La acuicultura española, entre dos aguas

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En apenas medio siglo, la acuicultura ha pasado de producir menos de un millón de toneladas a cerca de 53 millones. Y ha dejado de ser una actividad familiar y sin fines comerciales para convertirse en un sector con presencia en los cinco continentes que produce y comercializa a gran escala más de 360 especies. Pero la cría o cultivo de peces, moluscos y crustáceos, que muy pronto superará a la pesca de captura como fuente de recursos acuáticos comestibles, ha entrado en España en un preocupante estancamiento productivo. Las razones son variadas, pero se pueden resumir en una: la falta de una correcta gobernanza.

Nunca se había consumido tanto pescado como ahora. Así lo recoge la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO) en su informe El estado mundial de la pesca y la acuicultura 2010, en el que destaca que la contribución a la dieta mundial de este alimento rico en proteínas, vitaminas y minerales y pocas grasas ha alcanzado el récord histórico de casi 17 kg por persona y año.

En su informe, presentado el pasado enero en Roma, la FAO sostiene que este aumento del consumo se debe, básicamente, al incremento sostenido de la producción de la acuicultura, una actividad que en apenas medio siglo ha pasado de producir menos de un millón de toneladas a nivel mundial a las cerca de 53 millones que produjo en 2008.

Hoy la moderna acuicultura, que la Unión Europea (UE) define como la cría o cultivo de organismos acuáticos con técnicas encaminadas a aumentar su producción por encima de las capacidades naturales del medio, poco o nada tiene que ver con la actividad principalmente familiar, sin fines comerciales y a pequeña escala que caracterizó sus primeros años de existencia, y sí mucho con un sector dinámico e innovador con presencia en los cinco continentes que produce y comercializa a gran escala más de 360 especies, algunas de ellas de elevado valor añadido.

Un vigor y un empuje que hace prever que la acuicultura superará muy pronto a la pesca de captura como principal fuente de productos acuáticos comestibles (la producción acuícola mundial alcanzó el 45,7% del pescado destinado al consumo en 2008, según datos de la FAO) y a paliar muchos de los problemas de seguridad alimentaria a los que se enfrenta la creciente población mundial, especialmente después del hecho claro y admitido por todos de que las pesquerías no dan más de sí (el 32% de las reservas de peces en los océanos del mundo están sobreexplotadas, agotadas o en fase de recuperación, y necesitan ser reconstituidas con urgencia).

Dos caras bien distintas

Sin embargo, la realidad de este sector joven presenta dos caras bien distintas. Por un lado, la de los países de Asia liderados por China, que desde el inicio de este siglo han acrecentado aún más su tradicional posición dominante en el sector –el gigante asiático genera por sí solo el 63% de la producción acuícola mundial en cantidad y el 51% en valor–, y la de los de América del Sur, la zona del Caribe y la región de África, que registran los mayores crecimientos medios anuales, por encima del 10% en todos los casos.

Por otro lado, está América del Norte y, sobre todo, la Unión Europea, que, después de muchos años de gloria, sufre desde 2000 un evidente estancamiento productivo, tal como reconoce la propia industria europea.

En la actualidad, la producción acuícola comunitaria ronda los 1,3 millones de toneladas y alcanza un valor de unos 3.200 millones de euros, lo que representa algo más de una quinta parte del volumen total de la producción pesquera de la UE. Pero su participación en la producción acuícola mundial apenas asciende al 2,6% en términos de volumen y el 5,1% en términos de valor, según datos de la dirección general de Asuntos Marítimos y Pesca de la Comisión Europea. Demasiado poco para un mercado de la UE que tiene cerca del 90% de sus reservas pesqueras sobreexplotadas y que se ve obligado a importar más del 60% de los productos acuáticos que consume. Esta situación, alertan los expertos, es insostenible social y económicamente.

España, que junto con Francia y Japón lideraba no hace mucho el desarrollo de la acuicultura, no ha sido ni es ajeno a este problema. Es cierto que nuestro país continúa siendo el primer productor acuícola de la UE, con cerca del 22% de la producción europea, pero también que sus 8.000 km de costa con una orografía y unas condiciones climáticas en muchos casos ideales para el desarrollo de la acuicultura marina y sus numerosos recursos fluviales, lagos y embalses (las condiciones perfectas para la consolidación de la acuicultura continental) hacían presagiar un futuro más prometedor.

