El ancla de la economía

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Pagana de la burbuja inmobiliaria, la industria aparece ahora como el sector clave para salir de la crisis y favorecer un crecimiento sostenible de la economía

En la década de 1980, y tras años de arrastrar mala fama, un ministro español acuñó la frase de que «la mejor política industrial es la que no existe». Hoy, tres décadas después, otro ministro le ha enmendado la plana repitiendo, allá donde le preguntan, que la mejor política industrial es una política activa y que la promoción de la industria tiene que formar parte, sí o sí, de la nueva etapa económica de España.

Entre una y otra afirmación median 30 años en los que el país ha dilapidado el dinero de Europa en aeropuertos, autopistas y otras infraestructuras, muchas de las cuales lucen hoy vacías. En este largo periodo España se ha consagrado a un modelo de servicios en el que, además, con demasiada frecuencia se ha caído en la tentación de sustituir una fábrica de acero por una fila de chalets con vistas.

En la actualidad, tras muchos años de dura crisis, pocos son los que no reconocen que el país no ha jugado bien sus cartas y que la industria ha sido una gran pagana de la burbuja inmobiliaria. Por eso, el que más o el que menos, con el ministro de Industria a la cabeza, reclama con insistencia la necesidad de reindustrializar España, de contar con el sector industrial para crecer.

Pero cuando se habla de reindustrialización, parece claro que antes se ha producido el proceso contrario. Durante años, se ha olvidado que la industria es el sector más exportador -acapara más de la mitad de las exportaciones españolas-, el que más invierte en I+D -se calcula que genera el 45% del total- y el que más empleo indirecto genera -algunos estudios estiman que el trabajo en la industria induce la creación de entre dos y cinco puestos de trabajo adicionales en otros sectores-. Y que sin industria no hay servicios. Es un abandono que nadie quiere asumir pero que ha dejado una gruesa y dolorosa factura. Se estima que desde 2008 el sector industrial ha perdido cerca de 660.000 empleos, el 27% del total, y que a lo largo de las últimas dos décadas han desaparecido diariamente más de dos empresas industriales. El declive de este sector, que actualmente tiene ociosa el 30% de su capacidad, queda patente en su pérdida de peso en el PIB nacional. sido advertido desde la Unión Europea, que Si en 2000, la industria española repreen su última edición del marcador de la sentaba más del 18%, hoy su contribución Unión para la innovación correspondiente al producto interior bruto no llega al 16%, a 2014 (Innovation Union Scoreboard, en tres puntos por debajo de la media europea y muy lejos del 20% que la UE se ha Se ha olvidado que la industria marcado como objetivo para 2020.

Apostar por la innovación

Ante este escenario, Gobierno y empresarios parecen decididos a recuperar el tiempo perdido y devolver a la industria el papel protagonista en la ansiada recuperación económica. Según los principales actores de este sector, que la industria crezca y gane competitividad pasa necesariamente por una decidida apuesta en innovación, un campo en el que España ha ido saltándose a la torera todas las metas propuestas. Hace cuatro años, el objetivo del Gobierno era que el gasto en I+D fuera el 2% del PIB y que al menos dos terceras partes de esa inversión proviniera de las empresas. Pues ni una cosa ni la otra, ya que el porcentaje máximo alcanzado no llega al 1,4% y menos de la mitad del capital invertido procede del sector privado.

Este retraso en innovación también sido advertido desde la Unión Europea, que en su última edición del marcador de la Unión para la innovación correspondiente a 2014 (Innovation Union Scoreboard, en inglés) califica a nuestro país de innovador moderado (moderate innovator).

Se ha olvidado que la industria es un sector que acapara la mitad de las exportaciones, que concentra el 45% de la inversión en I+D y que genera la creación de entre dos y cinco puestos de trabajo indirectos

Esto significa que destina a I+D menos dinero que la media de la UE y mucho menos que Alemania, Dinamarca, Finlandia y Suecia, los cuatro Estados miembros que más invierten en investigación. Para corregir estas desigualdades y poder convertir las grandes ideas europeas en negocios rentables que creen puestos de trabajo y contribuyan al crecimiento económico, la Comisión Europea ha aprobado el programa Horizonte 2020 que, con cerca de 80.000 millones de euros a repartir en siete años, le convierte en la mayor iniciativa pública de inversiones en el mundo para impulsar la investigación, la innovación y la competitividad.

Pero, aunque este y otros programas europeos favorezcan en España el necesario cambio de mentalidad para entender que la I+D no es un gasto, sino una inversión, y que las empresas que innovan exportan, tal como demandan los analistas, la innovación no basta por sí sola para reindustrializar un país, al menos no de un modo sostenible.

Conseguirlo pasa, según los expertos, por definir una conjunto armónico de políticas transversales dirigidas todas ellas a un único fin. Entre las medidas que implantar que más consenso levantan figura, en primer lugar, la mejora del sistema educativo y de formación, fundamentalmente en el ámbito universitario, que permita un mayor y mejor proceso de transferencia del conocimiento entre la universidad y la industria y que evite la actual desconexión que existe con la economía real y las necesidades de un entorno económico y social en continua transformación.

