La cultura como instrumento geopolítico
«El concepto alemán de cultura pone especial énfasis en las diferencias nacionales y en la identidad particular de los grupos»
Norbert Elias1
En el año 1770, Johann Gottfried Herder, un austero clérigo y predicador luterano de 26 años, profesor, preceptor, crítico, poeta y pensador interesado por la filosofía de la historia de la humanidad y por el origen del lenguaje, de visita en Estrasburgo, se encuentra por azar, en el Hôtel de l’Esprit2, con el joven Goethe, quien, a sus 21 años, estudia leyes en la famosa Universidad. Estrasburgo, a la sazón bajo dominio francés, fue para Herder la tercera ciudad de una peripecia vital e intelectual desarrollada a lo largo de cuatro ciudades, iniciada en la prusiana Königsberg y continuada en la báltica Riga. Tras el histórico y mutuamente estimulante encuentro entre el pastor luterano y el futuro creador de Fausto, el destino de Herder culminará, reclamado por Goethe, en la ciudad de Weimar, como superintendente de la clerecía luterana del ducado, en la que murió en diciembre de 1803.
Herder, que había nacido en 1744 en Mohrungen, una pequeña ciudad de la Prusia oriental (en la actualidad, la polaca Morag), siguió en la Universidad de Königsberg cursos de filosofía dictados por Kant, desde 1762 a 1764.
Frente a la postura racionalista de Kant, máximo exponente de la versión alemana (Aufklärung3) de la Ilustración francesa (Les Lumières), la «elocuencia poética» de Herder — principal inspirador del movimiento romántico Sturm und Drang, una reacción del sentimiento y del instinto contra el racionalismo y el universalismo ilustrado— le lleva a «intuir», mediante una «reconstrucción imaginativa»4, que la relación entre razón y realidad se fundamenta en el lenguaje («ohne sprache gibt es keine Vernunft») y en la experiencia histórica de cada pueblo en su territorio, y le incita a proclamar las bases de una cultura alemana que haga frente a la hegemónica cultura francesa. Ninguna cultura es superior a otra —afirma Herder— sino simplemente diferente, y con fines distintos.
La siguiente etapa de su peripecia viajera se desarrolló en Riga, donde permaneció cinco años, desde 1764 hasta 1769, como profesor de Matemáticas, Ciencias Naturales y Francés. Fue en esta ciudad, en aquel tiempo bajo administración rusa, donde Herder maduró sus ideas acerca del papel del pueblo (Volk), de su historia, mitos, leyendas, poesías y canciones (Volklieder) en la construcción de una cultura diferente, identificada con su presunto espíritu (Volkgeist), y fundamentada en la conjunción lengua y territorio, como unidad geopolítica con conciencia colectiva de su propia identidad: en definitiva, como una nación, con carácter y atributos propios.
«LA AZAROSA HISTORIA DE EUROPA ES UNA CONSTANTE LECCIÓN SOBRE LOS GRAVES RIESGOS QUE IMPLICA LA UTILIZACIÓN DE LA CONCEPCIÓN DE LA CULTURA COMO INSTRUMENTO IDEOLÓGICO PARA CONSEGUIR UNA HEGEMONÍA EXCLUYENTE EN UNA DEMARCACIÓN GEOPOLÍTICA»
Cuando en el año 1770 Herder se encuentra con Goethe en Estrasburgo, está madurando su visión del mundo, una Weltschauung histórica y nacional, por lo que ya se encuentra en condiciones de ejercer una estimulante influencia sobre el precoz genio de su nuevo amigo, al que descubre la cultura popular y, también, a Shakespeare, como «un intérprete de la naturaleza en todas sus lenguas». Acompañado por Goethe, Herder prosigue la tarea de recolectar «canciones populares» en Alsacia, como ya hiciera durante su estancia en Riga. En 1793, Herder y Goethe publican conjuntamente el manifiesto Sobre el carácter y el arte alemanes (Von Deutscher Art und Kunst).
