José María Pou

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"Preparar un personaje es la razón de mi vida»

Nació en un pequeño pueblo de Cataluña, Mollet del Vallés, no muy lejos de Barcelona. De su padre heredó su amor por la literatura y su pasión por el teatro. Estudió ingeniería por obligación, pero su verdadera vocación era ser locutor de radio. Casualmente entró en la Escuela de Arte Dramático y allí descubrió su razón de vivir, los escenarios. Lleva más de cuatro décadas interpretando y ha triunfado en todo: cine, teatro y televisión. Los numerosos y prestigiosos premios que ha obtenido durante su carrera confirman lo que ya sabemos: que es un gigante de la actuación y un lujo para los sentidos. Nos ha hecho redescubrir y apasionarnos con autores tan universales como Shakespeare, Chéjov, Ibsen y Bretch, entre otros. Y sus soberbias interpretaciones nos han hecho pensar y reflexionar sobre uno mismo y sobre la vida. Con su espíritu curioso y emprendedor nos demuestra constantemente que nunca es tarde, y no sólo porque se atrevió a dirigir, producir, traducir e interpretar, hace cuatro años, una obra tan compleja como "La cabra", de Edward Albee, sino porque actualmente es el director artístico del Teatro Goya de Barcelona. Ahora se desnuda ante su público en la película "Màscares", de Elisabet Cabeza y Esteve Riambau, que participa en Zabaltegi Nuevos Realizadores, en el Festival de Cine de San Sebastián, y se estrena en la gran pantalla el 2 de octubre. Y como por una mirilla nos colamos en el proceso de creación de uno de sus últimos personajes, Orson Welles, para descubrir lo más oculto de un actor, lo más oculto de este mago, José María Pou.

En esta película documental, Màscares, se ha desnudado pauta a aquellos jóvenes actores que están empezando y para el público como actor, nos ha mostrado lo que se que andan siempre un tanto desorientados y que, en muchas esconde detrás del escenario, de una obra y la cara que no ocasiones, me llaman y me envían e-mails pidiéndome con-conocemos de usted. ¿Ha sentido pudor? Sí, muchísimo, es un enorme ejercicio de impudicia. Cuando los directores del documental me lo propusieron, en principio, mi reacción fue decir que no, porque los métodos de trabajo de cada uno son algo que se guarda en lo más íntimo, es algo que pertenece a la esfera más privada y, a la vez, me parecía un ejercicio de exhibición pública que no me estaba permitido. Pero, después, pensé que podría contribuir a cambiar la imagen a veces tan deformada que se tiene del actor. El trabajo del actor no es algo tan frívolo o de escaparate como cree muchísima gente, que nos ve sólo en las entregas de premios o en las noches de estreno, ser actor y preparar un personaje es un trabajo duro y obsesivo. Por eso, me pareció necesario mostrar esa cara oculta del actor al que el público no tiene acceso. Y, también, era una manera de ofrecer alguna pauta a aquellos jóvenes actores que están empezando y que andan siempre un tanto desorientados y que, en muchas ocasiones, me llaman y me envían e-mails pidiéndome consejos de cómo deberían enfocar su trabajo. Estas razones favorecieron que la barrera del pudor se viniera abajo.