Además, se hace necesaria una política tecnológica que apoye la solvencia en este terreno de las empresas, en especial de las pequeñas y medianas, que son las que suelen suministrar los bienes intermedios de alto valor tecnológico.

Igualmente, el sector industrial requiere de unas infraestructuras eficientes y de calidad, no solo de las tradicionales -energía y transporte, determinantes en la fijación de los costes industriales-, sino también de las telecomunicaciones, así como de una mayor multilocalización de nuestras empresas mediante la apertura de filiales en el extranjero.

Por último, en este capítulo de recomendaciones básicas no faltan tampoco quienes apuntan a una reforma fiscal y comercial, tanto nacional como europea, que facilite la aparición de empresas innovadoras, ni los que abogan por un estímulo de la demanda interna de bienes industriales mediante el fomento de los productos hechos en España, tal como ya hacen con orgullo los alemanes con su Made in Germany y los norteamericanos con su Made in USA.

Se trata, en síntesis, de las mismas ideas que figuran en el plan diseñado por el Gobierno hasta 2016 para el reforzamiento y desarrollo del sector industrial, un proyecto con el que el actual Ejecutivo pretende crear 370.000 puestos de trabajo y elevar el peso de la industria en la economía hasta el 17,4% del PIB. Este plan, encargado a Boston Consulting Group y presentado hace poco más de medio año, propone un decálogo de medidas para revitalizar el tejido productivo español que, a juicio de algunos, no supone nada nuevo bajo el sol, ya que entienden que con este informe la consultora internacional no ha hecho sino tirar de manual y vender a España lo que meses antes ha podido vender a cualquier otro país.

Desde 2008 el sector industrial ha perdido cerca de 660.000 empleos, el 27% del total, y a lo largo de las últimas dos décadas han desaparecido diariamente más de dos empresas industriales

Así las cosas, y sin negar las bondades de este trabajo, sobre su futura implantación sobrevuela el fiasco de otros planes anteriores, anunciados con tanto o más boato, y que, finalmente, se quedaron muy lejos de alcanzar sus objetivos, cuando no en simple papel mojado.

Etapa expansiva

Pero también, y eso es innegable, la industria española parece despegar, aunque sea muy lentamente. O eso al menos sugiere el índice de producción industrial, que el pasado mes de abril creció el 4,3%, el mayor avance desde marzo de 2010, según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística. De este modo, la actividad industrial encadena ya seis meses en positivo, el mayor periodo de expansión conocido en estos últimos seis años. Y lo ha hecho gracias fundamentalmente a la fabricación de vehículos, la auténtica locomotora de este crecimiento, y a la producción alimentaria.

A la espera de que esta tendencia se consolide y otros sectores se apunten a los avances, la industria española mantiene que los costes energéticos -que han crecido el 75% en la última década y que son el 30% más caros que en Francia y el 20% más que en Alemania, según lamentan algunos destacados empresarios- suponen una muy pesada losa frente a sus competidores europeos.

Pero, además de tratar de solventar este problema con la energía, la gran piedra en el camino de la recuperación, el sector industrial aún debe tomar algunos trenes, como son el manejo y análisis de ingentes cantidades de datos (el llamado big data) y la digitalización de los procesos, que permitiría reducir los costes de producción.

Sea como fuere, lo que está claro es que España se enfrenta a la urgente necesidad de definir un nuevo modelo económico basado en la innovación, la competitividad y el conocimiento y en el que la industria está llamada a reverdecer viejos laureles. Solo así este país saldrá de la crisis.

El motor de arranque

La industria del automóvil se ha convertido en el ejemplo que seguir. Inversiones millonarias, recuperación de las ventas, aumento de la producción, adjudicación de nuevos modelos, incremento de plantillas… El sector exhibe hoy una buena dosis de musculatura gracias a su capacidad para adaptarse a los cambios tecnológicos, industriales y sociales. Con una facturación de 40.520 millones de euros en 2013, el 11% más interanual, los fabricantes confían en cerrar el ejercicio con 2,4 millones de vehículos ensamblados y en alcanzar muy pronto el millón de turismos vendidos en España que nunca tendrían que haber abandonado. Si se cumplen las previsiones de Anfac, la patronal del sector, estas cifras permitirían de aquí a dos años la creación de 73.000 empleos, reducir en 10.000 millones de euros los costes logísticos, aumentar el 4% las exportaciones y una aportación adicional al PIB cercana al 1%.

Pero esta apuesta de los grandes fabricantes por producir en suelo español también ha beneficiado y mucho a la industria nacional de componentes y equipos para el automóvil, que ha encontrado en su propia casa el mejor remedio a sus males. Así, este sector, muy internacionalizado, aumentó el pasado año sus ventas a las plantas españolas el 26% hasta alcanzar los 11.000 millones de euros, y las estimaciones apuntan a que este ejercicio la facturación total podría hacerlo entre el 9% y el 12%, superando con creces los 30.000 millones.

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