Por fin, en el año 1776, merced a la influencia de Goethe sobre el príncipe reinante, Herder —después de haber publicado Sobre los orígenes de la lengua (1772) y Otra filosofía de la historia (1774)— se instala en Weimar, última ciudad de su itinerario vital, y es nombrado predicador de la corte y superintendente de la clerecía. En el año 1784 publica sus Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad, la mejor de sus obras, según Goethe5. Para Herder, «la pertenencia a una comunidad cultural determinada es esencial, ya que los hombres sólo pueden realizarse totalmente cuando pertenecen a una cultura identificable por su lenguaje, sus costumbres y sus tradiciones»6.
A pesar de no ser catalogado entre los pensadores políticos, la influencia intelectual de Herder ha sido, y sigue siendo, manifiesta en el pensamiento político, convertido en el icono de una definición de la cultura ligada al espíritu del pueblo y a la nación como sustrato de un nacionalismo cultural y orgánico, basado en el patriotismo lingüístico. Aunque, en opinión de Sir Isaiah Berlin, un nativo de Riga, Herder creía en la coexistencia pacífica de una rica multiplicidad y variedad de formas nacionales de vida, cuanto más diversas mejor7. No obstante, nos recuerda Berlin, que aunque el nacionalismo «es un estado de exaltación de la conciencia nacional que puede ser, como ha sido en ocasiones, tolerante y pacífico, la autonomía cultural y espiritual que Herder había predicado se ha convertido muchas veces, a lo largo de la historia, en una autoafirmación nacionalista agresiva y enconada».
¿Qué ha sido, de las cuatro ciudades —Königsberg, Riga, Estrasburgo y Weimar— en las que se desplegó, por el confuso e inestable espacio geopolítico europeo, la vida intelectual de Herder? Las tres primeras, asentadas en territorios fronterizos, en tierras de marca, han sufrido históricamente el flujo y reflujo de invasiones, deportaciones étnicas, asesinatos masivos y reactivos movimientos de liberación, con sus ajustes de cuentas y con la imposición de un nacionalismo cultural hegemónico. Königsberg, la ciudad universitaria donde naciera y viviera Kant, ha desaparecido del mapa, como su arrasado castillo real, transmutada en la grisácea ciudad rusa de Kaliningrado, encerrada en un enclave entre Lituania y Polonia. Riga, hoy capital de la república de Letonia, es ahora una ciudad de culto para los epígonos políticos del nacionalismo herderiano, mientras que la mestiza y cultivada Estrasburgo se ha convertido en la sede del Parlamento Europeo. La cuarta ciudad de Herder, Weimar, padeció con el nazismo la infamia de Buckenwald y fue, durante lóbregos años, una sombra de su brillante pasado cultural, oculta tras el telón de acero, hasta ser proclamada, en 1999, ya en la Alemania reunificada, capital cultural de Europa.
La azarosa historia de los pueblos y de las ciudades de lo que llamamos Europa es una constante lección sobre los graves riesgos que implica la utilización de la concepción de la cultura como instrumento ideológico para conseguir una hegemonía excluyente dentro de una demarcación geopolítica, haciendo buena la famosa sentencia de «jamás se da un documento de cultura sin que sea a la vez documento de la barbarie»8.
1 Elias, N. The Civilizing Process. Blackwell Publishing, 2000.
2 Lescourret, Marie A. Goethe. Flammarion, 1999.
3 Raulet, G. Aufklärung. Les lumières allemandes. GF Flammarion, Paris, 1995.
4 Barnard, F. M. Herder on Nationality, Humanity and History. McGill-Queen´s
University Press, Montreal, 2003.
5 Eckermann, J. P. Conversaciones con Goethe. J. Gil Ed. Barcelona, 1946.
6 Berlin, Isaiah. Antología de Ensayos. Colección Austral, Espasa Calpe, 1995.
7 Berlin, Isaiah. The Crooked Timber of Humanity. Fontana Press, Imprint of Har
perCollins, 1990.
8 Benjamin, W. Tesis de filosofía de la historia en Discursos interrumpidos I. Taurus,
Madrid, 1973.