Enigmas

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Tantos son los enigmas que rodean a este año, que todavía no alcanzamos a saber si es fatídico o no. Si cambiará el mundo, como pronosticaron los antiguos mayas, o repetiremos como en un bucle infernal nuestros errores. Pero hubo un matemático, lógico e informático británico, Alan Turing, que sí lo cambió. Enigmática parece también su muerte, ya que todavía no se ha despejado la incógnita de si realmente fue un suicidio lo que acortó su vida en 1956, y que comenzó hace 100 años, por lo cual se celebra en todo el mundo el Año Turing o el Año Internacional de la Informática.

Enigma se llamó la máquina para codificar los mensajes que enviaban los alemanes en años de la Segunda Guerra Mundial y que Turing ayudó a descodificar. Los desarrollos de este genio de los códigos hicieron avanzar un campo que ahora se considera crucial, pero su vida estuvo rodeada por la paradoja. Sus aportaciones avanzadas para sentar las bases de la inteligencia artificial recibieron el rechazo de la inteligencia humana.

Hoy, rodeados de algoritmos, bits, computación a velocidades extraordinarias y todos sus derivados: ordenadores, móviles, y los incontables productos que cuentan con la informática para funcionar, nos son tan naturales que es difícil comprender lo extraordinario de sus pioneros, de esas mentes notables que hoy apreciarían más que nosotros lo conseguido. Su gran impacto en la vida cotidiana les haría sentirse muy gratificados con sus esfuerzos.

La velocidad en las comunicaciones, gracias al software cuyas bases puso Turing, no fue utilizada para que este matemático recibiera con mayor rapidez las disculpas del Gobierno británico. No fue hasta 2009 cuando, por fin, se reconoció el trato discriminatorio e inhumano que recibió el científico tras ser declarado culpable en 1952 por «indecencia grave» debido a su homosexualidad -ilegal en el Reino Unido en ese momento- y ser sometido a castración química forzada. Como si de una pesadilla se tratase, hoy como ayer, la inteligencia humana sigue poniendo difícil las cosas a las personas que son diferentes.

Las máquinas, la de Turing incluida, como pionera de las maquinas que piensan, han llenado páginas de ciencia y de filosofía, de realidades y de ficciones. En el libro El Quinteto de Cambridge, el autor John L. Casti reúne a cinco mentes brillantes a cenar. El motivo es discutir lo que en ese momento era una de las grandes novedades de la cultura humana. ¿Es posible construir una máquina que pueda reproducir los procesos cognitivos humanos? El anfitrión de esta ficción, pero en la que Casti reconstruye el pensamiento de todos ellos, es C. P. Snow, y los asistentes nada menos que el físico cuántico Erwin Schrödinger, el filósofo Ludwig Wittgenstein, el genetista J. B. S. Haldane y, por supuesto, Alan Turing. En la cena las preguntas y las respuestas de cada uno tienen como objeto el desvelar qué es lo que hace a un ser humano serlo y si alguna vez una máquina obtendrá sus atributos. Esa noche de 1949 el enigma de la máquina pensante no se resolvió.


Hoy nadie discute si una máquina puede pensar igual que un ser humano. Sabemos que ninguna de ellas será tan bella como el replicante Roy Batty de la película Blade Runner, consciente de sí mismo y de su mortalidad, pidiéndole a su creador que le deje más tiempo para vivir, para amar, para recordar. No en vano, el lema de la Tyrell Corporation era más humano que los humanos.

Todavía es verano, y también El verano de la despedida. En este Año Turing ha muerto Ray Bradbury a los 91 años, ese hombre creador de mitos y con una gran confianza en el espacio como futuro de la humanidad. Sobre inteligencia artificial se han escrito innumerables libros en los que filósofos, lingüistas, científicos dan razones y argumentos para especular qué posible desarrollo va a tener. No sé si Bradbury hubiera querido que un libro que trata de este tema fuera memorizado. De lo que sí estoy segura es de que deseó que sigamos leyendo.

Gran defensor del libro en papel, de las bibliotecas. Sus Crónicas marcianas, El hombre ilustrado y Fahrenheit 451 miraron más allá. Es un enigma que pensaba Bradbury, hombre del siglo XX, con respecto al XXI, ya que siempre dijo que no había querido hacer predicciones en sus libros. Tal vez estaría completamente de acuerdo con una viñeta de Forges en la que un libro comenta que si han sobrevivido a la quema cómo no van a sobrevivir a la electrónica. Fahrenheit 451 hace referencia a la temperatura a la que arden los libros. Género fronterizo entre lo que lo que se llama literatura general o de ciencia-ficción, es una distinción absurda cuando hablamos de él o de Kurt Vonnegut o de Philip K. Dick. Sus libros han marcado a generaciones enteras. Ahora y siempre Bradbury estará en la memoria de todos, junto con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, en un universo que se ha quedado sin sus grandes exploradores espaciales.

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