Información y conocimiento

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“CONTRARIAMENTE A LO QUE PODRÍA PARECER, LA GRAN PROFUSIÓN DE MEDIOS Y UN MEJOR ACCESO A LA INFORMACIÓN NO PLURALIDAD DE CONTENIDOS”

Se repite que información es poder, que vivimos en la sociedad de la información o sociedad del conocimiento. Pero ¿la información debe ser entendida como conocimiento? Si consultamos el diccionario etimológico de Joan Corominas, constatamos que la palabra información proviene del termino original latín informare, el significado original del cual es “dar forma”. Aunque si revisamos, además, el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, hallamos que en una de sus acepciones el sentido más usado en la actualidad de la palabra informar es “dar noticia”.

Vivimos en un mundo poblado de información: algunos acontecimientos del mundo informan o dan noticia sobre aquello que pasa en el terreno real. No sólo la información entendida en términos periodísticos, sino que todo lo que nos rodea: una columna de humo informa o da noticia sobre la existencia de un incendio, un termómetro informa sobre una determinada temperatura, la sirena de una fábrica informa o da noticia de que se ha terminado la jornada laboral. En todos estos casos, decimos que se ha producido un contexto o episodio de flujo informativo.

Pero en los últimos años se ha utilizado el término información para múltiples usos. Parece que sea obligatorio que aparezca el tema de la información en toda propuesta científica que se precie, como una especie de lugar común de nuestra época, quizá por aquello de que “información es poder”. No obstante, este protagonismo desmesurado no ayuda a ser claro en el uso de este término, pues todo el mundo habla de información, pero muy pocos saben exactamente a qué se refieren cuando utilizan este término. En definitiva, se trata de una palabra de moda.

Bajo el amparo de gestionar el “conocimiento” han surgido nuevos oficios, empresas, economistas, crea – dores de contenidos, consultores, analistas informáticos, documentalistas e investigadores, entre muchos otros, que se jactan de dedicarse actualmente a esta disciplina. Sin embargo, en la antigüedad griega, el autoconocimiento era la base para el despliegue de la propia personalidad, según se desprende de la inscripción del templo de Apolo en Delfos: gnothi seauton (“conócete a ti mismo”). La inscripción que figuraba en el frontón del templo de Apolo en Delfos no tenía aún el significado socrático que esta expresión adquirió más tarde. Simplemente recomendaba al que viniera a buscar un oráculo: “En el momento que vengas a hacer preguntas al oráculo, examina bien en ti mismo las que quieres hacer, puesto que no debes plantear demasiadas; examina dentro de ti lo que necesitas saber”. No en vano el término “conocer” proviene del viejo latín *(g)no-sco > nosco, novi, notum y del griego ???se? (gnóseo) ‘(re)conozco’. De ahí notio ‘noción’, griego ???s?? (gnósis) ‘conocimiento’.

El conocimiento utiliza como materia prima el flujo de información. Las tecnologías de la información y de la comunicación han acelerado el flujo y la cantidad de información que recibimos a diario. De este flujo informacional se debe distinguir entre la información que se recibe de manera pasiva y la información que se busca activamente. Cada tipo de información tiene un trato distinto y, por ello, genera un conocimiento de distinta calidad.

El conocimiento puede verse como la comprensión activa de la realidad. A pesar de sus diferencias, la información y el conocimiento forman un binomio cercano en el que el acceso a la primera es condición necesaria, aunque no suficiente, para el segundo y ambos conceptos se constituyen hoy en elementos casi estratégicos para toda actividad humana.

Volvemos a los que dicen que información es poder. El uso de la información como poder tiene su razón de ser en la intención de influir, en ello reside el citado poder. A veces se pervierte la idea originaria de información para convertirla sólo en propaganda al uso de la persona o la sociedad que la manipula. Contrariamente a lo que podría parecer, la gran profusión de medios y un mejor acceso a la información no necesariamente nos ofrece más pluralidad de contenidos produciéndose lo que definió Carl Jung como “enantiodromia” (del griego enantios, opuesto y dromos, correr, “correr en sentido contrario”), el fenómeno que definió Carl Jung cuando hay sobreabundancia de alguna cosa y produce inevitablemente el efecto contrario. En este caso, falta pluralidad, diversidad en esta información y de tiempo de proceso para convertirla en conocimiento.

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