Cultura y ambigüedad
En esta serie de reflexiones en torno a la cultura se hace evidente, a estas alturas, que ante el cúmulo de definiciones, redefiniciones e interpretaciones que esta palabra ha suscitado en muy diversos horizontes históricos, y continúa suscitando, poco puede entenderse de lo que ella sea si no es aceptando y analizando su intrínseca ambigüedad. Esta ambigüedad es reflejo, a su vez, de la infinita ambigüedad del mundo, hasta el punto de que se haya podido decir que ahora vivimos inmersos en la edad de la ambigüedad cultural, como consecuencia de su creciente complejidad, así como de la multiplicidad de discursos que tratan de interpretarlo y dominarlo.
Se dice de algo que es ambiguo -palabra que etimológicamente procede del verbo latino ambigere, compuesto de ambi [«por ambos lados»] y agere [«dirigirse»]- cuando puede ser interpretado en más de un sentido. Lo ambiguo nace de la incertidumbre y de la duda en la interpretación de algo: en el jardín de Borges 2, los «senderos que se bifurcan» son ambiguos, porque hacen dudar al caminante acerca del camino por el que debe dirigirse, le lleva a elaborar conjeturas sobre lo que puede encontrar si sigue uno u otro y, al final, le obligan a elegir.
Si desde el punto de vista del lenguaje se ha definido la ambigüedad como «el hecho de que una palabra pueda tener varios significados distintos»3, parece evidente que la palabra cultura -de modo especial en este mundo posmoderno- colma todos los criterios exigibles para que pueda calificarse como la palabra ambigua por excelencia. Desde esta perspectiva, el carácter ambiguo de la cultura se corresponde, en primer lugar, con la llamada ambigüedad léxica, ya que afecta a la propia palabra. Pero cuando la ambigüedad depende de la ubicación de una determinada palabra en una estructura gramatical, en un texto, se califica como sintáctica. Las fuentes de las que nace el lenguaje poético se encuentran, precisamente, en la manipulación combinatoria, lúdica y creativa de la ambigüedad léxica y sintáctica.
Hasta el siglo XX, la ambigüedad había sido, en la cultura occidental, un concepto peyorativo, hasta el punto de que ser ambiguo era negativo y descalificador. Pero las relaciones de la cultura con la ambigüedad son mucho más complejas y , a veces, positivas, ya que, más allá de los significados de la propia palabra, la cultura entraña una intrínseca ambigüedad conceptual: es la multiplicidad de interpretaciones, no tan sólo de la palabra, sino de los conceptos que evoca, así como de sus consecuencias prácticas en el modo de vivir, individual y colectivo, la que puede estimular y potenciar la creatividad y la construcción de los productos culturales. Cualquiera que sea el lenguaje artístico utilizado, es la ambigüedad introducida por el autor en la obra de arte, con su riqueza en significados, con su ruptura del discurso lógico dominante, y con su capacidad para estimular interpretaciones diversas, la que puede deparar «lo inesperado» desde el punto de vista de los valores estéticos. En este sentido, ambigüedad y estética for-man un fructífero binomio: «sin ambigüedad no hay ilusión, y sin ilusión no hay arte»4.
«DADO QUE NO ES POSIBLE CONOCER ALGO CON ABSOLUTA CERTEZA, DEBEMOS ESTAR PREPARADOS PARA CONFORMARNOS Y VIVIR, A SOLAS Y CON LOS DEMÁS, CON LA INCERTIDUMBRE Y LA AMBIGÜEDAD»
Otra cosa es lo que sucede cuando el binomio considerado está conformado por ambigüedad y conocimiento. Cierto es que si se parte de la asunción de la más absoluta certeza en la interpretación del mundo que nos rodea, del desconocimiento de la incertidumbre [«He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre»5], de la sacralización de una determinada cultura, en suma, de la más radical ausencia de ambigüedad, se destruyen los fundamentos para una educación y una investigación científica en libertad. En ausencia de ambigüedad, la cultura, entendida en toda su amplitud, se convierte en una ideología intolerante con las incertidumbres, que encubre con buenas palabras, y con apelaciones, al «orden frente al caos» o a la «unidad cultural», la realidad de su pretensión hegemónica, y convierte «los senderos que se bifurcan» en una vía única en la que se han cegado las vías divergentes. Vivimos en una sociedad en continua transición, en la que, a menudo, la idea de cultura se pretende identificar con una u otra de las fuerzas contenidas en el proceso de transición en marcha6.
En pleno posmodernismo, la ruptura de los discursos dominantes con la consiguiente fragmentación de la cultura (multiculturalismo) han potenciado la tendencia a deshacer y deconstruir continuamente las interpretaciones aparentemente más sólidas, a proponer un pluralismo radical, una cultura de la ambigüedad que, paradójicamente, ha de hacer frente a fundamentalismos radicales e intolerantes. En esta cultura de la ambigüedad, los «senderos que se bifurcan» han sido sustituidos por las redes tridimensionales, sin límites ni fronteras, de las nuevas tecnologías de la información, en las que la infinita ambigüedad de las interpretaciones exige la aplicación esforzada y continuada del pensamiento crítico, para no perderse definitivamente en la confusión y el caos; re-des en las que -como en el oráculo de Ts´ui P´en7 – un libro de páginas infinitas está encerrado en su laberinto.
Dado que no es posible conocer algo con absoluta certeza, debemos estar preparados para conformarnos y vivir, a solas y con los demás, con la incertidumbre y la ambigüedad. Porque todos los conocimientos derivados de modelos humanos para la investigación del mundo -incluido el razonamiento- son necesariamente, y en sentido estricto, conocimientos, en mayor o menor grado, ambiguos. Pero es en el terreno de los comportamientos humanos y de la convivencia, en el seno de sociedades cada día más heterogéneas y conflictivas, en el que es necesario acotar las ambigüedades y disponer de certezas funcionales; es decir, en el complicado terreno donde dirimen diariamente sus problemas la ambigüedad y la ética.
Ante la creciente agresividad física, ideológica y económica que en este mundo globalizado y hendido en dos mitades invade a las relaciones humanas, quizá el valor universal que deba ser recuperado con mayor urgencia sea la solidaridad dentro de una convivencia, asentada en la libertad y la dignidad humanas. Esta solidaridad no se descubre como certeza con valor humano por un proceso de reflexión intelectual, sino por una creación personal, casi poética; una creación que se logra a través de una creciente sensibilidad ante el cotidiano espectáculo del dolor y de la humillación de los otros seres humanos8.
1 Carrol, Lewis, Through the looking-glass, Wordsworth Classics, 1993.
2 Borges, Jorge Luis, El jardín de senderos que se bifurcan, Obras Completas,Tomo II, Círculo de Lectores, 1992.
3 Empson, William, Seven Types of Ambiguity, Pimlico, 3ª ed. 2004.
4 Gombrich, E. H. La imagen y el ojo, Ed. Debate, 2002.
5 Borges, J.L. Lotería de Babilonia. Obras Completas,Tomo II, Círculo de Lectores, 1992.
6 Williams, Raymond, The Raymond Williams Reader, Blackell, 2001.
7 Borges, Jorge Luís, El jardín de senderos que se bifurcan, Obras Completas, Tomo II, Círculo de Lectores, 1992.
8 Pera, C. Pensar desde el cuerpo. Ensayo sobre la corporeidad humana, Ed. Triacastela, 2006.