El debate sobre las “dos culturas”
“La cultura científica es, en realidad, una cultura, no sólo en sentido intelectual, sino también antropológico”1
Era la Inglaterra que iniciaba la segunda mitad del siglo XX, tras sobrevivir a una espantosa guerra (1939-1945), y que reflexionaba, en un ambiente de victimismo decadente [“declinist whinging2], sobre el futuro de su sistema educativo, de corte generalista, en un mundo lanzado a la conquista científica y tecnológica. En ese ambiente de inseguridad sobre su destino entre las naciones, Charles Percy Snow (1905-1980) –físico por formación académica, investigador de breve recorrido, prolífico novelista, aunque sin alcanzar niveles de excelencia, y alto funcionario de la Administración civil3 – fue invitado a pronunciar la anual y prestigiosa Rede Lecture en la Universidad de Cambridge, el 7 de mayo de 1959. Cuando C. P. Snow redactó el título de su conferencia –The Two Cultures and the Scientific Revolution–, publicada después en forma de libro, probablemente no fue consciente de haber lanzado, con la frase “two cultures” una expresión de enorme capacidad de replicación memética, generadora de numerosos debates y duras controversias, que perduran, aunque atenuadas, en nuestros días.
Las dos culturas implicadas en la conferencia –ambas con pretensiones de mantenerse o establecerse como la Cultura con mayúscula, la abstracta y solitaria cultura– eran la clásica cultura humanística y la emergente cultura científica o, dicho de manera más explícita, arte y humanidades frente a ciencia y tecnología. Para C. P. Snow serían los intelectuales humanistas los responsables de “la gran brecha de mutua incomprensión y sospecha que les separaba de los científicos de la naturaleza, y a quienes consideraba incapaces de cruzar esa brecha.
Como admitió el propio C. P. Snow, “estas ideas no son totalmente originales, sino que estaban flotando en el ambiente desde finales del siglo XIX”: en 1880, T. H. Huxley, cirujano naval dedicado a las ciencias naturales y a la anatomía comparada, afirmaba: “la ciencia no solo forma parte de la cultura, sino que ofrece una sólida formación mental”, mientras que, en 1882, Matthew Arnold4, también en la Rede Lecture, asegura, tajante: “la formación en ciencias naturales puede producir un especialista, valioso desde el punto de vista práctico, pero no podría convertirlo en un hombre educado”.
Para C. P. Snow, los intelectuales literarios –a los que profesa una clara hostilidad– pretenden que su “cultura tradicional” representa la totalidad de la Cultura con mayúscula, como si no existiera el orden de la Naturaleza. Con esta actitud intransigente arrojan extramuros de la apropiada ciudadela de la Cultura por antonomasia a los advenedizos científicos a quienes consideran ignorantes especialistas. Para Snow, que postula en su conferencia la hegemonía cultural de la ciencia, solo habría una forma de solucionar esta indeseable separación entre las dos culturas, y esa sería repensar la educación en el Reino Unido.
Quedaba así abierta una vía de solución para este cisma, sugerida por el propio Snow a comienzos de la década de 1960 en su libro A Second Look at the Two Cultures Problem: la búsqueda de una cultura integradora de las dos culturas que conciliara el arte y a las humanidades con la ciencia y la tecnología, un intento de solución iniciado con la idea de la tercera cultura, propuesta por el agente literario John Brockman, con la edición del libro de este título5, y continuada, en nuestros días, por otras propuestas alternativas, que nos exigen una reflexión adicional.
Lo cierto es que el punto de partida del análisis de C. P. Snow sigue vivo, aunque en nuestro tiempo se considere que el cierre de la brecha deberá realizarse por aproximación desde ambos dominios del conocimiento y como una necesidad prioritaria y estratégicamente positiva para que el progreso científico y tecnológico pueda realmente calificarse como humano. La razón es que, en “la sociedad moderna, con su economía global, el concepto de una nítida frontera entre ciencia y tecnología, por una parte, y arte y humanidades, por otra, es anacrónico, ya que una economía próspera depende de las capacidades de creación, comunicación, compresión y el uso de ideas e imágenes” [UK Council for Science and Technology 6]. Para conseguir este objetivo es imprescindible según el CST, una educación [“the problem is educational”7], no solo dirigida hacia la formación en habilidades, sino a la comprensión y a la imaginación.
Porque, como dejó escrito Peter Medawar, premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1960, “todos los avances científicos, a cualquier nivel, comienzan con una aventura especulativa, con una preconcepción imaginativa de lo que la verdad pueda ser”, ya que, “la ciencia es esa forma de poesía en la que la razón y la imaginación actúan sinérgicamente”8.
1 Snow C P (1990). Th e Two Cultures, in Leonardo, Vol. 23, No. 2/3, New Foundations: Classroom Lessons in Art/Science/Technology for the 1990s. pp. 169-173.
2 Edgerton D (1997). C. P. Snow’s “two cultures” thesis was just “declinig whinging”,Nature, vol. 189, 18 September.
3 “By training I was a scientist; by vocation I was writer. That was all”. En Snow CP (2003). The Two Cultures, with introduction by Stephen Collini, Cambridge University Press, Canto Edition.
4 Mathew A (1993). Culture and Anarchy and Other Writings. Cambridge University Press
5 Brockman J (1995). The Third Culture Beyond the Scientific Revolution. Simon & Schuster.
6 www.cst.gov.uk/cst/imagination-htm
7 Kemp M (2009). Dissecting The Two Cultures, Nature. Vol 459, 7 May.
8 Medawar P (1984). Science and Literature in Pluto’s Republic, Oxford University Press.