Cambiar el mundo

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Hace apenas unas semanas abrí una cuenta en Twitter, y la verdad es que lo hice sin demasiado entusiasmo, casi por insistencia de un amigo que me ubicó desconsideradamente en la llamada generación del dedo gordo, o sea, el pelotón de los torpes y escépticos de la sabiduría digital. Bueno, ahí estoy, tratando de compartimentar mis pensamientos en 140 caracteres. Ya sé que las redes sociales no están hechas, precisamente, para el pensamiento profundo (no quiero decir que no quepa en ellas ni que los míos lo sean), sino más bien para la píldora informativa, la charcutería sexual, el cotilleo y otros divertimentos con los que, a veces, ¡ay!, aliviamos tremendas soledades. Dicho lo cual, no es menos cierto que mucha gente se esmera con frases atinadas cargadas de buenas intenciones y con denuncias de atropellos individuales o colectivos que la crisis ha multiplicado por mil. ¿Qué va a
ser de nosotros cuando descubramos que 10 millones de frases ingeniosas en Twitter no cambiarán el mundo? ?Y cómo se cambia el mundo se/me preguntarán ustedes? Yo tampoco lo sé.

La crisis que se han inventado para el sur de Europa (no acepto el cínico argumento de la culpabilidad colectiva) está arrasando con todo, también con los avances de las últimas décadas en las políticas ambientales y en la cultura ecológica en
general. De hecho, las referencias a estos asuntos han desaparecido prácticamente de los discursos políticos, de las declaraciones institucionales, de las prioridades de la gente (ni aparece en las encuestas del CIS) y, casi diría, de los medios de comunicación convencionales (los pocos que quedan), cuyo hueco no ha sido cubierto de modo eficiente hasta la fecha por las infinitas plataformas de Internet. Incluso las organizaciones ecologistas, menguadas de presupuestos, están más apagadas que nunca. Todo ello ocurre en los bordes de la primera década del siglo XXI que, decíamos ayer, sería el siglo de la ecología o no sería. Parece que no será.

“LA CRISIS QUE SE HAN INVENTADO PARA EL SUR DE EUROPA ESTÁ ARRASANDO CON TODO, TAMBIÉN CON LOS AVANCES DE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS EN LAS POLÍTICAS AMBIENTALES Y EN LA CULTURA ECOLÓGICA EN GENERAL”

“España no puede aguantar cinco millones de parados sin reventar por algún sitio”, vaticinan ciertos analistas. ¿Que no? Vamos camino de los seis y subiendo. Han estallado por todo el país numerosos conflictos (¿alguien podría imaginarse que los médicos marcarían la pauta movilizadora?), pero la situación parece controlada. El miedo nos atenaza. El miedo y la falta de alternativas. Se destruyen millones de puestos de trabajo en apenas unos meses y nadie sabe cómo compensarlos, más allá de la cantinela digital que contribuirá lo suyo, nadie puede negarlo, pero no va a sacarnos del apuro. ¿Dónde están esos nuevos yacimientos de empleo de los que hablan los expertos? ¿Qué pasa cuando los puestos de trabajo se destruyen por millares y se crean por decenas en el mejor de los casos? Los organismos internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, etcétera) y los propios departamentos de estudios de los bancos españoles solo saben elaborar informes para advertirnos de que el futuro será peor, sin ideas, sin propuestas. Puro artificio para llevar al agua a su sardina.


Mientras escribo este artículo, me llega por Twitter la última propuesta de EQUO, un partido ecopolítico sin representación parlamentaria en las últimas elecciones generales (comparte escaño con un diputado de la Comunidad Valenciana), para generar empleo. Citan en primer lugar las energías renovables, seguidas de la rehabilitación de edificios, la gestión de residuos, la movilidad sostenible, etcétera. Coincidiendo con este informe, Red Eléctrica de España (REE) dio a conocer un dato espectacular: el 16 de enero de 2013 la producción eólica alcanzó 345.000 MWh, superando en más de 10.000 el anterior récord. Sin embargo, la construcción de parques eólicos está totalmente paralizada, al igual que ocurre con las que han creado miles de puestos de trabajo y que, como ya he escrito aquí, han contribuido como ninguna otra iniciativa a la buena imagen de España en el exterior, han desaparecido del mapa. Confío en que no se desmantele lo ya construido.

Hemos tenido recientemente una Spanish Revolution (el movimiento de los indignados) heredera en parte del movimiento antiglobalizador del que ya nadie se acuerda. Desde el mayo del 68 hasta la fecha no hemos dejado de inventar revoluciones, entre otras la revolución ecológica, de la que algunos esperábamos sinceramente mayor capacidad en el diseño del futuro, pero nada invita a pensar que así sea, al menos en el corto plazo. Andamos enredados mientras tanto en la revolución digital, la penúltima, que ha suscitado expectativas sin cuento. Ya veremos. Después de la II Guerra Mundial, en Europa y en los países desarrollados de otros continentes ha habido aportaciones transformadoras importantes en numerosos ámbitos de la vida tanto públicos como privados, pero el resultado final es el que es, claramente decepcionante. De manera que, al menos de momento, no quiero más revoluciones. Me conformaría tan solo con algunos cambios de fondo que nos liberen de esta pesadilla y eviten otra mayor, porque quien marca ahora la pauta en Europa ya la ha marcado en otras ocasiones históricas y nunca ha sido para bien. A ver si renunciamos a la revolución y nos hacen otra guerra.

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