Que el mundo fue y será una porquería,
ya lo sé...
¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos, ...
La letra continúa, como continúa el discurrir del tiempo y los avatares de la humanidad. Con sus diferencias y peculiaridades, en este siglo no hemos llegado a guerras mundiales, si se puede apuntar que su comienzo no deja de ser un cambalache más. Pesimistas y optimistas, con relación al progreso de la especie humana, confrontan sus opiniones más que nunca en las plazas tomadas. Las visiones de futuro nunca han estado más borrosas. Nadie se atreve a vaticinar nada. Ahora todo puede cambiar al dictado de un twitter y de una nueva especulación contra las deudas públicas.
Si una de las claves del progreso humano reside en el intercambio de ideas y bienes, no parece que vayamos desencaminados a pesar de los profundos desajustes. La revolución informática no hace más que intensificar ese contacto.
«El mundo está volviendo a formarse de abajo arriba», dice Matt Ridley en su libro El optimista racional. Este será, para el autor de Genoma, el gran tema de este siglo. «El paso a un mundo global traerá sin duda muchas pesadillas pero también individuos libres para asociarse temporalmente con objeto de colaborar, compartir e innovar».
¡Siglo veintiuno cambalache problemático y febril!…
Pero ¿qué es el concepto de abajo arriba para Ridley?, ¿qué traerá un mundo conectado en red? Él pone algunos ejemplos demasiado obvios. Los médicos se tendrán que acostumbrar a pacientes bien informados, los medios de comunicación, a dejar que su público elija el talento que los entretendrá, los ingenieros compartirán los problemas para buscar soluciones, los políticos se tendrán que someter cada vez más a la opinión pública, los dictadores están aprendiendo que sus ciudadanos pueden organizar disturbios a través de mensajes de texto. Las masas en red tienen una oportunidad increíble para compartir, dice Kevin Kelly.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseaos...
¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
El optimismo de Ridley no le lleva a olvidar otras posibilidades. «Hay incluso una razón para caer en el pesimismo: la naturaleza integrada del mundo implica que probablemente pronto será posible capturar el planeta entero en nombre de una idea insensata, mientras que antes solo era posible capturar un país o con suerte un imperio». Confiemos que no sea así.
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor! …
Hay que atreverse a ser optimistas, dice el autor, que ha intentado, con todos los datos posibles, argumentar en su libro que el mundo no ha ido a peor. Para él, en el futuro será difícil sofocar la llama de la innovación, simplemente porque es un fenómeno que emerge desde abajo en un mundo interconectado.
El ser humano pondrá siempre en juego sus dramas, sus ilusiones, lo bueno y lo malo de su naturaleza. Discriminar el grano de la paja informativa seguro que nos dará algún quebradero de cabeza. Y si no sucede, siempre habrá agoreros que nos recuerden lo mal que nos va todo, a pesar de que posiblemente no sea así.
Por ello, el pensamiento alentador de Matt Ridley no deja de ser atractivo y hasta cómico: «No teman al futuro, un futuro lleno de artilugios tecnológicos, no teman por cosas como la superpoblación o los alimentos transgénicos, ese futuro será mejor y lo será para todos». En estos momentos cuesta asumir fácilmente este axioma. Demasiado cambalache, demasiada fiebre y demasiados problemas. Así que vamos a seguir ayudándonos con las palabras del autor de Qué nos hace humanos: «El genero humano seguirá expandiendo y enriqueciendo su cultura a pesar de los obstáculos… El siglo XXI será una época maravillosa para estar vivos. Atrévanse a ser optimistas».