Y lo ha hecho usando como hilo conductor su última obra de teatro Su seguro servidor, Orson Welles. El profundizar en este personaje, ¿hacia dónde le ha llevado? A mí lo que me divierte de este oficio es enfrentarme cada día a personajes que me propongan retos, personajes que sean más difíciles que el anterior, porque interpretar personajes con una cierta rutina no me divierte nada, y es algo que siempre he intentado evitar. De entrada, lo que me asustó muchísimo de Orson Welles era esa figura mastodóntica, gigantesca, ese hombre capaz de hacer de todo, ese genio a los 24 años, tan reconocido y admirado, y me decía: "¡Díos mío!, esto me va a aplastar". Pero cuando leí el texto de la función, que es, prácticamente, un monólogo, me di cuenta de que el autor, Richard France, nos presentaba no al gran genio de Orson Welles, sino a un pobre hombre que en el final de su vida se encontraba muy solo y se reconocía a sí mismo como un gran fracasado, porque casi nunca había podido hacer lo que él quería, y siempre había tenido que claudicar. Al conocer esa vertiente del personaje, pensé, "ahí si puedo hincarle el diente", porque ése es precisamente uno de los personajes que me gusta interpretar: los perdedores. Y ésa es la imagen que él tenía de sí mismo, en los últimos seis meses de su vida que son los que recoge el espectáculo, la de un hombre que se juzga implacablemente y que se condena con el veredicto -a pesar de lo que diga la gente, los libros y la historia del cine- de perdedor y de fracasado. Y esa vertiente tan humana, y esa confesión tan íntima es lo que me facilitó el trabajo para poder entenderlo.

Reconoce abiertamente que el teatro es su gran pasión, su vida. ¿Ha tenido que renunciar a parcelas de su vida personal para dedicarse enteramente a su profesión? No, no tengo esa sensación, pero no sé si inconscientemente uno se va acomodando y va haciendo pequeñas renuncias. A unas edades determinadas las costumbres sociales dicen que hay que casarse, tener hijos, crear un hogar… Pero yo nunca he sentido esa necesidad de formar una familia y tener hijos, eso que dicen que es innato; he ido cumpliendo años y he vivido mi vida como he querido, lógicamente, con mis relaciones. Traer hijos al mundo, educarlos y formar una familia es algo de una enorme responsabilidad para lo que hay que estar bien preparado. Hay miles de familias desestructuradas porque se forman simple-mente por una rutina, porque hay unas leyes naturales que hay que cumplir: a los siete años hay que hacer la primera comu-nión, a los 19 o 20 hay que tener novia, a los 25 hay que casarse y a los 27 tener un hijo; esto son estupideces. Y uno de los gran-des problemas de esta sociedad en la que vivimos es que la gente cumple esas leyes de manera rutinaria, y de repente se encuen-tran con treinta y tantos años o cuarenta y están casados con alguien a quien no quieren, y tienen que divorciarse, y los hijos les molestan. No me estoy inventando nada, esto forma parte del quehacer diario. Si la gente se planteara "quiero tener hijos, estoy realmente preparado para educar a mis hijos", muchos problemas se evitarían. Yo me lo planteé en su momento y no me siento capacitado, creo que hay que tener vocación de padre y vocación familiar. Yo ya tengo una familia: la de mis padres y mis hermanos, que es maravillosa y que me da todo el cariño familiar que puedo necesitar, y mi otra familia, que es la de los amigos, la que uno va haciendo poco a poco; y con eso tengo bastante.

En Màscares se muestra como un hombre perfeccionista, intransigente y meticuloso. ¿Es diferente el Pou del trabajo que el de a pie? Siempre se queda algo, la personalidad va con uno dentro y fuera del escenario. Pero a medida que voy cumpliendo años voy siendo menos meticuloso, menos perfec-cionista y menos intransigente. Aunque intransigente no lo he sido nunca, ni siquiera en el trabajo; soy, más bien, negociador. Lo que sí soy es muy exigente con mi trabajo, es decir, yo no me tomo el trabajo frívolamente, para mí no es cosa de risa. Y el pre-parar un personaje es la razón de mi vida, es algo muy importante; por eso, sí es verdad que a veces me malhumoro con aquellos com-pañeros del equipo que no se toman el trabajo con la misma seriedad que yo; exijo a la gente que se responsabilice y se com-prometa en los máximos niveles de su capacidad. Yo me entrego al cien por cien y pido reciprocidad a cambio. Por tanto, en el tra-bajo soy muy serio y perfeccionista y eso lo admito como defecto. Yo nunca estoy contento con lo que hago, en absoluto, siempre pienso que lo podía haber hecho mejor y eso es un defecto, por-que me produce una eterna insatisfacción. Aunque a medida que uno se va haciendo mayor todo se va relativizando. Y ahora, ya pasados los sesenta años, he aprendido que no hay que ser tan perfeccionista, porque eso es un baremo que se pone uno mismo, y no los demás.

