La cultura como ideología
“Vivimos en una sociedad en transición, y la idea de la cultura, con demasiada frecuencia, ha sido identificada con una u otra de las fuerzas que contiene la transición” 1
La cultura se convierte en un poderoso instrumento de poder cuando traspasa el ámbito de la persona y se define como un rasgo de determinadas colectividades, como un sistema organizado de ideas y de valores que trata de imponerse a los demás. Tres palabras clave evocan esta transmutación conceptual, cuyo campo de acción ha sido, sucesivamente, el individuo, el grupo y la masa: cultura, ideología y hegemonía.
Tres pensadores –Antonio Gramsci (1891-1937), Walter Benjamin (1892-1940) y Raymond Williams (1921-1988)– ubicados en el materialismo cultural, han aportado estimulantes reflexiones sobre las tres palabras clave y sus consecuencias prácticas para las sociedades humanas en las que la dicha transmutación se produce. Han utilizado metodología marxista para el análisis de las formas culturales en relación con su producción y con sus implicaciones en el contexto histórico de una determinada sociedad.
Para Gramsci2, “la cultura no es el saber enciclopédico, en el que el hombre es un recipiente que hay que rellenar con datos empíricos, con hechos inconexos, que tendrá que encasillar como en las columnas de un diccionario, y que evocará frente a los estímulos del mundo exterior”. Por el contrario, “la cultura es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de una consciencia superior por la que se llega a comprender el valor histórico que uno tiene”.
Para Williams la cultura sería “un proceso social total en el que los hombres definen y configuran sus vidas”3. Un proceso creativo, individual y colectivo, de significados, valores morales y estéticos, de concepciones del mundo y de modos de sentir y de actuar, en un lenguaje enmarcado en instituciones sociales concretas y condicionado por las circunstancias históricas. En esta línea de pensamiento, la ideología sería un “esquema conceptual con una aplicación práctica”4.
La hegemonía –según los análisis de Gramsci, recopilados en sus famosos Cuadernos de la prisión– expresa la existencia de una dominación, más o menos encubierta, mediante la ocupación, por un grupo o clase, de todas las posiciones del poder institucional, hasta el punto de conseguir el dominio cultural de los otros grupos o clases. Para el pensador italiano, la hegemonía de la ideología burguesa era la que podría frenar indefinidamente la esperada revolución, no sólo por disponer del poder coercitivo del Estado, sino gracias a su habilidad para hacerse con el liderazgo moral y político de la sociedad, así como para lograr el consenso de los demás sobre su visión del mundo.
En su versión de la hegemonía, el ejercicio del poder no se limitaría, como en pura teoría marxista, a la simple fuerza ni a las consecuencias mecánicas de las relaciones económicas de producción, sino que sería el resultado de un equilibrio entre fuerza y consenso. Tres componentes se distinguen, según Gramsci, en la hegemonía: el intelectual y el moral, ambos ejercidos sobre la sociedad civil, y el político, ejercido sobre el Estado.
Con su concepción de la hegemonía, Gramsci pretendía explicar por qué las revoluciones comunistas no habían ocurrido, como auguraba la teoría marxista, en la Europa industrializada y democrática: la hegemónica ideología burguesa se habría “interiorizado” en los trabajadores, consiguiendo que aceptaran por consenso sus valores morales, políticos y culturales, dotándoles, en suma, de una “falsa consciencia”.
La cultura, transmutada en ideología, sería para Gramsci un instrumento decisivo en la lucha por conseguir la hegemonía social, en una fase en la que los objetivos que conquistar han de ser las instituciones culturales y políticas.
Se trataría, en definitiva, de “la cultura entendida como lucha política”5, con la pretensión de obtener, mediante la persistente transmisión de una cultura dominante, la unidad cultural como base de la hegemonía política. Esta frecuente operación política, consistente en convertir la cultura en ideología, como instrumento para conseguir el poder hegemónico, ha hecho que la relación entre cultura y sociedad haya sido, y siga siendo, muy problemática6. Por este camino, la sociedad es sometida periódicamente a una hegemonía política que, en opinión de Benjamin7, “se instaura ideológicamente a través del monopolio de la “industria de la cultura” y de sus innumerables y variopintos “productos culturales” (todo arte es expresión de la ideología dominante).
Para estas circunstancias coercitivas, en las que la cultura es manipulada y desvirtuada para convertirla en ideología, resulta atinado aplicarse el consejo de Pierre Bordieu: “Resistirse a las consignas, decir sólo lo que se quiere decir; hablar uno mismo con sus propias palabras, sin dejar que se nos pongan en los labios palabras ajenas”8.
1 Williams, Raymond, Culture and Society. Chatto & Windus, London, 1958.
2 Gramsci, A. Antología. Siglo veintiuno editors, Argentina, 2004.
3 Williams, R. Culture and Society, en The Raymond Williams Reader, Blackwell Publishers. 2001.
4 Blackburn S. The Oxford Dictionary of Philosophy. Oxford University Press, 1994.
5 Eagleton,T. Después de la teoría. Ed. Debate, Barcelona, 2005.
6 Arendt, Hannah, The Crisis in Culture in Between Past and Future. Penguin Books, 1993.
7 Benjamin, W. L’oeuvre d’art à l’époque de sa reproductibilité technique, en Oeuvres. Éditions Gallimard, 2000.
8 Bordieu, P. El oficio de sociólogo: presupuestos epistemiológicos. Siglo XXI, Madrid, 2001.
Técnica Industrial 293, junio 2011