Valverde

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“GRACIAS A ÉL, SABEMOS QUE TAN IMPORTANTES SON LOS PAISAJES VERTICALES COMO LOS HORIZONTALES Y QUE , ADEMÁS DEL OSO, DEL REBECO O DEL LINCE, NO ES MENOS IMPORTANTE LA AVIFAUNA”

Hace unos meses falleció en Sevilla el biólogo José Antonio Valverde (1926-2003). A pesar de la discreción mediática en torno a la vida y a la muerte de quienes apuestan por la cultura ecológica en nuestro país, el profesor Valverde era relativamente conocido, no tanto por sus méritos científicos como por su vinculación histórica al Parque Nacional de Doñana (1969). Tono Valverde (¿puedo llamarle Tono?, le pregunté en la última conversación telefónica que tuvimos, unas semanas antes de morir. Depende, ¿cuántos años tiene usted?, me respondió), sin embargo, estaba dolido porque no percibía el reconocimiento público del que se creía merecedor. Tenía razón.

Todas las vidas, pero en especial la del profesor Valverde, fue una propina, puesto que los médicos le habían vaticinado la muerte, en plena juventud, debido a la tuberculosis ósea que padecía y que le mantuvo postrado en cama durante tantos años. Auxiliado por fieles amigos, sobre los que ejercía un liderazgo indiscutido, hizo de su habitación un laboratorio en el que destripaba pájaros con escasos medios (ojo, cuchillo, tijera) para conocer sus secretos.

“Allí, por primera vez, oí yo de sus labios la palabra ecología”, recuerda José Manuel Rubio, uno de esos amigos, hábil con la escopeta, que suministraban a Valverde los materiales (todo tipo de pájaros del entorno vallisoletano) para sus investigaciones.

Aparte de los descubrimientos científicos (¿pudo haber sido el Darwin español?) y de sus precisas observaciones sobre el mundo de la fauna, no sólo de los pájaros, el nombre del profesor Valverde ha quedado vinculado para siempre, como decía, al Parque Nacional de Doñana y también a la SEO, la Sociedad Española de Ornitología (1954), que fue la primera organización conservacionista después de la guerra civil, escasamente sospechosa porque, en buena medida, había sido promovida por personas que compartían al cincuenta por ciento su pasión ornitológica y cinegética. Como el año que viene se cumple su 50 aniversario, hablaremos de ella en próximos artículos de Ecologismos.

Me parece más pertinente ahora detenerme en un aspecto no suficientemente destacado, cuál es su papel en la transición del ecologismo decimonónico al ecologismo moderno, porque Valverde fue una figura crucial en el cambio de paradigma paisajístico que, con no poca tardanza, se produce en nuestro país, es decir, nos baja de las montañas para mostrarnos la belleza, supuestamente humilde, de la llanura. De los Picos de Europa y Ordesa –los únicos parques nacionales hasta mediados de los cincuenta– a Doñana.

Existe a este respecto una curiosa coincidencia. El acercamiento a la naturaleza, y en particular a la montaña, a partir del siglo XIX, tiene una evidente dimensión higiénico-sanitaria, de ahí la tendencia a construir hospitales (la tuberculosis se cura con el aire puro) en zonas boscosas, en la sierra de Guadarrama, por ejemplo, donde trata de aliviar Valverde su enfermedad, hasta que le echan por irremediable. O sea que, con la muerte anunciada, baja de las montañas asequibles de Guadarrama a las estepas de Valladolid para, desde allí, intuir las llanuras aladas de Doñana. Nadie sabe si fueron los aires de la sierra, los medicamentos enviados desde Francia por su amigo Luc Hoffman, o su propio empeño, lo que le salvó, aun quedándole secuelas irreparables.

Mientras atiende su taller de taxidermia, por el que cierto día recala un estudiante impetuoso llamado Félix Rodríguez de la Fuente, Tono Valverde se las arregla para estar al día, para leerlo todo, para saberlo todo. O casi todo, al decir de sus admirados amigos, que también debieron estar algo sometidos a su liderazgo implacable. Y así llega a sus oídos el nombre de Francisco Bernis, otro personaje fundamental de la ecología y del ecologismo, cuya contribución al descubrimiento de Doñana y a la creación de la SEO no es menos crucial.

En los primeros años cincuenta, ambos realizan varias expediciones al paraíso de los pájaros del que Valverde ya no saldrá nunca. Cuentan con la colaboración entusiasta de Mauricio González Díez, el mejor anfitrión posible, porque conoce como nadie el Coto de Doñana, donde su familia posee varias fincas que acabarán integradas en el Parque Nacional, y porque además, sufraga generosamente algunos gastos de los precarios excursionistas.

Valverde, Bernis, Mauricio. Ellos nos descubren Doñana, la ponen en el mapa y confabulan para salvarla, literalmente, dando lugar a uno de los capítulos más hermosos de la historia del conservacionismo español. Lo contaré en su momento. Baste ahora insistir en esa contribución al pluralismo paisajístico de Tono Valverde. Gracias a él, sabemos que tan importantes son los paisajes verticales como los horizontales y que, además del oso, del rebeco o del lince (jugueteó con uno la primera vez que fue a Doñana), no es menos importante la avifauna, esos seres frágiles con los que solíamos comunicarnos por medio del tirachinas. Descanse en paz.

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