"SOY UNA ESPECIE DE CHAVAL QUE QUIERE COMERSE EL MUNDO Y QUE TRANSITA POR ÉL COMO SI ESTUVIERA EMPEZANDO, CON GANAS DE APRENDER Y DE CONOCER MÁS. SI SE ACABA LA CURIOSIDAD Y EL INTERÉS POR LAS COSAS, DESAPARECEN LAS GANAS DE VIVIR Y DE LUCHAR; Y ESTO NO CREO QUE ME FALTE NUNCA"

¿Cómo gesta el personaje, cómo lo interioriza y aprende el papel? ¿Hay diferencias según el personaje, o siempre sigue el mismo ritual en la preparación? La preparación de cualquier personaje, sobre todo en el teatro, que requiere un ejer-cicio de estudio mucho más grande que en el cine, siempre pasa por un proceso absolutamente mecánico que es la memoriza-ción del texto. Si no tienes el texto del guión absolutamente aprendido, es decir, hecho tuyo, que no tengas que buscarlo en la mente, que salga solo y que forme parte de tu piel y de tu san-gre, es imposible decirlo con verdad y con convicción. En el cine es distinto, porque con aprenderte la noche anterior los diálogos de la secuencia que vas a rodar al día siguiente es bas-tante. Y en ese primer proceso de la memoria, que es algo puramente mecánico, cada uno tiene su método, hay quien se aprende el texto tumbado en el sofá de su casa y, en cambio, yo necesito memorizarlo paseando por la calle. Me cojo mi texto y me doy largos paseos por las ciudades, necesito memorizar al aire libre, porque si no en casa me distraigo. Y salgo sobre las seis y media o siete de la mañana, y en ocasiones más de uno se ha asus-tado y me ha preguntado que si me ocurría algo. Una vez que tienes el texto absolutamente memorizado, puedes empezar a incorporar al personaje en los ensayos, porque cuando hablas por boca del personaje, las cosas son mucho más fáciles. Y, al mismo tiempo que estoy en el proceso de memorización del texto, empiezo a rodearme y a crear un mundo especial propio del personaje. Es decir, busco los libros que leería el personaje en esos momen-tos de su vida, los discos que escucharía, las películas que vería, y eso me ayuda a colocar al personaje en su momento histórico y anímico. Elaboro una especie de burbuja en la que me meto durante todo el tiempo de preparación, hasta que un día te das cuenta, en mitad de un ensayo, cuando se acerca el estreno, que ya no tie-nes que pensar en todo esto, porque el personaje funciona por sí solo, porque ya se ha metido dentro de ti.

Comenta que el actor es un hombre tímido que prepara su personaje en la soledad y cuando tiene que hacer el primer ensayo, la primera lectura, se siente abrumado. ¿Por qué?

No quisiera generalizar, eso es lo que me pasa a mí, cada vez que me enfrento a un primer día de ensayo en el teatro, o en una película, siempre estoy muerto de miedo y pienso que no voy a saber hacerlo. Por desgracia, estamos metidos en un oficio en el que uno vale lo que vale su último éxito, y no sola-mente en mi oficio, sino en la sociedad, en general. Uno es consciente de la fragilidad de esta profesión y se enfrenta a cada película y a cada obra de teatro partiendo de cero, y es la mejor actitud. En el primer día de ensayo todavía no sé que dificul-tades y que escollos tendré que vencer. Y es ahí donde uno se siente tímido y necesita muletas para caminar, y esas muletas son las que le debe brindar el director, esa confianza que siem-pre le hace falta al actor cuando se enfrenta a un proyecto nuevo. Y yo me enfrento a cada trabajo, a cada primer día de ensayo, y sé que también les pasa a mis compañeros, con mucho miedo, con miedo de no llegar a alcanzar lo que se pide de no -sotros. Cuando empezaba en este oficio y tenía personajes pequeños, en la noche del estreno estaba relativamente ner-vioso, pero a medida que tu carrera va cogiendo algún realce, y eres conciente, como me pasa a mí desde hace unos años, que la gente va a verme porque mi nombre le sirve de reclamo y de garantía, tu sentido de la responsabilidad es cada vez mayor y el miedo a defraudar a ese público, que pone su confianza en ti, es enorme. Y ese sentido de la responsabilidad es el que te provoca el miedo al principio de cualquier aventura.

