ALBERTO PORTERA

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Érase una soleada y cálida mañana de febrero. Florecían, adelantándose a la primavera, los primeros almendros de la urbanización madrileña en la que está situada Mataborricos-2, la residencia familiar del doctor Alberto Portera Sánchez (Caspe, Zaragoza; 1928). Este neurólogo y humanista, gran admirador de sus paisanos aragoneses Francisco de Goya y Santiago Ramón y Cajal, ha consagrado su vida al estudio del cerebro, “que siempre será el órgano más complejo y enigmático del ser humano”, y su relación con el proceso de creación artística. Apasionado hasta la médula por las bellas artes, especialmente por la pintura, considera que “el observador sensible al arte jamás actúa como un sujeto pasivo y sin él, el arte no perduraría ni se enriquecería”. Su verbo, al tiempo que cadencioso, es como un torrente que susurra, acaricia y mantiene vivo al interlocutor.

“SIN UN CEREBRO OBSERVADOR,
EL ARTE NO PERDURARÍA NI SE ENRIQUECERÍA”

¿Se podría inferir que la creación artística no trascendería sin un cerebro que captase las misteriosas vibraciones que emanan del objeto admirado? Claro. Yo siempre digo, por ejemplo, que Velázquez pintó Las Meninas para mí y que Giotto incorpora nuevos elementos al Renacimiento para mí, como la desacralización de la pintura. El observador participa en la construcción conceptual de la obra de arte, al incorporar nuevos elementos que la mente evoca. Todo el proceso se desarrolla sin interrupción en el cerebro de quien analiza la obra, que alcanza una privilegiada y merecida categoría en el mundo de la creación artística. Quien tiene la fortuna de experimentar sensaciones placenteras durante un encuentro con una obra de arte está dotado de un instrumento que enriquece y da más sentido a su vida, a la vez que hace que sea más disfrutable. Esta envidiable sensibilidad del espectador debe considerarse equivalente en su calidad e intensidad a la capacidad de crear del artista. En el arte, las estructuras se miden con unidades pasionales o emocionales, totalmente personales, y nacen de la percepción de algo que desemboca en una fuerza atractiva y placentera. Las sensaciones en el espectador cautivado producen una felicidad pura, tras un salto de lo físico a lo subjetivo. Es entonces, en ese misterioso y venturoso instante, cuando se inicia la apreciación mental de la belleza del arte y lo que hace que éste perdure.

El genial Leonardo Da Vinci ya dijo en el Cinquecento que “la pintura es cosa mental”. Durante el ejercicio metodológico del pensamiento se generan otras funciones mentales, como sentimientos, creencias o intuiciones, que no son mesurables ni racionales y que, sin embargo, ejercen una gran influencia en la estructuración del conocimiento humano. Si la pintura es capaz de crear emociones en las personas sensibles, el lenguaje inscrito por el artista es percibido por el observador y, así, el encuentro estético queda completo. Sin estas condiciones, incluso las más grandes obras de arte permanecerían mudas, y el encuentro estético sería casual y efímero. La pintura es demasiado bella y necesaria como para empezar y acabar en los pintores. La variedad de valores que el artista refleja en la obra se enriquecen y multiplican al ser compartidos e interpretados por el observador sensible.

Pero, ¿qué distingue a la obra de arte de aquella otra que no llega a alcanzar esa categoría? Una creación artística no siempre consigue el fin para el que, supuestamente, ha sido creada: ser observada, y despertar emociones y deleites estéticos. Para que el observador la califique de buena es necesario que sea sometida a una serie de análisis y experiencias que produzcan placer y satisfacción en una mayoría, y que se perpetúe en el tiempo.

¿Se diría entonces que deben coincidir de algún modo los procesos mentales de creación y percepción estéticas? La concentración en la creación artística es un descubrimiento y una aventura. Es también una secuencia, por lo general automática, en la que el observador sigue una complicada senda mental donde intervienen funciones cognitivas y emocionales. Resulta interesante observar que la capacidad de reaccionar ante lo bello se basa, posiblemente, en una facultad innata que se inicia en la infancia y que, gracias a un entrenamiento en el que participa el conocimiento, se va incrementando con la edad.

¿Esto sugiere que el creador y el espectador de la obra de arte nacen y se hacen? Claro, ambos nacen y deben estar en un ambiente favorable que propicie la creación y la observación, respectivamente, de algo bello. Digamos que la genética aporta las estructuras mentales indispensables. La participación de mecanismos mendelianos y darwinianos podría sugerir que los factores genéticos y evolutivos condicionarían cierto determinismo, y limitarían la capacidad de creación en el artista y el grado de satisfacción del observador. Es sabido que lo genético sólo diseña el particular sistema cerebral en el que se van a grabar las experiencias de la vida. Ahora bien, este enriquecimiento epigenético que desarrolla nuevas sensibilidades no se produce en las personas que no han heredado esa innata y especial cartografía en el sistema nervioso central. Un ejemplo de creador muy claro es el de Mozart. Su cerebro estaba genéticamente dotado para la música y, además, nació en Salzburgo, en el seno de una familia de músicos y en un clima de gran sensibilidad hacia este arte. Naturalmente, su obra tenía que ser genial. Pero si en vez de venir al mundo en la bella ciudad austriaca, hubiese nacido en Zaragoza, posiblemente no habría compuesto su Réquiem ni Las bodas de Fígaro, y tal vez habría hecho magníficas jotas aragonesas.

