A vueltas con el clima

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“TODAVÍA NO CONOCEMOS LO BASTANTE BIEN EL COMPLEJÍSIMO FUNCIONAMIENTO DEL CLIMA TERRESTRE Y EXISTEN VARIABLES QUE PUEDEN ALTERAR DE FORMA SUSTANCIAL EL DEVENIR REAL DEL CLIMA DE NUESTRO SIGLO”

Hay términos cotidianos tan familiares que todo el mundo cree conocer su significado, que encierran mil equívocos, matices, vericuetos semánticos que inducen a frecuentes errores, incluso entre muchos supuestos expertos que los manejan con soltura. Con frecuencia se trata de conceptos científicos, lo cual resulta paradójico, porque precisamente una de las características que debería tener el lenguaje de la ciencia es la exactitud de las definiciones.

La palabra que hoy convoca mis reflexiones, «clima», es un concepto difícil de aprehender. Se relaciona con magnitudes medibles, como la temperatura, las precipitaciones o los vientos, pero se transforma en una descripción vaga y manipulable, ya que es un ejercicio estadístico a partir de datos irregulares e incompletos, que exigen un mínimo de 30 años para ser formulados.

La palabra ha estado de moda constante casi desde siempre, pero el interés que suscita se ha visto incrementado en los últimos años, y especialmente en los últimos meses a raíz del IV Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), que recoge previsiones más alarmantes que las de los informes previos (el primero data de 1990): subidas de la temperatura media mundial de entre 1,9 y 4,6 ºC de aquí a final de siglo (que en el caso de España serán de entre 4 y 7 ºC), extinción del 30% de las especies, subidas del nivel del mar cercanas al metro, con la consiguiente inundación permanente de numerosas zonas costeras…

Por el momento, los síntomas avalan la preocupación y exigirían afrontar reformas profundas en nuestro modelo socioeconómico actual. La sucesión de años muy cálidos durante los noventa y el presente decenio va más allá de una anomalía de las que caracterizan el ciclo climático, y las respuestas naturales al presunto cambio global en el que estamos inmersos, como la floración cada vez más temprana y el derretimiento de glaciares, empiezan a dar testimonio de él.

Lo que no es de recibo es la interpretación que de estos datos y previsiones (que no predicciones) realizan algunos. Ni cabe achacar cada desastre natural a ese presunto cambio climático ni pueden hacerse aseveraciones tajantes sobre lo que aún nos queda por sufrir en el futuro, próximo o lejano. Los medios de comunicación se empeñan en decir que viene el lobo con cada huracán, cada año de sequía, cada inundación, cada granizada… y en aras de una necesaria concienciación se emiten mensajes supuestamente basados en comprobaciones científicas que desgraciadamente hoy por hoy nadie puede realizar.

Todavía no conocemos lo bastante bien el complejísimo funcionamiento del clima terrestre y existen variables que pueden alterar de forma sustancial el devenir real del clima de nuestro siglo. Existen modelos diferentes para los pronósticos realizados a partir de los modelos vigentes y el IPCC utiliza varios de ellos para formular ese consenso que emite en forma de periódicos informes. Pero los mismos expertos que los suscriben son conscientes de las lagunas que tienen. Se trata de las mejores previsiones que podemos realizar, pero sabemos que no son predicciones en el sentido mecanicista del término. Por ejemplo, desde hace unos años los modelos recogen consecuencias imprevistas en los primeros informes del IPCC, como la paradoja de que el calentamiento global provoque un enfriamiento en buena parte de Europa (pero no en España) al alterarse el sistema termohalino, la gran corriente oceánica que recorre el planeta entero y redistribuye el calor. Esto no debe interpretarse como una negación del fenómeno, sino como una reivindicación de las inmensas incertidumbres que aún tenemos. Como dice Luis Balairón, director del Departamento de Clima del Instituto Nacional de Meteorología es pañol y miembro del IPCC, sabemos que hemos tropezado y nos estamos cayendo por una escalera pero no sabemos aún si nos vamos a matar, a romper un brazo o a salir milagrosamente con apenas unos rasguños.

El mensaje apocalíptico puede ser eficaz, pero tiene el inconveniente de provocar rechazos entre los que sí saben. Hay que saber conjugar una información más rigurosa con una descripción más realista de lo que sabemos de las causas, efectos y remedios del fenómeno. Y no contribuye precisamente a esta información la labor que está desarrollando el que fuera vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, con la película que ha realizado y la gira misionera que está realizando por todo el mundo. Puede suscitar concienciación, pero también está contribuyendo a generar confusión y desinformación. Quizá es la costumbre que tienen los políticos (aunque no son los únicos) de enviar mensajes claros, concisos, breves y contundentes, lo cual rara vez coincide con los que proclaman los científicos, que son, o deberían ser, matizados, prolijos y llenos de incertidumbres, especialmente en temas tan inconclusos como éste.

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