¿Qué se siente entre bastidores antes de salir a escena?

La noche del estreno, precisamente antes de salir a escena, es el momento en que te vas a enfrentar con el tribunal, el teatro estará lleno de compañeros de profesión, actores, directores, críticos y periodistas que tendrán que examinarte y emitir su veredicto. Y eso es lo que asusta de este oficio y con lo que no estoy demasiado conforme, por qué tengo que volver a exami-narme, después de 40 años haciéndolo en cada estreno y en cada película. Hay compañeros que me dicen que lo que tienen ganas es de salir corriendo; sinceramente yo no, he conseguido con-trolar mis nervios y mi mente y cuando llega ese momento en el que el regidor dice: "Señor Pou, dentro de cinco minutos empezamos", y escuchas desde el camerino, por megafonía, el murmullo de la gente del patio de butacas, he aprendido a uti-lizarlo a mi favor, y no en mi contra. Y lo que estoy desean-do es salir cuanto antes para que me aprueben o me suspen-dan de una vez, pero pasar el trance. Pero, una vez pasada la noche del estreno, en el resto de las funciones en las que sabes que no habrá esa sensación de examen tan duro y riguroso, estoy deseando hacer la función porque es un placer inaudito. Y desde que me levanto estoy queriendo llegar al teatro. Realmente el enfrentarme y el comunicarme con el público me apasiona, y en ese momento no tengo ningún miedo, ni nervios, porque sé que el público está conmigo.

¿Y cuando regresa al camerino y todo ha acabado? Cada día es distinto, hay días que vuelvo hecho una mierda, que por mucho que el público haya aplaudido y se haya puesto en pie gritando "bravo", pienso que he estado mal y que no me puedo permitir hacer una función como ésta; es una especie de exa-men de conciencia de lo que a uno le ha pasado durante la función, que algunas veces no coincide con la impresión del público. En esto soy demasiado obsesivo, y tiene que ver con el nivel de exigencia que tiene uno consigo mismo. Pero, también, hay días en que terminas la función y te sientes contentísimo porque has hecho una función fantástica y coincides con el público en la aprobación. Por suerte se dan muchas más noches de éstas que del desacuerdo. Pero la enorme ventaja del teatro es que siempre te queda esa cosa de decir "mañana intentaré hacerlo mejor", limar esas asperezas de una frase o una determi-nada escena en la que no me encuentro a gusto y, efectivamente, al día siguiente lo consigues. Y ésa es la maravilla del teatro, cosa que no se da en cine, donde una toma de una secuencia la puedes repetir tres o cuatro veces que siempre depende del direc-tor, y no de ti, decir: "Se acabó, vamos a otra secuencia".

