Aquel hombre

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«AQUEL HOMBRE PUBLICÓ EN 1905 CINCO TRABAJOS DE INVESTIGACIÓN QUE CAMBIARON EL MUNDO, HASTA EL PUNTO DE QUE ESE AÑO SE CONSIDERA EL MÁS PRODIGIOSO DE LA HISTORIA DE LA FÍSICA”

Aquel hombre era un pacifista que sentó las bases de la energía nuclear y apoyó el desarrollo de la bomba atómica. Un mal estudiante que devino en el mayor genio del siglo XX y quizás de la historia. Un niño que preocupaba a sus padres porque no empezó a hablar hasta los tres años bien cumplidos. Un heterodoxo que se cuestionaba por principio los axiomas al uso, pero acabó estableciendo los paradigmas de la física moderna.

Aquel hombre era un humilde empleado de una oficina de patentes que no había sido capaz de promocionar a un puesto superior porque sus jefes no lo consideraban especialmente brillante. Un enemigo del principio de autoridad que devino en la mayor autoridad de su tiempo. Un sionista que declinó presidir el estado de Israel. Un ateo que no dejaba de citar a Dios. Un hombre preocupado por la concordia que no fue capaz de mantener unida su familia.

Aquel hombre no estaba atado por los esquemas académicos que guiaban a los científicos de su época. Alguien capaz de plantearse preguntas supremas y de aplicar a su resolución una mentalidad que él mismo calificaba de infantil. Un soñador que se imaginaba viajando montado a horcajadas de un rayo de luz, asomándose a un tren cósmico o deslizándose en un ascensor a velocidades astronómicas. Que inauguró una nueva forma de crear ciencia a partir de experimentos mentales. Un pretendiente a investigador que vio postergada varias veces la aprobación de su tesis doctoral.

Aquel hombre contrarió las creencias de la época, relativizando la validez de la teoría gravitatoria de Newton, al tiempo que reivindicaba la concepción de la luz de éste, considerada errónea en aquel momento. Alguien que creyó en los cuantos de energía formulados por Max Planck en 1900, cuando ni siquiera éste los defendía. Un hombre humilde que abrió el camino de la física cuántica, pero se desmarcó de ella cuando sus colegas la desarrollaron hasta sus últimas consecuencias. Una persona vista como un revolucionario de la ciencia, aunque él se consideraba el último representante de la física clásica.

Aquel hombre decía que si un científico era incapaz de explicar su trabajo a un profano era que no lo entendía realmente ni él mismo, pero que no consiguió que sus teorías las entendiese casi nadie. Encandiló las mentes de sus contemporáneos con ideas como la relatividad del tiempo y del espacio, pero consiguió la fama mundial por un experimento que no realizó y que, en realidad, no llegó a hacerse con suficiente fiabilidad.

Aquel hombre fue visto con sospecha por muchos estamentos de la ciencia de la época, como la Academia sueca, que tardó muchos años en otorgarle el Premio Nobel, lo hizo una sola vez, cuando era un clamor que al menos habría merecido otros tres, y se le concedió por una aportación menor. Pero sus trabajos sentaron las bases de decenas de investigaciones que consiguieron el galardón posteriormente.

Aquel hombre se consideraba un científico básico, dedicado a desentrañar complejas cuestiones como la forma del universo, el comportamiento de la luz, la composición del mundo físico o la existencia de exóticos estados de la materia en condiciones extremas, pero sin proponérselo hizo posible el ordenador, el láser, el GPS, la televisión moderna, la energía nuclear, los discos ópticos (CD y DVD), los lectores de códigos de barras, los sensores fotoeléctricos, las células fotovoltaicas, el transistor y prácticamente todos los artilugios que la tecnología moderna pone a nuestra disposición. Aquel hombre se consideraba un mal matemático, que en cuestiones de números se valía de la ayuda de sus amigos, especialmente su compañero de estudios Michele Besso, pero formuló la ecuación más famosa de la historia E=mc2.

Aquel hombre era en el fondo un inseguro, que descubrió sin querer que el universo estaba en expansión, elemento esencial de la actual concepción del origen y evolución del cosmos (la teoría del big-bang), pero se inventó una “constante cosmológica” para evitarlo. Cuando se supo que, efectivamente, el universo estaba en expansión, calificó su constante como el mayor error de su vida, sin sospechar que años después la idea sería reivindicada para explicar la “energía oscura” del universo.

Aquel hombre era un ambicioso, que dedicó los últimos veinte años de su vida a tratar de encontrar una teoría que unificase toda la física y vio frustrado su objetivo. Pero la idea sigue alentando a numerosos teóricos de todo el mundo, que persiguen alcanzar lo que el gran genio no consiguió.

Aquel hombre publicó en 1905 cinco trabajos de investigación que cambiaron el mundo, hasta el punto de que ese año se considera el más prodigioso de la historia de la física y que, un siglo después, han merecido que el mundo entero celebre el aniversario por todo lo alto. Le habría bastado para pasar a los anales con todos los honores, pero siguió trabajando y, diez años después, dio a la luz su trabajo más asombroso y celebrado, la teoría general de la relatividad. Aquel hombre contradictorio pero incontrovertido se llamaba Albert Einstein.

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