“LA PINTURA ES DEMASIADO BELLA Y NECESARIA COMO PARA DEJARLA SÓLO EN MANOS DE LOS PINTORES”

¿El cerebro es y seguirá siendo el órgano más misterioso para el ser humano? Sí, porque para entender cualquier sistema es necesario que lo analice un sistema superior. En el hombre el binomio cerebro-mente es el sistema superior y éste no puede entenderse en su totalidad a sí mismo. No existen diferencias estructurales entre el cerebro humano primitivo y el actual. Las ventajas derivadas de la evolución se produjeron millones de años antes del nacimiento del artista de Altamira. Las modernas técnicas de neuroimagen sólo nos ayudan a comprender mejor sus funciones.

¿Podría concluirse que la capacidad mental de disfrutar de la belleza del arte es producto de la evolución? Existen unos sistemas especiales que se han desarrollado en algunos cerebros seleccionados como consecuencia de un elemental darwinismo. Es decir, la evolución ha proporcionado a ciertos humanos la posibilidad de disfrutar de las experiencias artísticas. Esta capacidad de percibir placer ha permitido al ser humano no sólo la supervivencia como especie, sino también el disfrute del planeta en el que la vida surgió hace millones de años. Y nació en la mente de un hombre o de una mujer en su cueva cuando, atraído por una forma, huella o mancha en la roca, le adjudicó un nuevo significado emocional, sin que su básica capacidad de razonar interviniese.

Como gran enamorado de la pintura, ¿considera que el descubrimiento de esta facultad está exclusivamente reservado al cerebro humano? Sin duda. Yo creo que la posibilidad de pintar existía latente antes de nacer el primer pintor y que su descubrimiento, aunque fuese accidental, sólo podría realizarlo el cerebro humano. La forma de un árbol, una nube o un guijarro que, casualmente, se asemeja a un objeto distinto pero reconocible, reveló a un humano poseedor de una sutil capacidad de percepción, inexistente en el resto del grupo, que la realidad podía existir fuera de sí misma. De este modo, esa realidad adquiría un nuevo significado y la posibilidad de perdurar en el tiempo. Quizás este primer observador admiró gozoso como un dibujo el arañazo o la mancha casuales en la roca de su cueva, o interpretó como el primer fresco rupestre la huella de su mano manchada de sangre tras la caza. Así nació el primer pintor, que aprendió a reproducir e interpretar la realidad tal y como la percibía mediante el uso de pigmentos elementales, aplicados a la única superficie disponible entonces: las paredes o los techos de las cuevas.

¿La pintura nace en el hombre como una forma de interpretar la realidad? La pintura, nacida como un esquema, ha ido adquiriendo a lo largo de la historia para el artista el carácter de una investigación o una aventura en el interior de su mente. Así, está cargada de la necesidad de sorprender descubriendo, recreando o inventando, porque la simple reproducción de lo observado y admirado le resultaba insuficiente y no era un fin satisfactorio. La pintura, para sobrevivir y continuar interesando, ha exigido de los artistas una amplia serie de transformaciones, estilísticas e intensamente conceptuales. Si uno de esos artistas está dotado de una innata y potente capacidad creadora, descubrirá la manera en que las formas de la naturaleza también pueden percibirse como bellas o sorprendentes cuando se deforman o, en grado más extremo, se emplean como simples estructuras abstractas totalmente desprovistas de significado y semejanza con la realidad.

Además de las formas, ¿qué papel desempeña el color? ¿Y la luz, que a la postre también es color? El color es muy importante y aporta una información que en un mundo de blancos, grises y negros, pasaría inadvertida. Además, los objetos coloreados resaltan con más nitidez y se incrementan los contrastes. El color es una propiedad de los objetos resultante de la descomposición de la luz en sus diversas longitudes de onda. El ojo humano es sensible a las longitudes de 400 a 700 nanómetros, y es en este rango cuando la luz monocromática cambia gradualmente de azul a verde y a rojo, colores que son percibidos porque existen tres tipos de conos en la retina con diferente capacidad de absorción de la luz según las longitudes de onda. El ojo humano es capaz de discriminar 200 combinaciones distintas y 500 variaciones de luminosidad, hecho que le permite distinguir 100.000 graduaciones de color con las que detectar el contorno de los objetos. La información aportada por las tres clases de conos, una vez integrada, es transmitida al cerebro por el sistema parvocelular y pasa por distintos grados de combinaciones que facilitan o inhiben los impulsos en las plataformas del sistema visual. Esto permite que muchos colores se cancelen como tales y surjan nuevos como combinación resultante.

