Edurne Pasaban Lizarribar

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«Saqué muchas cosas de la ingeniería, sobre todo la constancia y el compromiso»

Son muchas las personas que conocen el largo camino recorrido por Edurne Pasaban hasta convertirse en la primera mujer que conquista las 14 cimas más altas del planeta. Montañas inexpugnables a las que ella nos ha acercado a través de cada una de sus arriesgadas expediciones. El Everest, el Anapurna, el K2 y el Kangchenjunga son sólo algunos de esos gigantes, de más de 8.000 metros, que ella ha logrado coronar con éxito tras superar condiciones meteorológicas extremas y vencer los estragos que el cansancio y la soledad causan a esas vertiginosas alturas.

Es una gesta que muy pocos protagonizan y que, según nos revela la alpinista, ella ha conseguido gracias a la constancia y el compromiso que adquirió mientras estudiaba ingeniería técnica industrial. Son dos valores que la han acompañado siempre, mientras ascendía a la cumbre y durante el descenso al campamento base y que, junto a la pasión por lo que se hace, considera necesarios para afrontar cualquier meta en la vida.

¿Qué la llevó a realizar los estudios de ingeniería técnica industrial y qué recuerdos guarda de su paso por la Universidad del País Vasco, donde cursó esos estudios?

Estaba destinada a ser ingeniera ya que, durante mi juventud, no había visto nada más. He nacido y crecido en un entorno de empresa familiar. Desde muy pequeña he visto a mi padre, también ingeniero técnico industrial, trabajando en la empresa y siendo un emprendedor nato. Esa creo que es la gran influencia y el motivo que me llevó a realizar los estudios de ingeniería técnica. Recuerdo mis estudios en la Universidad del País Vasco como una buena época. Me acuerdo de que yo era de las pocas chicas de clase, porque elegí la rama de mecánica. Cuando entré en la carrera pensé que tenía que terminar aquello cuanto antes, por lo que metía muchas horas entre las clases en la universidad y las clases particulares.

En su biografía figura que su primer trabajo profesional fue como ingeniera en la empresa que su familia tiene dedicada a la construcción de cortadoras y bobinadoras de papel. ¿Cómo describiría el trabajo que desempeñó en aquellos momentos y qué aprendió en esa etapa de su vida?

«Cuando empecé a escalar montañas de 8.000 metros nunca pensé que un día esto se convertiría en mi profesión, y menos aún en mi propia empresa»

Tengo muy buen recuerdo. Mi padre me puso a hacer prácticas desde el principio, cuando aún estaba estudiando. Hacía cosas simples, ya que a nosotros nos han enseñado a ir poco a poco y a empezar desde abajo. Me acuerdo de ir archivando direcciones de clientes. Cuando terminé la carrera empecé a trabajar en la oficina técnica, llevando proyectos, y llegó un momento que tenía la responsabilidad de muchos proyectos nacionales e internacionales. Tengo muy buen recuerdo, pero también lo viví como una experiencia dura, porque era una empresa familiar que no estaba preparada para el cambio generacional y esto hacía complicado trabajar en ella. Llega un momento que no sabes dónde estás ni a dónde vas. Algo que al día de hoy ha experimentado un tremendo cambio en la empresa y estoy segura de que ahora sería otra cosa.

Actualmente, ¿cuál es su visión de la ingeniería técnica industrial y del trabajo que realizan los profesionales de este sector?

Vivimos en una innovación constante, cada día se innova y gracias a ello el mundo va para adelante. Cada vez es mayor el nivel de los desarrollos tecnológicos que impulsan grandes avances, y los ingenieros son parte de este progreso. En muy pocos años hemos tenido grandes adelantos técnicos que, seguramente, hace pocos años eran impensables. Son la puerta del futuro, la puerta al crecimiento, a la innovación, al progreso.

Ser la primera mujer que conquista los 14 ochomiles ha sido la empresa a la que ha dedicado sus esfuerzos en los últimos años. ¿Podría hacernos balance y decir qué anotaciones sube al debe y cuáles apunta en el haber?

El balance es positivo. Cuando empecé a escalar montañas de 8.000 metros nunca pensé que un día esto se convertiría en mi profesión, y menos aún en mi propia empresa. Estoy contenta, me llena total-mente. Fui ingeniera, pero aquello no me hacía feliz, era lo que debía hacer, pero no lo que quería, y ser consciente de eso creo que es importante. En la montaña encontré aquello que me apasionaba. Pero saqué muchas cosas de la ingeniería, sobre todo la constancia y el compromiso. Es verdad que he tenido que dejar muchas cosas de lado para conseguirlo, pero creo que todo el mundo cuando quiere conseguir algo tiene que renunciar a algo.