Usted comenta que el actor, con los años, es dueño de todo el registro emocional, pero no le sigue el cuerpo, la energía, y ése es el gran drama del actor. Pero, en su caso, podríamos decir que está en el mejor momento de su carrera, y físicamente se le ve muy bien, ¿no es así? Gracias, gracias. Sí, creo que el mejor actor es siempre el más viejo, porque el actor trabaja con los elementos que aprende en la vida y con su experiencia emocional, y cada experiencia vital le sirve y le da nuevos elementos para utilizarlos después en unos personajes y en unas situaciones determinadas de la ficción. Pero con los años el cuerpo se va deteriorando y se van perdiendo facultades, memoria y capacidad de dicción, y ésa es una de las grandes tragedias del actor, que cuanto más preparado se siente res-pecto a emociones y sentimientos y a la manera de expresarlas le falla el cuerpo, las fuerzas y las energías. Yo ya he cumplido los 60 años, pero me ocurre una cosa, soy un hombre lleno de curiosidad, que va por el mundo como si tuviera 17, no me interesa exclusivamente lo mío, sino que procuro intere-sarme por todo, tengo ese espíritu curioso que no ha menguado con los años, y eso es lo que me mantiene enérgico. Soy una persona muy activa, que necesita estar trabajando continua-mente, y para mí la mejor manera de descansar es trabajar en lo que me gusta, y eso es lo que me descansa y me relaja. También he tenido una suerte inmensa, que me imagino que es genética, de familia, porque nunca he tenido ninguna enfer-medad, ni he estado en un hospital, tengo eso que se llama "una mala salud de hierro". Y mi energía y mi vitalidad es conse-cuencia de la pasión que siento por mi trabajo.

De hecho, usted no sólo se ha limitado a ser actor, ha dirigido, producido y traducido obras tan importantes como La cabra, que fue su gran apuesta. ¿Nunca es tarde? Por descontado. Cuando ya tenía una larga y éxitosa carrera de actor, y no tenía ninguna necesidad de arriesgarme, decidí, hace cuatro años, producir y dirigir La cabra. Era una función muy difícil, que incluso muchos empresarios y productores no que-rían hacerla, y me decían que cómo me iba a arriesgar con una función tan complicada y rara, mezcla de teatro del absurdo y teatro realista, y que al público no le iba a gustar. Desde que yo empecé en esta profesión, en los años 70, ya había direc-tores y productores, además de compañeros, que me empujaban a que dirigiera, pero yo siempre me había negado, porque decidí que quería ser actor, que era lo más sublime y lo más grande, y no necesitaba ser otra cosa, como tampoco lo necesito ahora. Si dirigí La cabra fue por curiosidad, por probarme a mí mismo y también porque me encontré con una historia que me inte-resaba, que me conmovía y que me llevaba a comprometerme más allá de mi trabajo de actor. Y esta primera aventura salió maravillosamente bien, y si salió tan bien fue precisamente por-que creía muchísimo en ella, y por eso lo hice casi todo, la traducción, la dirección, la interpretación, porque sabía có-mo había que hacerla para que llegara al público. Lo que se aprende de esto es que las cosas hay que hacerlas cuando tú sientes que debes hacerlas, no cuando te empujan.

Cuando sale al escenario, ¿cuál es la respuesta que busca en el espectador? Me gusta conmocionar, que es algo superior a la propia emoción. Lo que quiero, cuando salgo al escenario cada noche y desde el momento que decido hacer una obra de teatro y no otra, es que el espectador no salga del teatro indiferente. Mi único compromiso es siempre con el público, es algo que me obsesiona. No quisiera, de ninguna manera, que aquellas personas que deciden ir al teatro a ver un espectáculo, en el que yo trabaje, salieran con la sensación de que han perdido el tiempo. Lo que quiero es que el público salga del teatro contento y convencido de que ha sido su mejor elección, y que sienta que es mejor persona de lo que era cuando entró, es decir, que esa experiencia le haga reflexionar sobre sí mismo y pensar en determinadas cosas en las que no había pen-sado hasta ahora. Si consigo que con esas dos horas el público salga descubriendo algo nuevo de sí mismo, del comporta-miento humano o de su comportamiento respecto a la sociedad, para mí es suficiente.

