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La caída del muro de Berlín no solo significó el hundimiento de los regímenes comunistas o el fin de la “guerra fría” , sino que también supuso el reencuentro de las dos Europas, la del Este y la del Oeste, después de más de 40 años de vivir de espaldas la una de la otra. El llamado “telón de acero” separó a Europa en dos mitades, al término de la Segunda Guerra Mundial, y abrió un abismo en lo que hasta entonces había sido un gran espacio cultural común. Sin Europa central y del este, el proyecto de unificación europea est aba incompleto. Pero es dudoso que el actual proceso sea realmente una reunificación; más bien se trata de una absorción por parte de la vieja Europa occidental. Sin embargo, la reunificación supone también el fin de la Europa de los trashumantes, de los europeos errantes, apátridas, exiliados e inmigrantes, que han formado parte del paisaje europeo desde el final de la Primera Guerra Mundial. La desaparición de los antiguos imperios ruso, alemán y austro-húngaro, las dictaduras del período de entreguerras, el nazismo y la persecución de los judíos y el establecimiento de tiranías comunistas en el Este después de la Segunda Guerra Mundial dieron lugar a un tipo de personaje intelectual quizá único en el mundo. Posiblemente se trate de los europeos con más conciencia de pertenencia. Me estoy refiriendo a escritores, pintores, antropólogos, filosófos o cineastas como Joseph Roth, Tzvetan Todorov , Zygmunt Barman, Norbert Elias, Emil Cioran, Mircea Eliade, Andriej Tarkowski o Krzysztof Kieslowski. Quizá nada responda más a esta esencia del “ser europeo” que el cine, sobre todo si lo contraponemos al americano. El cine europeo tiene un sello inconfundible, elogiado y criticado al mismo tiempo: el de cine de autor . Uno de estos cineastas “europeos” es el polaco Krzysztof Kieslowski (1941-1996). Kieslowski nació en 1941 en Varsovia y estudió en la prestigios a Escuela de Cine de Lodz. Rodó su primer largometraje, Paso subterráneo , en 1973, pero su obra no se dio a conocer internacionalmente hast a 1988, cuando el Festival de Cannes premió su película No matarás, y el Festival de San Sebastián le otorgó la Concha de Plata por No amarás, pertenecientes ambas a una serie de 10 películas rodadas inicialmente para televisión bajo el título genérico de Decálogo. Su filmografía abarca otros 15 largometrajes, además de la mencionada serie, y un considerable número de documentales. A partir de entonces, y a causa también de las difíciles circunstancias económicas y políticas de su país, sus películas se hicieran en Europa occidental, especialmente en Francia. Así vendrían La doble vida de Verónica (1991), y la famosa trilogía de Azul, Blanco y Rojo (1992-93), que ha quedado como su test amento. Kieslowski, un cineasta marcadamente polaco, consideraba el cine como un instrumento para comunicarse con el espectador y plantearle preguntas, sin pretender por ello dar respuest as. Su mirada se concentra sobre la figura humana, sobre las emociones y los sentimientos más recónditos, como un auténtico explorador del alma.
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