los seres humanos piensan que sería en ese ámbito misterioso donde se ocultarían los hacedores o el supremo hacedor de todo lo inexplicable que en este mundo ocurre, incluidos esos extraños espacios biológicos en los que asientan personas que hablan, piensan y tienen conciencia de «estar en el mundo».

Las imágenes con las que metafóricamente se piensan y se imaginan, desde el cuerpo humano -convertido, a lo largo de la evolución, en «animal pensante», como ya lo definiera el médico griego Alcmeón de Crotona- los presuntos hacedores de todo lo misterioso que en el mundo ocurre, así como los ámbitos en los que parecen manifestarse, se convierten en símbolos de lo divino, ya sean dioses y diosas o un solo dios, en seres todopoderosos, fascinantes y terribles. Unos imaginados dioses, al fin y al cabo pensados por los seres humanos, con sus correspondientes instituciones mundanas, herméticos círculos de personas administradoras del poder divino a las que no es lícito censurar, al estar protegidas por un código especial, por una prohibición, por un tabú, cuya ruptura es peligrosa.

En la indagación sobre lo sagrado, el teólogo protestante Rudolf Otto (18691937), en su libro Das Heilige, editado en 1917 (Lo santo, en su versión en castellano4), utilizó, para designar su esencia, el término numinoso, derivado de la palabra latina numen, como aquello que queda fuera de toda interpretación racional5. Tres elementos caracterizarían precisamente a lo numinoso, los cuales Otto nombra en latín, y que serían mysterium, tremendum y fascinans, porque al misterio que lo envuelve, ya que no se puede comprender ni explicar con palabras, lo que le hace ser inefable, se suma su carácter tremendo, debido a que provoca temor en los seres humanos, al encontrarse estos ante una fuerza poderosa e inexplicable que, al mismo tiempo, es fascinante, ya que atrae de manera irresistible, a pesar de los riesgos que esta atracción entraña. Para María Zambrano, el acceso a lo numinoso se alcanza mediante dos vías, a la vez diversas y unificadoras, que son la poesía y la palabra [logos]. Solo en un lenguaje alusivo, como el de la poesía o el de la prosa con alusiones poéticas está permitido verter la experiencia mística.

Los dioses han huido, pero no lo sagrado, que sigue alboreando todavía, aunque con luz de crepúsculo6. ¿Puede negarse, sin más, que todo el misterio de ese mundo tremendo y fascinante en el que nacemos, vivimos y morimos es el fruto de una inefable alquimia de la naturaleza, cuyos muy recónditos detalles íntimos se van revelandoa la indagación científica y técnica con una enorme lentitud, la misma alquimia que ocurre también, en el mayor de los silencios, en el espacio biológico en el que asienta cada persona, con sus palabras y su pensamiento, y, de manera preferencial, en su cerebro?

1 Duque Félix (2003). Sagrada inutilidad. (Lo sagrado en Heidegger y Hölderlin). Revista de Filosofía, 35/106. Universidad Iberoamericana. México. pp. 45-74.

2 Durkheim Emile (2003). Las formas elementales de la vida religiosa. Alianza Editorial, Madrid.

3 Zambrano, María (2007). El Hombre y lo Divino. Fondo de Cultura Económica de España S.L.

4 Otto, Rudolf (2001). Lo santo: lo racional y lo irracional en la idea de dios. Alianza editorial.

5 Numen (del latín numen) es definido por el DRAE como «deidad dotada de un poder misterioso y fascinador».

6 Heidegger, Martin: Hölderlin y la esencia de la poesía.Arte y Poesía, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,1992.

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