A día de hoy es el director artístico del teatro Goya de Barcelona. ¿En qué consiste su trabajo, qué novedades, cambios y mirada aporta a este nuevo reto? Es algo que no me había propuesto nunca, pero cuando la empresa productora Focus me propuso inaugurar el teatro Goya de Barcelona, acepté de inmediato; era una manera de devolverle al público todo lo que me había dado a lo largo de muchos años. Me ofrecían la oportunidad de programar un teatro y darle prestigio, es decir, tener una línea de programación y de actuación que interesase al público. El teatro Goya lo inauguramos, justo hace un año, con una producción que dirigí y que interpreté, Los chicos de historia, un gran texto inglés de Alan Bennett, que plantea un debate sobre la educación de nuestros jóvenes y sobre las relaciones maestros-alumnos en los institutos; un tema conflictivo y de actualidad, que el público recibió de maravilla. Y, después, pro-gramé una segunda función, sin bajar en absoluto el nivel de calidad, La vida por delante, del autor francés Romain Gary, pemio Goncourt, y pensé que la artista adecuada para esta obra era Concha Velasco; se lo ofrecí, y, efectivamente, el público respondió exactamente igual. Estoy muy contento porque el teatro Goya ha sido el teatro de Barcelona con mayor nivel de ocupación, así que hay que intentar seguir así. Y en eso consiste ser director artístico, en dar personalidad al teatro, en progra-marlo, en elegir bien las funciones, pensar en cuál es el director y el actor más adecuado y no bajar nunca el listón.

Ha renunciado a papeles en el cine y en la televisión por el teatro. ¿Las ofertas no han estado a la altura, o cuál ha sido la razón? Ha habido ofertas de cine y de televisión muy importantes y muy buenas en cuanto a lo económico, pero ocurre lo siguiente: cuando uno está acostumbrado en el teatro a trabajar con grandísimos personajes y con textos muy buenos, y te llegan guiones de cine y de televisión que parecen escritos por niños de siete años, piensas que por mucho dinero que te paguen no vas a perder el tiempo en decir esas tonterías. Si no tuviera otra cosa, quizá sí, pero si al mismo tiempo tengo una oferta teatral en la que puedo hacer un personaje de grandísi-mos autores como Chéjov, Shakespeare o Bernard Shaw, esto me lleva a hacer más teatro que cine. No quiere decir que me niegue a hacer cine, a mí me gusta muchísimo y, de hecho, cuando me llegan guiones fantásticos como los de las dos pelí-culas de Ventura Pons, Amigo/amado o Barcelona (un mapa), automáticamente dejo lo que estoy haciendo en teatro para hacerlo; lo que ocurre es que llega muy poco; las mejores ofertas, no económicas, sino en cuanto a personaje y a conte-nido, siempre llegan del teatro.

¿Con qué director de cine o de teatro le gustaría trabajar?

Con cualquiera que me ofrezca una buena historia y un buen personaje. Si de repente aparece un director absolutamente desconocido que tiene una historia fantástica y un personaje que me gusta muchísimo, lo hago, sea quien sea el director, porque lo que me mueve son los personajes, la interpretación, no el trabajar con una persona u otra.

¿Qué personajes prefiere interpretar? Hubo una época en la que yo quería interpretar a Cyrano de Bergerac, porque es uno de los grandes personajes para un actor, pero no hubo oportunidad, y si ahora me lo ofrecieran diría que no, porque ya no estoy en las condiciones físicas necesarias para hacerlo. Cyrano ha sido mi gran amor como personaje. Y otro gran reto que yo quería alcanzar, quizás por vanidad, era interpretar El rey Lear, de Shakespeare, y éste pude hacerlo hace cinco años, dirigido por Calixto Bieito, y fue un éxito. Y me sentí muy a gusto, porque había podido interpretar a uno de los más grandes personajes que se han escrito para un actor. Pero puede ser que alguien en este momento esté escri-biendo un guión o una obra de teatro con un personaje fabuloso y que sea el personaje de mi vida.

¿Prefiere a los autores clásicos o a los contemporáneos?

No tengo ningún problema al respecto; al contrario, yo he hecho mucho más teatro contemporáneo que clásico, pero me gusta mucho más aquellas obras de teatro que se dirigen a la persona de hoy y tratan sobre problemas actuales.

¿Quién está detrás de ese hombre grande, que vemos actuar con el ceño fruncido, la mirada dura y que genera respeto?

