Biología de los sentimientos

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La película Mar adentro, de Alejandro Amenábar, reabrió el debate sobre la eutanasia, como suele hacerse en nuestro país, con mucho ruido, pocas nueces y menos sustancia. La famosa película, premiada en Hollywood, ni mejor ni peor que otras, provocó una enorme catarata de artículos en las páginas de los diarios, y acercó el gran público a los principios de la bioética. Un año después parece que ya casi está olvidada.

La posibilidad de clonar seres humanos es otro de los aspectos más polémicos de las últimas investigaciones científicas, aunque por ahora la cosa ha quedado, por mor de un avispado científico coreano, en “biomentiras”. Los avances de la ciencia en materia de biología están provocándonos una incómoda sensación de vértigo, de que estamos yendo demasiado lejos, cuando todavía nos falta un conocimiento más cabal de nuestras sociedades. ¿Podemos asimilar tantos avances científicos o estamos abocados a un “sorpasso” de la ciencia y la tecnología sobre nuestras capacidades sociales de absorción y manejo de tales avances?

Se impone retornar a Spinoza, como nos recomienda el prestigioso neurobiólogo portugués Antonio Damasio, último premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Damasio se dedica a la investigación de cuestiones afectivas que hasta hace poco se hallaban más allá del campo de la neurociencia, en manos de la filosofía. Una de las grandes tradiciones filosóficas, no muy frecuentadas por otra parte, es la que nos propone el profesor portugués en su obra En busca de Spinoza. En su Ética, Spinoza afirma que “cada criatura, en cuanto está en ella, se esfuerza en perseverar en su propio ser”. A este esfuerzo, Spinoza lo llama “conatus”, que se puede traducir por esfuerzo o empeño. Así “el empeño o conatus mediante el que cada criatura se esfuerza en perseverar en su ser no es otra cosa que la esencia real de la criatura”. ¿Qué sentimientos puede tener una persona, como el protagonista de la película mencionada, para querer poner fin a su vida?

Para Spinoza hay tres sentimientos básicos: la alegría, la tristeza y el deseo. La combinación de ellos dan singularidad a la arquitectura de las pasiones humanas. De estos tres sentimientos, o “afecciones”, en palabras de Spinoza, el más poderoso es el deseo, “pues es la esencia misma del hombre”. Spinoza es un monista. Para él, sólo existe el cuerpo, con su potencia mayor o menor en el obrar, según el sentimiento sea de alegría o de tristeza.

Castilla del Pino, en su Teoría de los sentimientos, encuentra cinco descripciones de temas actuales de la neuropsiquiatría: la distorsión del sentido de la realidad, la nacionalización como forma de salvarse el sujeto, el deseo de destrucción del objeto en el odio, la teoría de la pérdida del objeto amado, es decir, la dinámica del duelo y los dinamismos de defensa, la ambivalencia, el narcisismo, etc.

Spinoza es una fuente inagotable de sugerencias para la neurobiología. Su discurso geométrico le confiere a su obra una gran precisión y belleza. Antonio Damasio nos propone un recorrido por la obra y la vida de este singular judío holandés, en un libro cuyo rigor científico no está reñido con la claridad y la amenidad.

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