Las principales conclusiones de este informe son dos. La primera se refiere a que las mayores tasas de innovación, medidas en patentes por millón de habitantes, se dan en los países en los que más se observa un síndrome cultural caracterizado por el cultivo de la inteligencia, incluyendo la dimensión artística, la confianza en uno mismo y la ecuanimidad en el trato con los demás, una reducida aversión al riesgo, la confianza generalizada en los demás, una corta distancia entre la ciudadanía y las élites políticas y económicas y una gran amplitud de horizontes vitales.
La cultura innovadora, igual que las escalas de valores que maneja el ser humano, tiene siempre un gran trasfondo social que la avala o la rechaza. La creencia en las posibilidades de uno debe estar en consonancia con una sociedad que también cree en ellas. Algo debe de fallar en España, ya que la segunda conclusión de este informe apunta a que nuestro país presenta todavía tasas bajas de innovación, y ello puede deberse, en parte, al escaso desarrollo de ese tipo de rasgos culturales, algo en lo que se ve acompañada por otros países de la Europa mediterránea, y que les separa del resto de países de la UE, especialmente de los del norte de Europa.
«LA CULTURA INNOVADORA, IGUAL QUE LAS ESCALAS DE VALORES QUE MANEJA EL SER HUMANO, TIENE SIEMPRE UN GRAN TRASFONDO SOCIAL QUE LA AVALA O LA RECHAZA. LA CREENCIA EN LAS POSIBILIDADES DE UNO DEBE ESTAR EN CONSONANCIA CON UNA SOCIEDAD QUE TAMBIÉN CREE EN ELLAS»
«Los responsables de la política industrial que fomentan institucionalmente la innovación son los mismos que luego permanecen pasivos ante la venta de activos innovadores o la injustificada desatención de las propias Administraciones públicas a la innovación y el valor añadido nacional competitivo. Son muchos los ejemplos de empresas que alcanzan fuera de nuestro país éxitos tecnológicos que en España no son posibles por razones ajenas a su probada competitividad internacional. En una economía abierta y globalizada, los pequeños innovadores suelen encontrar más problemas a su establecimiento y a su acción exterior que sus competidores», escribe Jesús Banegas, presidente de Aniel, en un artículo.
Cotec cree que el hallazgo de ese síndrome cultural abre una nueva vía para el entendimiento de los sistemas nacionales de innovación y plantea nuevos retos para su mejora. Por una parte, no basta con dotarse de los recursos económicos y las instituciones adecuadas, sino que es necesario preocuparse por la calidad de esas instituciones y la cultura subyacente. De hecho, a pesar de los últimos 30 años de economía de mercado, de vida democrática y de expansión del sistema de enseñanza no parece haber mejorado sustancialmente la cultura de la innovación de los españoles.
«La exigencia de innovar se extiende a los paradigmas básicos de una cultura cuando la profundidad de los cambios del entorno hacen imposible la adaptación dentro de los viejos paradigmas», afirma José María Gasalla, profesor titular de Organización de Empresas de la Universidad Autónoma de Madrid.
«Para facilitar, pues, el fluir del pensamiento creativo que desemboque en una actuación innovadora hace falta que aprendamos a funcionar (después de desaprender lo que ya sabemos por nuestra propia experiencia) con un pensamiento sistémico que, además, posibilitará el visualizar y comprender las realidades del nuevo milenio. La innovación es, en un sentido estricto, una exigencia de supervivencia para cualquier sistema cuando el entorno es cambiante. La exigencia de innovar se hace más crítica, más urgente, cuando el entorno cambia más rápido y más profundamente», dice el profesor Gasalla. «La sensación de inseguridad, de pérdida, de angustia ante el futuro e incluso de vértigo ante el movimiento continuo, hace que tendamos a apegarnos a los viejos paradigmas aunque sepamos que ello no nos ayudará».
La necesidad es la madre de muchas cosas y, tal vez, con esta crisis en España se ha puesto en evidencia la necesidad de introducir cambios en nuestro sistema productivo. Como dice Jared Diamond en su libro Armas, gérmenes y acero, no es cierto (a lo largo de la historia) que haya continentes en los que las sociedades hayan sido de tendencia innovadora y otros donde hayan sido conservadoras. «En cualquier continente, en determinada época hay unas sociedades innovadoras y otras conservadoras. Además, la recepción a las innovaciones varía con el tiempo dentro de la misma región». Así que, si tenemos en cuenta esta opinión todavía podemos tener esperanza. Tal vez en el futuro España sea un país innovador.