Hablar en público

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En nuestro país, poca gente domina el arte de hablar en público, habilidad imprescindible en el mundo de la empresa, la política y la comunicación. De hecho, muchas personas lo pasan realmente mal cuando tienen que hablar en público: les vence el miedo, padecen ansiedad, sienten (valga el tópico) “miedo escénico”. Y eso se traduce en sudoración de las manos, aceleración del ritmo cardiaco, sequedad en la boca, etc. Y este miedo a hablar en público no distingue categorías sociales o profesionales: médicos, abogados o docentes suelen padecerlo. Incluso los políticos, a los que se les supone duchos en el arte de la oratoria, tienen la costumbre de leer sus intervenciones en el Parlamento. Incluso leen las réplicas que han de rebatir.

Los españoles somos, por lo general, muy parlanchines cuando nos encontramos en el ámbito familiar, privado, entre amigos o conocidos, en la charla de sobremesa, la tertulia de café o el jaleo del bar. Salvo a las personas extremada o patológicamente tímidas, a la mayoría no nos cuesta pegar la hebra con cualquier desconocido. Sin embargo, cuando cambia el escenario y nos vemos ante un auditorio, por una comunicación científica, un discurso político o una conferencia, nuestra habitual incontinencia verbal sufre un cortocircuito y nos provoca pavor tener que ordenar y comunicar oralmente las ideas delante de nuestros semejantes.

Por supuesto que esta dificultad para hablar en público no es privativa de los españoles, pero quizás en nuestro país resulta especialmente llamativa. Para muchos expertos, esta dificultad procede de nuestro sistema de educación. Pocas escuelas, institutos o universidades españolas ofrecen a los estudiantes enseñanzas en oratoria para mejorar las habilidades en comunicación oral. Para Fran Carrillo, fundador y director de la empresa de comunicación La Fábrica de Discursos, “a la gente no le gusta hablar en público. Hay un déficit formativo importante”. Sin embargo, para Carrillo, un discurso persuasivo y una oratoria clara es la llave que abre muchas puertas. “Solo con el talento ya no sirve”, advierte. Y es que no se entiende por qué no se implanta esta materia en nuestro sistema educativo, de la misma manera que está institucionalizado en el sistema anglosajón. “Aunque se puede aprender a hablar en público a cualquier edad, cuanto antes se empiece, mejor”, explica Carrillo. Además, las técnicas retóricas no deben estar separadas del conocimiento y del aprendizaje, pues para hablar bien primero hay que pensar bien.

En realidad, todo esto no es una novedad. Ya nos lo explicó hace muchos años Juan de Mairena, el profesor apócrifo de Antonio Machado en un memorable texto: “A muchos asombra, señores, que en una clase de retórica como es la nuestra, hablemos de tantas cosas ajenas al arte del bien decir; porque muchos –los más– piensan que este arte puede ejercitarse en el vacío de pensamiento. Si esto fuera así tendríamos que definir la retórica como el arte de hablar bien sin decir nada, o de hablar bien de algo pensando en otra cosa… Esto no puede ser. Para decir bien hay que pensar bien, y para pensar bien conviene elegir temas muy esenciales, que logren por sí mismos captar nuestra atención, estimular nuestros esfuerzos, conmovernos, apasionarnos y hasta sorprendernos”.

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