Complejidad

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“LOS POLÍTICOS TITUBEAN ANTE LA COMPLEJIDAD DE LOS PROBLEMAS ECOLÓGICOS Y LLEGAN AL PÁNICO ESCÉNICO CUANDO NO TIENEN RESPUESTAS ANTE LOS ELECTORES, DE AHÍ LA IMPOPULARIDAD DE ESTOS ASUNTOS”

Es cierto que el presidente Zapatero naufragó cuando en el último debate del Estado de la Nación trató de explicar las cifras del programa AGUA, que sustituye en parte al Plan Hidrológico del Partido Popular. En ningún otro asunto se le vio tan inseguro. Y es que el entendimiento y, aún más, la explicación de las cuestiones ecológicas o ambientales tienen enormes dificultades, incluso para un presidente del Gobierno con la chuleta delante y la ministra del gremio de frente, sufriendo porque no puede sacarle del apuro. Siempre he pensado que esa complejidad es una de las causas que explica el escaso arraigo en la conciencia popular de estos problemas. Si de la escasez de agua se trata, por ejemplo, seguimos pensando que nuestra contribución a la causa no va más allá de regular la cisterna para que las descargas sean menores, que no está nada mal, por cierto. De manera que, cuando los expertos establecen diferencias entre la sequía meteorológica (falta de precipitaciones) y la sequía hídrica (situación de las reservas embalsadas), también nosotros estamos al borde del naufragio.

Algunas claves se han dado ya en esta columna para demostrar la rancia prosapia de la cultura ecológica, que podemos rastrear sin demasiado esfuerzo a lo largo de los dos últimos siglos, pero más allá de la Universidad, de algunos sectores profesionales y de pequeñas minorías más o menos organizadas, la sociedad (¿también los políticos?) sigue al margen, atrapada en una temerosa pereza que ni los psicólogos son capaces de explicar.

En medio del agobio hídrico o meteorológico, que también presagia una mala temporada de incendios forestales, nos enteramos de que las emisiones de CO2 se han disparado de nuevo (sobrepasamos en más de un 30 % las exigencias del Protocolo de Kyoto), entre otras razones, porque las centrales hidroeléctricas se resienten por la falta de agua, y hay que tirar de instalaciones más contaminantes. Hubo un día en que los parques eólicos aportaron casi 7.000 megavatios, pero al siguiente se quedaron en 1.000. Para colmo, continúa creciendo el consumo energético (¿habrá apagones este verano como el que estuvimos a punto de sufrir el pasado mes de febrero?) y las carreteras están a tope de coches y camiones, con situaciones puntuales especialmente conflictivas, como bien se demostró en el ya célebre puente de mayo, cuando Madrid se tiró a la carretera en dirección hacia las zonas costeras y se produjo un atasco antológico.

Complejidad, insisto, pero no sólo por las dificultades para entender desde un punto de vista científico o técnico los procesos ecológicos y su intrincada interdependencia, sino también porque las administraciones que deben gestionarlos están sobrepasadas. Demos por sentado que hay que construir más embalses, más trasvases, más carreteras, más hoteles, más de lo que sea. Vale. ¿Pero, no intuimos ya algunos límites? Incluso en el supuesto de que se lograra un reparto equitativo del agua (¿sólo del agua?), la disponibilidad real es la que es. Tampoco parece sensato seguir el ritmo actual de ocupación del suelo, otro bien finito. Respecto al tráfico de vehículos, ¿cuántas carreteras más habría que construir para evitar los atascos de un puente o de un fin de semana?

Varias décadas han pasado desde que el Club de Roma se planteara estos mismos interrogantes en aquel célebre informe sobre los límites del crecimiento elaborado por sabios nada radicales. Estamos como entonces. Los políticos y la sociedad en general siguen creyendo ilusamente que todas las demandas podrán ser satisfechas.

A propósito del ya citado atasco de mayo, el director general de Tráfico, Pere Navarro, se atrevió a decir lo que ya dicen otros muchos expertos en la materia: a más carreteras, más coches. Y en todo caso, se preguntaba, ¿habría que construir nuevas vías sólo para determinados días del año? Zapatero fue más cauto, sin embargo y, aparte de expresar su solidaridad con los afectados, aludió al Plan de Infraestructuras como panacea, porque a día de hoy, ni el presidente socialista, ni el de ningún otro partido, se atreven a cambiar el discurso y prefieren seguir creyendo y haciéndonos creer que tienen soluciones para todo. ¿Cabe desde la política un discurso distinto? ¿Quién se atreverá a pronunciarlo? ¿Dónde están los gestores de la nueva austeridad? Los políticos titubean ante la complejidad de los problemas ecológicos y llegan al pánico escénico cuando no tienen respuestas ante los electores, de ahí la impopularidad de estos asuntos, que generan temores sin cuento y apelan a conciencias, a conductas, a hábitos de vida que no estamos dispuestos a cambiar. Es lógico, por tanto, que todos sentimos la misma desazón. Yo, también.

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