Ecoturismo y montañas

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“EN LOS SESENTA SE IMPULSARON DESDE LA ADMINISTRACIÓN LAS VACACIONES EN CASAS DE PUEBLO, QUE OFRECÍAN ALIMENTOS SANOS Y FRESCOS, Y COLABORAR EN TAREAS AGRÍCOLAS Y GANADERAS”

En 2002 celebramos el Año Internacional del Ecoturismo y el Año Internacional de las Montañas, dos causas complementarias que son también, en cierto modo, coetáneas. Entendámonos, no es que las transformaciones geológicas que dieron lugar a las montañas coincidieran en el tiempo con el fenómeno social del ecoturismo, más reciente, pero es cierto que el ecoturismo nace con el descubrimiento de la montaña como espacio económico (minería), como paisaje predilecto para viajeros, artistas y estetas en general, como referente científico de geólogos, geógrafos y naturalistas y, finalmente, como lugar de nuevos ocios desde mediados del siglo XIX: excursionismo, alpinismo y esquí. Con estos cinco referentes espaciales: Picos de Europa, Sierra Nevada, Guadarrama, Gredos y Pirineos. Los más pudientes llegaron incluso a los Alpes.

La Sociedad Excursionista de Cataluña nació en 1876, el mismo año que la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos, para quien el excursionismo era un recurso educativo (método intuitivo), sanitario (contra la tuberculosis, aire libre y puro) y deportivo (no competitivo). Fueron alumnos de la Institución, precisamente, quienes pusieron en marcha la Sociedad de Alpinismo Peñalara (1913), cuya trayectoria tuvo una influencia decisiva en toda España, pues aunque el Guadarrama fue y es su campo predilecto de operaciones, llegaron a patear todas las montañas significativas del país, y más tarde a escalar sus máximas alturas. De entonces viene la mitología en torno al Naranjo de Bulnes, de cuya primera escalada se cumplirá un siglo en 2004.

En cierto modo, fueron los científicos y los montañeros, o los alpinistas como se decía, quienes pusieron las montañas en el mapa y nos descubrieron sus bellezas y sus riquezas; hasta tal punto es así que, por ejemplo, las andanzas del conde de Saint-Saud o Pedro Pidal, el marqués de Villaviciosa, por los Picos de Europa coincidieron con el boom de la minería. Los caminos para dar salida a los minerales favorecieron el acceso a las montañas, de modo que el propio Saint-Saud dijera que en España eran más transitables algunas montañas que muchos caminos de los valles.

Con la moda del alpinismo y el excursionismo surgieron las primeras empresas de servicios y también las primeras construcciones montañeras, los refugios. José Delgado Úbeda, arquitecto socio de Peñalara, fue seguramente el primer especialista en esta humilde modalidad arquitectónica. Sus dos refugios de Guadarrama y de Picos de Europa son ya paisaje.

En cuanto a las empresas de servicios, ya en los años treinta del pasado siglo, el Ateneo de Arenas de Cabrales, en Asturias, había organizado una red de alojamientos con las siguientes tarifas: «en primera, pensión completa (habitación, desayuno, comida y cena), ocho pesetas; en segunda, pensión completa, seis pesetas; baño, dos; garaje: una noche, una peseta; día completo, dos». Y también ofertaba guías «profesionales y prácticos, algunos de los cuales conocen el francés». Además, disponía de caballerías para las excursiones, pero como este servicio «es imposible utilizarlo en la mayor parte de los itinerarios, hay una tarifa de 10 a 15 pesetas diarias para los guías que hayan de ser porteadores de equipaje u otros elementos». Servicios similares había en Ávila, en Granada o en el Pirineo catalán y aragonés.

Más tarde, en los años sesenta, se impulsaron desde la Administración las vacaciones en casas de pueblo, que ofrecían alimentos sanos y frescos, y la posibilidad de colaborar en las tareas agrícolas y ganaderas. De ahí al ecoturismo había un paso que ya se ha dado. Un salto más que un paso, pues poco falta para que podamos hablar de una oferta saturada a punto de rayar en lo insostenible. El turismo ecológico o de naturaleza, que se pensó como un medio de aportar rentas al mundo rural, ha sobrepasado todas las expectativas.

El alpinismo puso de moda el ecoturismo, como decía, y fue también un eficaz catalizador de las corrientes conservacionistas. El marqués de Villaviciosa, que escaló con el Cainejo el Naranjo de Bulnes (1904), logró que se aprobara en 1916 la Ley de Parques Nacionales. Los dos primeros, el de Covadonga y el de Ordesa, inaugurados respectivamente en 1918 y 1920 son, no por casualidad, dos parques de montaña. Poco después, la generación del 98, con Machado, Unamuno, Azorín, y otras plumas redentoras de nuestras áridas mesetas, introducirá con éxito el pluralismo paisajístico.

La doble celebración de este años persigue el mismo objetivo: llamar la atención sobre la degradación de estos ecosistemas en todo el mundo, que afecta también a los habitantes de los pueblos que las circundan. Por lo demás, si hablamos de ecoturismo, es evidente que no se puede sobrepasar el límite de lo sostenible. Comer de la naturaleza y conservarla requiere unos equilibrios que cada día se tornan más difíciles.

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