La química del amor

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La antropóloga estadounidense Helen Fisher nos explica en su obra ¿Por qué amamos? (Ediciones Taurus, 2004) las claves químicas del amor. Lo hace de manera científica, tras estudiar con resonancia magnética los cerebros de más de 800 voluntarios de diferentes razas, sexos y condiciones, entre las que suponemos las de enamorados o indiferentes al amor. Según Fisher, el amor es pura química, una interacción de sustancias en el cerebro, y muestra que los sentimientos humanos están escritos en la biología, mientras que la cultura juega un papel secundario.

En las imágenes de resonancia magnética observó que a los enamorados, cuando miran, suponemos que con arrobo, una foto de la persona amada, se les ilumina de color amarillo brillante y naranja ciertas partes del cerebro, responsables del enamoramiento. Al mismo tiempo, la dopamina no les deja concentrarse en menesteres más prosaicos, se les distorsiona el circuito serotoninérgico, auténtico calvario de los depresivos, y, en fin, el camello que todos llevamos dentro de nuestro cerebro les suministra toda clase de anfetaminas y otras sustancias adictivas con las que los humanos mortales nos drogamos habitualmente. O sea que la pasión amorosa es lo más parecido a un colocón, y la culpa, como cantaba Gabinete Caligari, no era del cha-cha-chá.

Somos química y suponemos que física, pues el acto amoroso implica también movimientos, convulsiones, espasmos y otras actividades de carácter mecánico. En todo caso, malos tiempos para la lírica, que no puede competir con las prestigiosas explicaciones de la ciencia, la tecnología y la publicidad.

Sin embargo, para los estudiosos de la literatura y de la historia, el amor pasional o romántico es una creación artística y social del siglo XVIII, y tiene su antecedente en el amor cortés, de origen medieval y provenzal. Los sociólogos nos han explicado, con su habitual lenguaje seco y árido, que las relaciones amorosas insertas en el entramado social. Desde el autor de las Cantigas de amigo hasta Gil de Biedma, en versos libres o encadenados, los poetas han intentado desvelar el misterio y la magia de la pasión amorosa. Palabras, palabras, palabras. Por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, a la explicación sobre la pasión amorosa le faltaba precisamente eso. Pero ya la tenemos, digitalizada, y es de color amarillo brillante y naranja.

Creo que fue Stendhal el primero que utilizó la expresión “amor pasional”. En su novela Rojo y Negro, nos advertía de los peligros de dejarse arrastrar por las turbulencias de las pasiones, pero no escarmentamos. O quizá es que no nos convencen argumentos tan poco científicos. Nos tranquiliza pensar que las razones del amor y el desamor están en la química. Sin embargo, esta historia que comienza como un mero asunto químico, bien puede terminar escrita con fría prosa procesal en los juzgados. Por mucha química que le echemos al asunto, las desilusiones de las pasiones amorosas acaban en cantigas de escarnio e maldecir, es decir, en literatura.

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