Según su opinión, los artistas y los científicos poseen los cerebros más privilegiados de la especia humana. Sí. Y es interesante enumerar algunas de las numerosas cualidades que ordenan y modulan los comportamientos intelectuales y emocionales que condicionan los resultados de sus diferentes procesos mentales, como son la creación en unos y el descubrimiento en los otros. El científico busca y encuentra algo inexistente y oculto abriendo ventanas a una realidad expectante, y después la explica y utiliza combinando sus fragmentos. El artista crea algo previamente inexistente, un nuevo mundo compuesto de irrealidades. El científico está obligado a plantear preguntas y obtener respuestas, y no debe mezclar su mente subjetiva con su pensamiento científico, ni tampoco proyectar esa subjetividad en el experimento objeto de su interés. El investigador busca explicaciones comprensibles y aceptables por todos y las proclama en forma de leyes permanentes. El artista puro, desprovisto de condicionamientos externos o de hipótesis exigentes de aclaración, explora libre-mente el indefinido ambiente mental de la creación. Según este proceso, la obra de arte finalizada no es un descubrimiento, sino un invento, patentado con su firma y ofrecido a un desconocido observador.

Usted está casado con Catherine, sobrina-nieta del general Charles de Gaulle, que ha sabido compartir su pasión por el arte y el conocimiento, y mantener siempre abiertas las puertas de su hogar a todos los amigos artistas. Entre otros muchos nombramientos y distinciones, posee el de Caballero de la Legión de Honor de Francia. Recuerdo la primera velada que compartimos Catherine y yo con el matrimonio De Gaulle. Él era un hombre impresionante, entre otras razones porque medía 1,96 metros de altura. Iniciamos nuestro encuentro a la hora de la comida y lo acabamos al final del día degustando una magnífica botella de Armagnac. Es cierto que nosotros compartimos el amor por las tertulias y el disfrute de la buena compañía. Nuestra casa está abierta los domingos, día en que nos reunimos hasta 40 personas. Aquí han estado Millares, Chirino, Chillida, Sempere, Antonio López, Lucio Muñoz, Carlos Saura… Y siempre seguirá abierta para todos aquellos que desean ser bienvenidos.

¿Qué figuras de la creación artística han calado más hondo en su vida? Hay muchas, si empezamos por los hombres del Paleolítico que pintaron las cuevas de Altamira, y luego pasamos a la fascinante y milenaria civilización egipcia. Es difícil elegir. Pero si tengo que decir algún nombre, creo que me quedo en el Renacimiento italiano con el gran Giotto y también con Piero della Francesca.

¿Por qué en la creación artística han destacado a lo largo de la historia numéricamente los hombres, con una elevada diferencia frente a las mujeres? Por simples razones históricas y socioculturales. Secularmente, el principal y casi único papel de la mujer era cuidar a la prole.

¿Existe un cerebro de hombre y otro de mujer? Sí, y viva la diferencia. Porque ambos géneros somos incompletos y necesitamos complementarnos. Pero esto no significa ni mucho menos, que uno sea mejor o peor que el otro.

Un dictador, un tirano, un asesino… ¿tienen un cerebro distinto al de la mayoría de los mortales? Sin duda. Esos seres indeseables generalmente son fanáticos y bajo el fanatismo la mente nunca actúa por sí misma, sino bajo los dictámenes de otros.

MUY PERSONAL

De no haber elegido la profesión de médico-neurólogo, ¿qué habría sido? Posiblemente, pediatra, que también me gustaba mucho. De hecho, empecé a estudiar en París con Thiefry Neurología infantil y luego con Foster, en Washington, opté por la de adultos. Por otra parte, como mi otro gran amor es el arte, habría elegido algo relacionado con esta actividad humana: artista, especialmente pintor, crítico, estudioso…

¿Frente a qué actitudes es menos tolerante y frente a cuáles es más indulgente? Intento transigir con las actitudes, creencias, acciones o pensamientos que no comparto, y trato de perdonar todo aquello que, surja del ámbito que sea, cause daño y dolor y ruptura de una situación placentera y buena.

¿Piensa que las grandes religiones monoteístas son liberadoras o represoras? Depende de cómo viva la religión cada individuo. Pueden resultar muy dictatoriales, o representar un gran apoyo en la vida de una persona y ayudarle a ser mejor.

¿Es usted un hombre religioso, creyente? Pienso que el ser humano es un ente religioso cuando la religión conduce a soluciones satisfactorias. No puedo decir que creo, en el sentido de tener una fe ciega. Poseo una mente analítica y reflexiva que me invita a buscar la verdad de las cosas.

¿Un lugar para vivir? Pues uno como en el que vivo, en una urbanización a las afueras de una gran ciudad, con posibilidades de cambio, de movimiento, de nuevos conocimientos, pero sin estar sometido siempre a las distancias y las prisas.

¿Qué país que no ha visitado le gustaría conocer? Tengo la gran suerte de haber visitado buena parte del mundo: toda Europa, Estados Unidos, India, Brasil y otros países latinoamericanos, Marruecos y el Sáhara… Podría citar Egipto, porque nunca lo he visitado, pero me resulta familiar porque lo he estudiado de cerca.

Elija un personaje histórico o legendario. ¡Hay tantos! Copérnico, Galileo…

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