Incendiarios

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Sufro de intolerancia a determinadas informaciones. También a la
presencia mediática de ciertos personajes más o menos públicos.
Cuando aparecen esas informaciones o esos personajes inmediatamente
paso página, muevo el dial o zapeo al canal de la esquina.
Lo preocupante es que dicha intolerancia se agranda cada día, de
manera que no voy a poder sentarme a ver a un telediario (el de
siempre, a pesar de todo, porque los otros son aún peores). A
veces se trata de un rechazo físico, visceral, de entraña; y en ocasiones,
es pura debilidad psicológica.

Supongo. Por ejemplo, en el caso de los
incendios forestales, una información tan
recurrente en los meses veraniegos de la
que huyo como gato escaldado. Aparecen
esos bosques ardientes en la pantalla (la
radio y la prensa es como si quemaran
menos) y automáticamente cambio de canal
o apago el aparato. Me ocurre así desde
hace bastante tiempo, incluso cuando yo
mismo informaba de estas calamidades
patrias en Radio Nacional de España (RNE).

Permítanme una batallita personal al respecto.
En torno a 1988, cuando comencé
a dedicarme al periodismo ambiental de
modo exclusivo y exhaustivo, en los informativos
de RNE apenas se prestaba atención
a este tipo de noticias y algo he tenido
que ver en su relativa normalización dentro
de la bolsa de valores informativos cotizables.
Recuérdese que 1989 fue probablemente
el peor año del siglo XX con más de
400.000 hectáreas de territorio arrasadas
por el fuego. Se dice y se lee pronto:
400.000 hectáreas. Así que lo de este
verano ?toco madera quemada? es casi
anecdótico, si se me permite la frivolidad,
aun sabiendo que un árbol caído es una
vida muerta, por mucho que sea luego un muerto viviente (¿acabarán
los bosques convertidos en zombis?).


«LOS INCENDIOS SON UN GRAVE PROBLEMA ECOLÓGICO QUE PODRÍA EVITARSE CON MAYOR VIGILANCIA Y REPRESIÓN EN EL ÁMBITO RURAL»

Pasó el tiempo, como si las propias llamas lo hubieran devorado,
y hete aquí que yo mismo, tan concienciado en la causa
ecológica, empiezo a recomendar a mis compañeros responsables
de los distintos diarios hablados que no insistan demasiado
en estos sucesos, e incluso les sugiero que tampoco es necesario
hacerse eco de los pequeños incendios. ¿Por qué ese
cambio? Como ya he sugerido aquí en otras ocasiones, creo en
la capacidad de contagio de las noticias y, por supuesto, creo
también que existen muchos cretinos capaces de cualquier cosa
por un minuto de gloria mediática. ¿Alguno de esos psicólogos
que acuden a las catástrofes se ocupará del guardia civil que
provocó 19 incendios este verano en el entorno de Madrid?

Determinadas informaciones en determinados contextos pueden
perjudicar la salud social, aunque los medios no insistan en ello
porque no les conviene, y menos ahora cuando el periodismo se
hace sin periodistas y hasta sin medios, medios de comunicación,
quiero decir. Pero que un crimen contado puede llevar a otro crimen
real es algo más que una especulación. Parece evidente en el caso
de los incendios y seguramente en otros que deberían venir a cuento
si no fuera por la pereza que me da entrar en ellos. De todos
modos, siguiendo en el ámbito personal, recuerdo perfectamente,
también por la misma época, el debate y posterior recomendación
para eludir en los informativos de RNE cualquier
referencia a los suicidios juveniles que
en un momento dado, sin saber por qué,
acaso por ser jóvenes, se produjeron con
dramática frecuencia. Puesto que ya está
demostrado que los medios de comunicación
tampoco salvan el mundo, no pasa nada
por que no insistan en estas cosas, de igual
modo que se callan otras de mayor enjundia.
En cuanto a los efectos educativos y concienciadores
de su difusión? Dejémoslo ahí.

Puesto que en todas las redacciones se
ha roto la continuidad histórica (no hay relevos
sino hachazos), quizás nadie perciba
que en las últimas décadas se ha avanzado
muy poco en relación con los incendios
forestales. Seguimos teorizando ?el expresidente
Felipe González nos sorprendió con
un artículo reciente sobre el asunto? y culpando
de ellos al abandono de los bosques,
a los escasos medios técnicos y personales
de las brigadas antiincendios, al clima mediterráneo
y a no sé cuántas cosas más, olvidándonos
de un dato fundamental que las
estadísticas constatan con machacona frecuencia
un año tras otro: más del 90% de
los incendios son causados por la mano del
hombre (casi literalmente, porque apenas se
conocen casos de pirómanas). De hecho, los incendios constituyen
un gravísimo problema ecológico que podría evitarse fácilmente,
tan solo con mayor vigilancia y represión en el ámbito rural,
que es donde suelen producirse. Son, por otra parte, de fácil
detección, pues como dice la zarzuela de Amadeo Vives, por el
humo se sabe dónde está el fuego. Así que solo hay que seguir el
rastro hasta sus últimas consecuencias. La conclusión es evidente:
si no existe ninguna labor agrícola ni ganadera ni de ningún otro
tipo (rastrojos, pastizales, etcétera) que justifique prender fuego, ya
sea verano o invierno (?ojo con los incendios invernales!), cualquiera
que se salte la norma debería ser castigado, severamente
castigado con fuertes multas y penas de cárcel. Como cualquier
hijo de vecino que cometa delito contra la vida de las personas o
contra la naturaleza, que es la vida misma. Cuando este verano,
igual que en el verano de hace 30 años, oí decir a alguien que era
necesario reformar el Código Penal, me sentí arder por dentro.

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