A este horizonte halagüeño, por otro lado, también deberían haber contribuido de manera decidida los importantes hábitos de consumo de pescado que existen en España derivados de su larga tradición pesquera: 28 kg por habitante y año, casi el triple de la media de sus socios europeos.

Vertiginosa evolución

Sin embargo, este parón no puede esconder la vertiginosa evolución seguida por la industria española desde que la acuicultura continental iniciara su desarrollo en 1961 y la moderna acuicultura marina arrancara como tal poco más de una década después con la constitución de las empresas Finisterre Mar y Tinamenor.

Porque desde entonces hasta la década de 1980, cuando la producción se concentraba en unas pocas especies –mejillón y trucha arco iris, fundamentalmente– repartidas en pequeñas empresas de economías familiares, pasando por la de 1990, cuando de la mano de las nuevas tecnologías y una mayor industrialización del sector se incorporaron nuevas especies –el rodaballo, en el norte de España y la dorada y lubina, en el sur y levante de España y Canarias–, lo cierto es que España ha ido poco a poco consolidando un fructífero y potente sector acuícola que hoy se sustenta en torno a unos 5.170 establecimientos, de los que el 96% están localizados en zonas marinas y el resto en aguas continentales, que generaron más de 440 millones de euros en 2009, según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (MARM).

Con Galicia como su gran buque insignia, la acuicultura en España da empleo en la actualidad a cerca de 29.000 personas, aunque lo hace con dos particularidades: se trata de un sector muy masculinizado –casi tres de cada cuatro trabajadores son hombres–, con excepción de la presencia de la mujer en el marisqueo y transformación del producto, y con la mitad de sus empleados no asalariados, lo que aún refleja la gran cantidad de pequeñas empresas familiares ligadas fundamentalmente al cultivo del mejillón.

A esta cifra habría que añadir los 677 científicos y tecnólogos que desarrollan sus actividades en este campo, según datos del Observatorio Español de Acuicultura (OESA), de los que casi 8 de cada 10 trabajan en departamentos e institutos universitarios o en centros de investigación.

El resultado de este esfuerzo se ha traducido en una producción continental y marina que alcanzó las 292.134 toneladas en 2009, según datos de la Junta Nacional Asesora de Cultivos Marinos (Jacumar), de las que algo más de 58.895 correspondieron a peces, 233.042 a moluscos y 151 toneladas a crustáceos.

En general, se puede decir que la mayor producción acuícola española corresponde a moluscos, especialmente mejillón, que con más de 228.000 toneladas aglutina prácticamente el 78% del total. Por su parte, la producción de peces tanto de acuicultura marina como continental supone algo más del 20%, fundamentalmente de dorada, lubina, rodaballo, túnidos y trucha, un porcentaje aparentemente bajo pero que representa casi el doble del que se registraba hace ocho años.

CON GALICIA COMO BUQUE INSIGNIA, LA ACUICULTURA EN ESPAÑA DA EMPLEO A 29.000 TRABAJADORES, A LOS QUE HAY QUE AÑADIR 677 CIENTÍFICOS Y TECNÓLOGOS

Pérdida de competitividad

Las cifras, con todo, reflejan una preocupante realidad irrefutable: la acuicultura en España ni crece ni crea empleo, mientras que en el resto de Europa –Noruega y Turquía, por poner dos ejemplos de países relativamente próximos– y del mundo –Brasil, India y Vietnam, mucho más alejados– sigue progresando a ritmos considerables por encima del 10% año tras año, un porcentaje que también alcanzan sus exportaciones a la UE.

Así lo aseguran los productores acuícolas españoles, quienes desde mucho antes del cambio de siglo ya venían avisando de la pérdida de competitividad del sector frente a terceros países a pesar de que, recuerdan, España cuenta con las condiciones físicas y ambientales adecuadas, tecnología puntera y empresas dispuestas a invertir.

Para la Asociación Empresarial de Productores de Cultivos Marinos (Apromar) –que no elude la responsabilidad del propio sector productivo, al que invita a superar sus cuentas pendientes con relación a la reducción de costes, el fomento de la innovación, la mejora de la eficiencia productiva, la apertura de nuevos mercados y la búsqueda de fórmulas de concentración comercial– las causas de esta situación se resumen en tres cuestiones: la desigualdad en las condiciones de participación en el mercado único de los productores europeos frente a los de terceros países, la dificultad en la obtención de licencias para producir en nuevos emplazamientos y la insuficiente información que, en general, reciben los consumidores y la sociedad sobre la acuicultura.