En las expediciones a la montaña siempre oímos hablar de los sherpas. ¿Puede explicarnos mejor quiénes son y qué han supuesto en sus hazañas?

Los sherpas son las personas que nos acompañan en una escalada, pero para mí han sido mucho más que eso. Han sido un miembro más del equipo, solo que ellos son del Nepal y de la etnia sherpa. Son personas fuertes, constantes y que nos ayudan a

la hora de trabajar en la ruta. En la empresa también hay muchos sherpas. Son esas personas que forman parte de nuestros equipos y que, aunque en muchas ocasiones no se les nombra, sin ellos nunca llegaríamos a la cumbre de una montaña o a conseguir nuestros objetivos.

¿La creación de la fundación que lleva su nombre es una forma de agradecer a las gentes del Himalaya la ayuda que le han proporcionado durante las expediciones?

De alguna manera sí. Durante estos años las gentes del Himalaya me han dado mucho a cambio de nada. Esa gente tiene poco, pero lo poco que tienen lo tienen para dar. Por eso, para mí es importante, dentro de lo que se puede ayudar, colaborar de alguna manera para ayudar a estos pueblos. La Fundación Montañeros para el Himalaya está formada por montañeros solidarios con los niños de las montañas del Nepal, Pakistán, Tíbet, India y Bután. La fundación cree que la educación básica es la mejor garantía para generar el progreso en esos lugares ya que allí el analfabetismo es muy grande. La filosofía de la fundación responde al principio de devolver a los habitantes de esas zonas las cosas buenas que ellos nos han brindado a los montañeros y viajeros cuando hemos visitado sus tierras. Y devolvérselo de la manera que nos parece más necesaria, más efectiva y más duradera, es decir, financiando una buena educación para el máximo de niños posible.

En ocasiones, ha hablado abiertamente de las depresiones y malos momentos que ha pasado en su vida. ¿Es ese el precio de la fama y la popularidad que tiene que pagar una gran deportista como usted?

No, no creo que la depresión que yo he pasado sea un precio de la fama y de la popularidad. Fue más un problema de que pienso que muchas personas pasan en un momento dado de la vida. Quién no se ha preguntado en un momento de su vida si lo que hace merece la pena. Seguramente más de uno, y eso no depende de la fama, ni de ser una deportista profesional. Es más una duda que surge de tu interior, de cómo poder hacer lo mejor para ti y para los demás.

Los toreros dicen que más cornadas da la vida. ¿Ocurre igual con la montaña?

La montaña, para mí, sí es la vida, pero no los malos momentos que puedo pasar en ella, ni los accidentes, ni las pérdidas. Eso es lo malo y lo que me hace cuestionar muchas veces lo que hago. La montaña en lo positivo, en el disfrute, en el contacto con la naturaleza, la sensación de libertad, es la vida.

¿Cómo le va la vida de empresaria al frente del hotel rural que tiene en el País Vasco? ¿Por qué se decidió a montar ese negocio?

Monté ese negocio porque cundo decidí dejar la ingeniería mi padre me preguntó que a qué me iba dedicar y de qué pensaba vivir. El seguir con la ingeniería era incompatible con la escalada, ya que no podía dedicarle el tiempo que necesitaba. Por eso me animé a crear una casa rural y un restaurante, un negocio que, de alguna manera, me dejaba más tiempo para poder escalar y hacer realidad mi sueño.

Ahora, además, imparte clases como profesora asociada en el IE Business School de Madrid y actúa como ponente en conferencias dirigidas tanto a directivos y grupos de trabajo como a deportistas. ¿Qué valores trata de transmitir a las personas que le escuchan? ¿Siente la necesidad de compartir con los demás las experiencias que ha vivido?

Intento transmitir los valores que he aprendido en la montaña y, al mismo tiempo, trato de dar a conocer la experiencia, siempre positiva, que para mí ha significado el hecho de formar parte de los equipos con los que tantas expediciones he llevado a cabo. Durante estos años he tenido un reto y un sueño y he trabajado para ellos. Creo que los grandes retos no se consiguen sin constancia, compromiso y, por supuesto, sin un equipo que te acompañe. Intento trasmitir esos valores. Y que sin pasión difícilmente se consiguen los grandes retos.

Hace unos meses, la japonesa Tamae Watanabe lograba la hazaña de conquistar el Everest a los 73 años. ¿Se ve usted a esa edad escalando montañas?

No creo, espero seguir disfrutando de la montaña y de mi familia a esa edad, pero a otro ritmo.

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