El año de los polos

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“LA SITUACIÓN ES FRUSTRANTE Y PSICOLÓGICAMENTE INSOSTENIBLE PORQUE EXISTE EL CONVENCIMIENTO DE QUE, HAGAMOS LO QUE HAGAMOS, NADA PODREMOS EVITAR EN RELACIÓN CON EL CAMBIO CLIMÁTICO”

Cuando en 1990 asistí como informador en Ginebra a una reunión del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPPC), el problema ya estaba planteado con toda claridad, pero ni siquiera entonces la mayoría de los científicos participantes en este foro de Naciones Unidas lo expresaron de modo contundente. Tampoco nuestras crónicas ocuparon lugares relevantes en los respectivos medios. Aunque el asunto ya era relativamente conocido, todavía no había alcanzado la capacidad que ahora tiene de provocar impactos mediáticos alarmantes.

El caso es que en estos años se han ido acumulando tal cantidad de anomalías meteorológicas que sólo unos cuantos escépticos dudan de que hemos entrado en una fase de cambios climáticos acelerados por las emisiones de diferentes gases invernadero. Sin ir más lejos, el Instituto Nacional de Meteorología ha confirmado que 2006 fue el año más cálido en España desde que se hacen observaciones fiables.

Que la Comisión Europea haya situado el cambio climático como prioridad de su política energética, por encima incluso de los gravísimos problemas de abastecimiento que se avecinan (los gasoductos se han convertido en eficaz arma de chantaje), no puede interpretarse como una concesión a la corrección política que nos atenaza sino al convencimiento de que el fenómeno es cierto e irreversible aun a pesar de los esfuerzos correctivos que pongamos en marcha a partir de ahora. Son estimulantes, sin embargo, algunos datos difundidos por la Administración. Tras la aplicación del Protocolo de Kyoto, por primera vez se han estabilizado las emisiones de CO2 en nuestro país y por primera vez también se han reducido los alarmantes índices de consumo de energía eléctrica.

También el presidente Rodríguez Zapatero ha anunciado que el cambio climático va a estar muy presente en la labor del Gobierno durante el año y pico que queda de legislatura y que además será abordado en la próxima reunión con los presidentes de las comunidades autónomas. Para empezar, el Consejo de Ministros remitió al Congreso el pasado mes de enero la Ley de Calidad del Aire que, una vez cumplidos los trámites parlamentarios, sustituirá a la vieja normativa de 1972 con la que se trató de responder tímidamente a una de las más graves crisis de contaminación que ha sufrido nuestro país. En esos años los medios de comunicación no hablaban todavía del cambio climático pero sí dedicaban grandes espacios y titulares a denunciar el aire irrespirable que afectaba sobre todo a las ciudades más industrializadas.

En este contexto, 2007 ha sido declarado como Año Internacional de los Polos, una conmemoración que de manera muy intermitente comenzó a celebrarse en el siglo XIX seguramente sin la intencionalidad que tiene la actual convocatoria con la que se trata de señalar que en las zonas extremas del planeta, tanto en el norte como en el sur, es donde mayores evidencias existen sobre el calentamiento global que está provocando un deshielo acelerado de consecuencias imprevisibles. No cabe esperar mucho de éste ni de otros años internacionales, pero los símbolos también son importantes cuando se trata de abordar problemas como éste que casi superan la escala humana. Que la compañía Iberia haya decidido bautizar algunos de sus aviones con el nombre de las especies animales más amenazadas puede ser un mero gesto de imagen para la galería, pero si al mismo tiempo nos informa de que la renovación de parte de la flota va a suponer una reducción de las emisiones superior al 20%, todo resulta más creíble.

La situación, por supuesto, es frustrante y psicológicamente insostenible porque, como antes apuntaba, existe el convencimiento de que, hagamos lo que hagamos, nada podremos evitar en relación con el cambio climático. Pequeños paliativos en el mejor de los casos. Sólo nos queda el consuelo de saber que la reducción de cualquier tipo de contaminante siempre redundará en la mejora de nuestra calidad de vida. ¿No es bueno que el Gobierno acabe de anunciar la normativa que pondrá en marcha la certificación energética de los edificios públicos y privados que se construyan a partir de la fecha de su entrada en vigor? ¿No es bueno que hayamos alcanzado ya los 12.000 megavatios eólicos en tan corto plazo de tiempo aunque paguemos por ellos peajes paisajísticos que no siempre se justifican? ¿No es alentadora la certeza de que en pocos años también vamos a contar con varios cientos de megavatios solares o que dentro de nada un porcentaje importante del combustible de nuestros coches será obtenido de cultivos agrícolas? Claro que hacemos cosas, pero nos ha pillado el toro y no podemos saltar por el burladero.

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