En concreto, los productores, que se quejan de lo difícil que les resulta remar contracorriente, reclaman en primer término un marco legislativo claro y una mejor coordinación entre las legislaciones autonómicas, que ahora afirman que es nula, para, de este modo, ganar en seguridad jurídica y poder superar las carencias en el entorno reglamentario que actualmente sufren las empresas de acuicultura tanto en Europa como en España y las comunidades autónomas.

En este sentido, una de sus principales críticas de Apromar se refiere a la lentitud y complejidad de los trámites para nuevas instalaciones o ampliaciones de las existentes. Como lamentan, es inaceptable tener que enfrentarse a plazos de varios años para la tramitación de una simple autorización administrativa para acuicultura cuando, en su opinión, debería tratarse de una cuestión de pocos meses.

En segundo lugar, esta asociación considera que las firmas españolas son eficientes y competitivas en una situación de igualdad, pero denuncian que este escenario no se da ni en la producción ni en la comercialización. Así, los acuicultores españoles sostienen que deben someterse a normas muy estrictas que, en cambio, no se les exigen a los productores de terceros países. Además, resaltan que hay países, como Turquía, que incentivan de forma irregular con subsidios directos la producción y la exportación sus producciones acuícolas para después poder venderlas a precios muy bajos a la UE, dañando la producción europea de especies como la trucha, la dorada y la lubina.

Desinformación al consumidor

Por otro lado, la industria acuícola considera que la información que llega al consumidor sobre las características de sus productos no permite apreciar las diferencias de calidad y precio, por lo que el sector español se ve seriamente perjudicado al ofrecer en general pescado de mayor calidad y de más valor añadido que el de importación. Para Apromar, esta desinformación es especialmente grave en el caso de filetes de pescado congelado que son descongelados momentos antes de su venta y se ofrecen al lado de filetes real-mente frescos sin que el consumidor sea informado de las diferencias, con lo que el precio se convierte en la única referencia de compra.

En este caso, resulta llamativo el informe Indicadores de la Acuicultura 2009, publicado a mediados del pasado año por la Fundación Observatorio Español de la Acuicultura (OESA), en el que se destaca que más del 31% de los consumidores cree que la calidad del pescado de acuicultura es peor que la del capturado aunque, paradójicamente, uno de cada cuatro ignora las diferencias que hay entre ellos.

En definitiva, se puede afirmar que lo que defiende esta asociación coincide básicamente con lo apuntado por la Comisión Europea en su documento Construir un futuro sostenible para la acuicultura: nuevo impulso a la estrategia para el desarrollo sostenible de la acuicultura europea.

Esta propuesta, que fue presentada en 2009 no como un trabajo finalizado, sino más bien como punto de partida para el diseño y desarrollo de acciones concretas que permitieran reimpulsar la acuicultura en la UE, alude a las tres cuestiones ya citadas por el sector y que, a su vez, se pueden resumir en una sola: la falta de una correcta gobernanza para la acuicultura, un nuevo paradigma que es, a la postre, el que est? abocando esta actividad a un callejón sin salida.

Correcta gobernanza

Según recoge Apromar en su informe La acuicultura marina de peces en España 2010, la gobernanza es el m?s moderno concepto de la gesti?n p?blica y ordenaci?n de los sectores econ?micos. Por tanto, la buena gobernanza de la acuicultura engloba la acción legislativa eficaz y el desarrollo normativo, pero también muchas otras cuestiones adicionales como la ordenación del territorio, la seguridad jurídica, la vigilancia de la libre competencia, la agilidad en la gestión de trámites administrativos, la validación del conjunto de controles a los que se somete a la acuicultura, los incentivos de fomento, el enfoque que se da a la inversión en investigación pública, la exigencia de tasas proporcionadas y el desarrollo de campañas de comunicación institucionales.

A su juicio, son todas estas acciones consideradas un todo y bien dirigidas las que realmente pueden contribuir al desarrollo sostenible y armónico del sector. Porque por mucho que desde las instancias públicas en España o en las distintas comunidades se hable de la acuicultura como de un sector estratégico, esta actividad adolece de una evidente falta de buena gobernanza pública en muchos aspectos, lo que está afectando de forma muy grave a las empresas.