Una especie de chaval que quiere comerse el mundo y que transita por él como si estuviera empezando, con ganas de aprender y de conocer más. Si se acaba la curiosidad y el interés por las cosas, desaparecen las ganas de vivir y de luchar; y esto no creo que me falte nunca.

¿Qué tiene entre manos? ¿Cuáles son sus proyectos de futuro? En este momento estoy de gira con Los chicos de historia, la última obra que he estrenado y dirigido, que durará hasta finales de mayo del próximo año. Y, al mismo tiempo, a esa gira se va a sumar otro espectáculo, a partir del mes de noviembre, Su seguro servidor, Orson Welles, que estrené en Barcelona hace más de un año, pero sólo para 30 únicos días, y que en vista del éxito está pidiendo muchos teatros de España. Y, en estos momentos, estoy decidiendo cuál va a ser mi próxima obra, que se estrenará en el teatro Goya de Barcelona.

Coincide con Welles en que el cine es magia. ¿Se considera un mago? No tanto que el cine es magia, sino que el arte del actor es magia, y el arte del actor consiste en engañar a los demás, pero en engañarles con arte. El actor es el gran mentiroso, el gran embustero; es un señor que sale al escena-rio y dice: "Soy un rey", y es mentira, y el público sabe que es mentira, pero juega a creérselo y eso es fantástico. ¡Ojala pudiera pasar esto en la vida real! El actor en sí es un mago de las emo-ciones, de las ilusiones; es un mentiroso que es capaz de hacerte creer que es quien no es, y eso lo hacen los magos, te hacen ver lo que no existe.

MUY PERSONAL

¿Alguna mala crítica le ha amargado el día?

Sí, claro, sí.

¿En qué le gusta perder el tiempo?

En perderme por ciudades a las que adoro, Nueva York, París y Londres. Simplemente pasear, ver escaparates y sentarme a tomar café cuando quiero.

¿Se ve el mundo distinto desde los casi dos metros de altura que tiene?

No, al contrario, voy por la calle y se me olvidan mis casi dos metros de altura. En todo caso los utilizo para el escenario, en la calle muchas veces me siento pequeñito.

¿Es cierto que es del Barça o del Madrid, según se tercie?

Sí, me divierte muchísimo, no tengo especial interés en el fútbol, pero como vivo a caballo entre Madrid y Barcelona, cuando estoy en Barcelona me encanta decir que soy del Madrid y provocar discusión, y al revés.

¿Qué cualidades admira en una persona?

Cualidades que se están perdiendo y que últimamente se están desvalorizando como la buena educación, el respeto a los demás y la libertad hacia los demás. Y, por encima de todo, la lealtad en los sentimientos hacia una persona.

Cosas que se quedaron en el camino.

Tantas… Personales, creo que ninguna, pero profesiona-les, sí. Hay muchísimos personajes que han hecho otros que me hubiera gustado hacer, y tengo una sana envidia hacia los actores que los han hecho.

¿Tiene miedo o disfruta de la soledad?

No, ningún miedo, disfruto muchísimo, incluso procuro reservarme mis grandes parcelas de soledad, es como si fuera una especie de palanca que necesito para después sal-tar a la colectividad y al trabajo.

¿Huye cuando le intentan arrebatar su independencia?

Sí, siempre, pero no huyo, me enfrento con uñas y dientes a quien intente arrebatarme mi total libertad de movi-mientos. No pertenezco a ningún grupo, ni siquiera a ninguna familia teatral, hago lo que me apetece y lo que creo que debo hacer, para actuar necesito no estar atado a nada y mi independencia es la base.

¿Con qué se conquista a José María Pou?

Con la verdad por delante, viendo que no hay dobleces en la gente que se acerca, que es sincera.

¿De qué se arrepiente?

Diría que de nada, porque no arrepentirse de nada significa asumir los errores que uno pudo haber cometido para corre-girlos y salir fortalecido. No arrepentirse de nada no es ser un engreído y un pedante, sino asumir lo que uno ha hecho.

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