‘French connection’

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“EN ALGUNOS ASPECTOS, COMO EN EL MERCADO ELÉCTRICO, PARECE PERVIVIR AQUELLO DE QUE ÁFRICA EMPIEZA EN LOS PIRINEOS”

No se trata del recordado Fernando Rey abriendo las puertas del metro con un paraguas para despistar a Gene Hackman, como en la célebre película, aunque la cosa también va de trenes y de aperturas. La cuestión es que en algunos aspectos, como en el mercado eléctrico, parece pervivir aquello de que África empieza en los Pirineos. En lo que a este aspecto atañe, España sigue siendo una península, pero con un istmo mucho más estrecho que el auténtico, tan estrecho que es casi una isla, por la frágil conexión que nos une a Francia. Cuatro líneas de alta tensión cruzan los Pirineos, y en total permiten un intercambio comercial de 1.400 megavatios de energía eléctrica, una cifra que los responsables del sistema español consideran demasiado pequeña (apenas supone el 3 por 100 de la punta máxima de demanda de nuestro país) y desearían ver incrementada para mejorar la garantía de estabilidad del sistema.

España viene reclamando la colaboración gala en el cumplimiento de la recomendación del Consejo de Europa celebrado en Barcelona en el 2005, que instaba a que la capacidad de intercambio comercial entre los socios europeos fuera de, al menos, el 10 por 100 de la demanda máxima de cada país. Eso, sin duda, aliviaría nuestro aislamiento reforzando el liviano vínculo eléctrico que actualmente nos une a Francia y, a través de ella, al resto de Europa. Porque el objetivo no es estrechar lazos con nuestro vecino sino entrar de forma sólida a formar parte del entramado europeo de interconexiones y disfrutar de la garantía de suministro y de la estabilidad que ello proporciona. Cuanto mayor es el entramado que une a generadores y consumidores de electricidad, cuanto más densa es la malla de cables que los enlaza, mayores probabilidades hay de que las disfunciones queden diluidas y desaparezcan, evitando los temibles apagones generalizados, como el que ha sufrido Barcelona este verano.

La construcción de ese nuevo cordón umbilical con Europa sufre continuas demoras porque el paso de la línea de alta tensión suscita rechazo popular en las regiones que debe atravesar. En el caso de las españolas, la zanahoria del tren de alta velocidad está consiguiendo moderar la oposición, pero en Francia se radicaliza, entre otras cosas porque nuestro vecino no necesita líneas eléctricas con España. Está ya suficientemente conectada por el norte y el este hasta alcanzar el 13 por 100 de su demanda. Los problemas de aceptación social superan, en su caso, las ventajas de esta interconexión. Portugal, sin embargo, tiene mucho más interés en conectarse con España, porque su seguridad de suministro depende de ello. España y Portugal han inaugurado tres nuevas conexiones en los últimos cuatro años mientras que con Francia, la última es de hace 25 años. Casi de cuando aquello de Fernando Rey y Gene Hackman.

Mientras la Unión Europea trata de poner en marcha ambiciosos planes de energías renovables, en los que España, por cierto, está a la cabeza entre nuestros socios, es incapaz de hacer nada efectivo para solucionar este problema. Porque la característica irregularidad de estas fuentes de energía es una fuente de alteraciones del sistema e impide un crecimiento de su participación a partir de ciertos límites. España tendrá muy difícil seguir incrementando su potencia eólica si no le permiten tejer de manera más tupida la red de interconexiones con Europa. Esa fantástica historia de éxito que supone el aprovechamiento del viento, que nos ha permitido estar entre los primeros del mundo en producción de luz con aire y en fabricación de molinos, no debería estancarse. España acaba de inaugurar su Centro de Control de Renovables, una instalación pionera en el mundo, destinada a asegurar en cada momento la utilización del mayor volumen posible de energías renovables en condiciones de seguridad. Pero esa seguridad no será suficiente hasta que la interconexión no esté en marcha.

Las infraestructuras suscitan rechazo popular, pero esa repulsa se mitiga cuando la gente sufre directamente los efectos de su carencia. En Tenerife hizo falta un apagón generalizado, el que provocó la célebre tormenta tropical Delta, para que las manifestaciones de oposición a una línea de alta tensión que cruzaba el sur de la isla se trocasen en manifestaciones a favor de su construcción. Algo semejante puede ocurrir en Cataluña, donde es imprescindible una nueva línea para la alimentación del AVE y para garantizar el suministro a Gerona. Resulta llamativo que una de las primeras provincias en ser electrificadas esté ahora, literalmente, pendiente de un hilo y sin seguridad de suministro, y que no sean los propios habitantes de la zona los que reclamen la línea. Como suele decir Luis Atienza, presidente de Red Eléctrica de España, la empresa que gestiona el sistema eléctrico de nuestro país, “los problemas de la luz se solucionan a oscuras”.

El pasado mes de junio, científicos del mítico Massachusetts Institute of Technology (MIT) daban a conocer en la revista Science un sorprendente y prometedor experimento en el que se había conseguido transmitir electricidad de un punto a otro a través del aire, sin cables. Está todavía lejos el día en que este descubrimiento nos permita eliminar los engorrosos tendidos eléctricos y mientras llega, si es que llega, es necesario aceptar las servidumbres que nuestro gusto por el uso y abuso del enchufe produce.

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