Pero Apromar resalta que la gobernanza de la acuicultura en España no puede ser el resultado medio ponderado de la suma de las gobernanzas de los múltiples niveles administrativos existentes. Para los ciudadanos y las empresas la Administración debería ser única. Evidentemente que no es fácil, ya que son muchas las consejerías, ministerios y direcciones generales de la Comisión Europea las implicadas. Pero es ahí dónde está el reto. El genuino impulso a la buena gobernanza de la acuicultura en España debe partir de cada comunidad autónoma para, a partir de ahí, sincronizarse con el resto de niveles. La Junta Nacional Asesora de Cultivos Marinos (Jacumar) aparece, en este sentido, como una herramienta clave.

Recursos naturales y empresas

Hoy por hoy, España cuenta con los recursos naturales, humanos y empresariales necesarios para ser uno de los principales y más competitivos países productores de acuicultura. Sin embargo, su éxito dependerá de la medida en que se vayan resolviendo todos estos retos, así como los derivados de la revisión de la Política Pesquera Común, la caída del consumo nacional y la necesidad de potenciar las exportaciones. Como señalan desde la industria, la acuicultura es el futuro, pero sólo florece en aquellos países en los que hay disponibilidad de localizaciones, una legislación adecuada y voluntad política. ¿Será España uno de ellos?

La alternativa verde

Las habituales luchas entre países miembros de la Unión Europea por el reparto de las cuotas pesqueras tienen una sencilla razón de ser. Ya no hay pescados para todos. La sobrepesca estuvo a punto de esquilmar la anchoa y otras especies, como el atún rojo, continúan bajo el punto de mira de los científicos.

Parte de la respuesta a esta pérdida de recursos pesqueros vino hace varias décadas de la mano de la acuicultura, un sector que nació con la I+D+i como aliada y al que desde hace unos años se ha sumado su variante ecológica en lo que constituye un paso más para diversificar la oferta y colmar las expectativas de la nueva ola de consumidores que exigen pescado de la máxima calidad.

La acuicultura ecológica, aún en sus primeros pasos, solo representa el 0,1% de la producción total acuícola mundial, según datos de la Sociedad Española de Acuicultura referidos a 2009. Pero su desarrollo es imparable y el sector augura para los próximos ejercicios incrementos anuales de entre el 40% y el 60%.

En España, los datos disponibles reflejan que la producción de la acuicultura ecológica apenas alcanzó las 6.000 toneladas en las cuatro piscifactorías que hay en funcionamiento y en las que la especie reina es la trucha.

Estas instalaciones verdes utilizan agua sin contaminantes, prefieren el policultivo, no se sirven de organismos genéticamente modificados, mantienen el comportamiento típico de las especies, no aceleran su ritmo de crecimiento, la salud animal se apoya en medidas de prevención más que de medicación y alimentan a los peces con pienso procedente de fuentes sostenibles, sin productos químicos de síntesis.

O, dicho de otro modo, la acuicultura ecológica es aquella que favorece el empleo de recursos renovables, el respeto de los mecanismos propios de la naturaleza para el control de plagas y enfermedades y que restituye el medio de cultivo los nutrientes presentes en los productos residuales, prestando particular atención al bienestar de los animales y a la utilización de piensos naturales.

Galicia fue la primera comunidad en apostar por este tipo de acuicultura con tintes sostenibles, pero no es la única. Andalucía no tardó en subirse al carro y diversas empresas acuícolas de Almería, Málaga y Huelva siguen ya un proceso de producción sostenible que propugna un equilibrio entre el aspecto social, económico y medioambiental.

Lo ecológico vende, pero ser verde exige cumplir unos requisitos estrictos. En el caso de la acuicultura, estas exigencias se traducen en una capacidad máxima de 25 kg de peces por metro cúbico de agua y seguir un exhaustivo control de certificación, cuyo certificado en España puede ser otorgado por la normativa europea, la norma Aenor o el creado por la Junta de Andalucía, si bien a todos ellos es común el sello de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica.

La Comisión Europea ha expresado su convencimiento de que este sector emergente contribuirá a la expansión de la acuicultura. No obstante, reconoce que es necesario establecer una definición común de producción acuícola ecológica con normas y criterios específicos. Y señala algunos de los principales retos de la acuicultura ecológica europea: reducir los altos costes de producción, buscar nuevos mercados, incrementar la inversión en mercadotecnia, fomentar su consumo y unificar las normas de certificación.

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