Discretos y prudentes

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Desde hace algún tiempo, estamos publicando en nuestra Técnica Industrial una serie de opiniones en forma de artículos con el claro objetivo de hacer llegar a los compañeros unos conceptos que coinciden en general con el pensar de la Junta Ejecutiva en relación los asuntos más actuales de nuestra profesión.

Aunque éste es el planteamiento, sin embargo no vayáis a pensar que estos escritos son fruto de una mesa redonda, o de reflexiones muy meditadas. Nacen de la espontaneidad del momento colectivo de la ejecutiva y de mi osadía redactora. Hay algunos compañeros que invariablemente, con el cariño sincero que les caracteriza hacia mi persona, son enormemente críticos, y no dudan en decirme que soy mal articulista, pero que se me entiende perfectamente. Objetivamente, aseguro que esto es satisfactorio, y gracias en todo caso a los gruesos retoques que me hacen los extraordinarios responsables de nuestra revista.

La verdad es que cuando alguien se va haciendo mayor, como es mi caso, no hay nada más placentero que mirarse al espejo cada día y aceptarse con todas tus limitaciones. Para justificar mi autoestima, me digo que otros lo hacen peor y encima se llaman "políticos", profesión para la cual no se requiere titulación alguna, sino tan solo figurar en una lista cerrada, o incluso ni eso.

Bien, pidiendo disculpas por esta pequeña personalización y rogando perdonéis mis pocas habilidades redactoras, quisiera ser siempre transparente y además compartir en esta ocasión tres percepciones presentes en nuestro trabajo de cada día en nuestro Consejo General.

Baltasar Gracián en su Oráculo y Arte de la Prudencia decía lo siguiente: “Malo es no teniendo palabra buena, no tener obra buena; peor no teniendo palabra mala, no tener obra buena: Ya no se come de palabras, que son viento, ni se vive de cortesías, que es un cortés engaño”.

Apuesto por la discreta palabra y obra buena, con lo que se supone que Gracian estaría de acuerdo dentro de sus normas de prudencia, y además estoy de acuerdo con que no
se vive de cortesías, siendo por otra parte un apasionado de la vida de Hernán Cortés.

“POSIBLEMENTE LA IMPRUDENCIA DOMINA EN EL COMENTARIO DE ESTA OCASIÓN, TAL VEZ PORQUE ESTOY TAMBIÉN CONVENCIDO COMO GRACIAN DE QUE «LA VASIJA QUEBRANTADA ES LA QUE NUNCA SE ACABA DE ROMPER»”

En nuestro esfuerzo para conservar nuestro trabajo y garantizar un futuro digno para nuestra profesión, es obvio que hay que trabajar para mantener lo que tenemos y, si es posible, mejorar nuestro futuro. Entiendo que lo que acabo de decir es una ambigüedad, pero creo que sin ser un experto de la palabra no es necesario dar muchas más explicaciones. Es algo tan claro que debería ser uno de los grandes objetivos de nuestros colegios, además de muchos otros que nos señala la Ley.

Pues algo tan sencillo y elemental como esto, al parecer no lo entienden algunos responsables de nuestros asuntos, y no vayáis a pensar que hablo siempre por elevación. Ocurren estos problemas a muchos niveles incluso de compañeros no vinculados a nuestras Instituciones; no dudan en decir y hacer cosas contrarias al interés general de la profesión y lo aprobado democráticamente en nuestras Instituciones de carácter provincial, regional o estatal. Su ego y soberbia intelectual no los hacen recatados en comentarios públicos, puesto que quieren dar testimonio de su parcialidad, sectarismo político (con mayúsculas), o vaya usted a saber qué interés personal. Por otra parte, la tierra quemada forma parte de la estrategia de estas personas, a quienes no les importa dejar desoladas ciertas parcelas de la profesión porque en dos días ya no tienen que ver con nosotros o se jubilan de estas confrontaciones. No hay que confundir la libertad de expresión que defendemos, con la aparición pública de nuestras opiniones fragmentadas.

Alguien puede pensar que no es bueno hablar con medias palabras, y estoy de acuerdo con ello. Las otras medias las guardo para ocasión más solemne y no quedarán perdidas.

Otro tanto ocurre con ciertas instituciones profesionales de carácter nacional, ajenas a la nuestra, pero con las que inevitablemente hay que convivir. Éste es un problema mucho más complejo, puesto que si es difícil mantener el espíritu tribal propio, asunto ya tratado en nuestra revista, hay además un viejo substrato de centralismo que solo atiende a determinados intereses (a veces inocentes), y queda muy lejos la periferia geográfica de la capital del Reino.

Por último, no sé si es con desprecio o con temor, como se trata a las instituciones profesionales en España. En unos casos con carácter nacional y en otros con carácter autonómico. Bien es cierto que hay excepciones, y donde existe esa suerte, suele coincidir con unos estamentos avanzados, democráticos, transparentes y conscientes de que todos somos necesarios para sacar adelante el desarrollo económico y social del país. En estos días estamos profundizando si somos sociedad civil o agentes sociales, o ambas cosas. No es una reflexión baladí: ya hablaremos de ello.

En nuestra institución, el Consejo General, además de nuestros problemas cotidianos, nos preocupan también todas estas cuestiones. Estamos seguros de que en la medida que se vayan corrigiendo nuestros problemas esenciales iremos profundizando en estos asuntos sobre los que ya trabajamos.

Posiblemente la imprudencia domina en el comentario de esta ocasión, tal vez porque estoy también convencido como Gracián de que “la vasija quebrantada es la que nunca se acaba de romper”. Por otra parte también es evidente que hemos sido discretos. Probaremos lo contrario en otro día.

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