Son constantes las disquisiciones para separarla del resto de las disciplinas que abordan el pensamiento. Las bestias negras de la humanidad son creaciones humanas, sean de científicos, economistas o escritores. Recientemente, Gilles Lipovetsky decía en Madrid que los males no estaban ni en la trivialización de la cultura como espectáculo, ni tampoco en lo que se ha dado en llamar “alta cultura”. Somos más complejos; también deberíamos ser más sabios en nuestra temporalidad. Ningún tiempo pasado fue mejor. Lo que debemos pensar es qué nos hace mejores.
El pensador francés recordó que eso que se llama alta cultura no lo puede todo. “Piensen en el nazismo, surgió en la patria de Kant y Nietzsche. La cultura de masas ha liberado al individuo de los megadiscursos. Los ciudadanos no siguen los dictados de las autoridades como antes, buscan el placer y el hedonismo cultural, que los hace más felices porque tienen capacidad de elegir y construir sus propias vidas”. Como dice Sébastien Charles en su introducción al libro El imperio de lo efímero y al pensamiento de Lipovetsky, el filósofo propone una versión de hipermodernidad que quiere ser racionalista y pragmática y en la que la responsabilidad es la pieza clave en el porvenir de nuestra democracia.
En La era del vacío, Lipovetsky alega que “el clásico concepto de cultura, que diferenciaba entre la popular y la ilustrada, se ha desvanecido entre las redes y las nuevas tecnologías, y los campos de conocimiento empiezan a entremezclarse”.
El individuo hipercontemporáneo, según Lipovetsky, es más autónomo, pero también más frágil que nunca en la medida en que las exigencias se vuelven más grandes y pesadas. La libertad, la comodidad, la calidad y esperanza de vida no restan nada a lo trágico de la existencia y el hiperconsumo no es la panacea de la felicidad humana. Lo que caracteriza el espíritu de la época no es un carpe diem, sino más bien la inquietud ante un porvenir lleno de incertidumbres y riesgos.
Al miedo siempre le han interesado los brujos y los adivinos. Y tal vez, seguimos confiando en ellos, pero desde Galileo y Des-cartes ha progresado la idea de un mundo que obedece a las leyes racionales y esta transformación del utillaje mental en medios ilustrados siempre puede retroceder por el miedo. Este pensamiento se vierte en el libro El miedo en occidente, de Jean Delumeau, que bucea en este sentimiento, muy bien manejado por unos, para acorralar a otros.
En este presente imperfecto, parece que muchos planean un futuro imperfecto. La falta de sabiduría del ser humano, incluyendo en este apartado a los políticos, nos hace pensar que las transformaciones no son necesarias. Y tal vez, hoy más que nunca, necesitamos de estas transformaciones aplicando el conocimiento que ya tenemos con sabiduría. Los callejones sin salida no existen. Paul Virilo y Peter Sloterdijk apelan a los inagotables recursos de creatividad y esperanza en el hombre.
El siglo XXI se presenta con la misma tendencia exponencial en cuanto a avances científicos y cam-bios tecnológicos con la que terminó el XX. Para algunos autores, lo que hemos visto hasta ahora es solo la punta del iceberg. La convergencia tecnológica se hará realidad.
La nanotecnología, la biotecnología, las tecnologías de la información y de las comunicaciones y las ciencias cognitivas. Tecnologías que funcionaban independientemente han aumentado de una manera muy notable su interrelación y ya no se ve el desarrollo de cada una de ellas por separado. Sus interconexiones están cambiando el mundo y provocan una auténtica revolución en campos tan distintos como la comunicación, el transporte, la industria, la medicina, la educación y el arte.
La posibilidad de que las mencionadas tecnologías interrelacionadas de forma intensa produzcan cambios sustanciales en la fisiología e inteligencia del hombre, no cabe la menor duda. Pero sería deseable que conocimiento y sabiduría se dieran la mano, ya que como individuos somos mortales, pero como especie tal vez seamos inmortales.